En un día de semana, creo que sería el jueves…Más o menos, no sabría precisarlo con más detenimiento. Lo cierto del caso es que fue en un momento en que ya se despedía la mañana…Muy fructífera por cierto.
Pero lo que si me queda claro es que sería en horas del medio día. Y ya comenzaba a sentir la premura de comer algo. (Es bueno alimentar nuestro cuerpo también.)
Ya tocaba la hora de mi almuerzo. (Y el tigre reclamaba su ración…)
Pero no deseaba comer en un restaurant. Tampoco ansiaba hacerlo en el negocio en el cual ya había consumido en días anteriores.
Vagaba por esas calles viejas y añejas de ese gran conglomerado que todos conocíamos como: El Valle de todos los Santos de Calabozo en ese estado llanero: Guárico.
El valle se encontraba pletórico en sol, que allá arriba seguía inundando toda la zona con su radiante luz.
Y a decir verdad: No me había decidido aún qué era lo que debería comer. Vagaba pues, sin ton ni son, paseaba por distintas calles en la búsqueda del negocio ideal, en el cual podría consumir en plena paz.
Y lo único cierto era que: Tenía hambre. Y me quedaba escasamente una hora y algo más para poder decidirme.
Pensé en pollo. ¿Pollo? Negaba las frituras. En fin…
¡Pues sí! quería comer: Pollo asado. Siempre me ha gustado.
Y enfilé por distintos sectores y andando y andando, me encontré con una pequeña encrucijada, y analicé, que por el lado derecho era para salir vía a San Fernando de Apure, pero que por el canal de la derecha…No había circulado.
…Y me decidí…Me fui por esa vía, desconocida por mí.
Ya me encontraba hasta molesto, puesto que mi hora de comida, me la estaba pasando rondando por todo tipo de calles y callejones, de sector por sector ¡y nada!
Sigo aún sin escoger el bendito sitio para poder almorzar. A decir verdad, estuve a punto de dar la vuelta en U, o en irme por alguna que otra vía.
Sigo rodando en mi carro, cuando de repente veo el tipo de negocio que andaba buscando.
- ¡Qué bien! ¡Al fin! – Me digo alegremente.
Veo que está full. Así que continúo hasta el final de esa calle.
Y doy media vuelta y regreso, muy sigiloso, con el cuidado de no pasarme y de ubicarme mejor.
Busco un sitio en donde estacionar mi vehículo. Chequeo y noto que el negocio es grande. Veo que está muy bien ubicado. Y decido bajarme allí.
¡Humm! El olor a pollo asado me atrapa en el acto. - ¡Qué delicioso aroma! – Y me festejo, convencido que al fin había logrado mi cometido.
Comienzo a prepararme a bajar y reviso mis carpetas, todo está en orden.
Chequeo mi plan de trabajo y hago algunas anotaciones allí y para cuando ya estoy listo, procedo a bajarme.
Me cercioro de que todo esté en orden. Y cuando ya me siento seguro.
Abro la puerta y procedo a bajarme.
Cuando llego a una pequeña escalinata, noto algo muy extraño y que me llamó la atención poderosamente y es que mientras buscaba un sitio para estacionarme, ya había visto que el local estaba full, pero es ahora a pocos metros que me percato de que…No.
Muy pocas personas estaban allí… (Qué extraño. Pensé que había mucha gente…Pero…) - A lo sumo me he tardado en bajar…Unos cinco minutos a lo sumo… - Me digo tratando de comprender el por qué, ese negocio se encontraba ya desierto.
- …Qué extraño… - Analicé, pero en el acto y debido al intenso aroma de pollo en brasa, me capturó y decidí seguir.
- ¡Pero es que ese olorcito, tan característico! – Me dije.
Tuve la oportunidad de escoger la mejor mesa, ya que se encontraba desierto. Ni música se escuchaba. - Bueno, mejor para mí… - Me ubiqué en un puesto desde donde podía divisar en todo momento mi carro.
Pero transcurrido unos instantes, escucho un fuerte rumor, y prestándole atención precisé que allá en el fondo había unas escasas personas.
Una suave y reconfortante brisa, me hizo desviar mi atención.
Y en ese preciso instante, noto asombrado a un anciano que se movía con destreza entre las ardientes brasas. - Qué extraño. – Me pareció muy extraordinario, pues a menos de diez segundos había aparecido en escena…Es más, pasé a su lado y ni siquiera me percaté de su presencia allí.
Se movía con agilidad. Veo cuando comienza a batir las brasas y ponerlas al rojo vivo.
Y me quedo absorto viendo como con destreza ejecuta todas esas faenas.
Era un hombre con una prominente panza. De piernas delgadas. De camisa manga corta.
Con un imponente sombrero. De estatura, muy alto, más que la media de los llaneros que allí imperan. Su tez era blanca. Sus brazos eran largos y fuertes.
Transcurrieron unos minutos y soy testigo de cómo va moviendo con fuerza esas pinzas en las que se encontraban más de media docena de grandes aves, que se doraban, mientras se mecían con cierta cadencia. - ¿Ya atienden al señor? – Me preguntó sorpresivamente, y digo esto, pues pensaba que no se había percatado de mi presencia allí.
- No.
- ¿Y el mozo? ¿Será que no vino a trabajar hoy…? – Se preguntaba mientras se limpiaba sus manos y se dirigía a mí con expresión de perplejidad.
- Pues no sé. No he visto a nadie más que a usted. – Le informé y él sin mirarme se dirigió a la barra y miraba de un lado a otro, buscando al empleado.
Pero en vista de que no aparecía, se dirigió a mí, de esta forma… - Perdone el señor, pero al parecer el joven -al cual, hace escasos segundos vi-
Ya no aparece por ningún lado. ¿Será que está en el sanitario? – Se preguntaba a sí mismo, mientras me miraba con una sonrisa cómplice. - …A lo mejor. – Acerté a responderle.
- ¡Bien, dígame! ¿Qué desea consumir el señor…? Me imagino que desea la mejor de las raciones de esos suculentos pollos. ¿Son grandes, verdad?
- Pues sí, que son inmensos. Y me llaman poderosamente la atención pues en la gran mayoría de las polleras, sirven unos muy pequeños…
- Pero usted ni se preocupe, que yo mismo le voy a seleccionar el más grande y jugoso que se esté horneando. – Y sin decir más palabras, se desapareció como por arte de magia.
Sentí hasta un grato alivio y me dispuse a esperar.
Me quedé contemplando a lo lejos, mientras la brisa llanera se esparcía por todos los ambientes. Y por allá a lo lejos, pude divisar el ir y venir de carros, motos y hasta camiones que transportaban ganado vivo.
Me entretuve observando una moto en especial, pues me llamó poderosamente la atención al ver la gran cantidad de personas -además de su chofer- y comencé a contarlos.
“¡Qué barbaridad! Vi que llevaba a una señora muy gorda, y esta llevaba a su vez dos pequeñines en sus brazos. Y estos peleaban entre sí.
Además de un perro pequeño y de enormes bolsones. Tan grandes que imposibilitaba mi visión de todos ellos.
Y detrás, agarrado a la espalda del que conducía, iban dos jovencitas -apretujadas entre ellas mismas- y otra mujer ya mayor quién también portaba otro pequeño en su brazo izquierdo y con su brazo derecho una niña, quién se sujetaba como podía, además de mas bolsones.” – Estaba extasiado contemplando esa escena, y no percibí que ya el viejo había puesto sobre mi mesa una enorme porción. Todo bellamente decorado.
Sorprendido me percaté de que ya él tenía rato contemplando lo mismo que yo veía y este fue su comentario… - Qué de cosas se ven por estos lares… - Sonriendo lo veía.
- ¿Ya estoy servido? Le pregunté muy extrañado, pues pensé que se tardaría mucho más, pero me equivoqué…
- “¿Y cómo lo habrá logrado?” – Analicé pues todo me causaba mucha extrañeza…
- “No recuerdo haberlo ni visto, ni oído cuando se acercaba a mi mesa… ¿Cómo lo logrará…?” – Estaba muy confuso y extrañado, el que con velocidad meteórica ejecutara todas estas acciones, mientras me encontraba embelesado en otras escenas.
El caso es que dejé de prestarle atención alguna. Consumí con mucha fruición todo cuanto me había servido ese ser tan especial.
Y para cuando hube terminado. Empecé a darme cuenta de que en mi entorno, todo había cambiado de una forma muy drástica.
Y me llené de angustia, pues ya no me encontraba cómodamente sentado en ese negocio tan amplio. - …Y qué es esto… - Pensé en medio de tanta zozobra a mí alrededor.
- No te preocupes. – Me dijo con toda la paciencia del mundo. El mismo viejo que unos minutos antes me atendía en ese establecimiento…Solo que ahora nos encontrábamos en la plaza Bolívar de esa población.
Yo estaba sentado en una banca y frente a mí…Ese ser tan enigmático como emblemático. - …Y cómo podré cancelarle… - Alcancé a informarle, pero con el gesto de sus manos sencillamente daba por concluido tal acto.
- Tranquilo. Te traje a este sitio para que puedas relajarte y contemplar con la mayor de las tranquilidades que este mundo nos puede presentar. – Me señalaba con mucha insistencia una vieja casa equidistante de donde nos encontrábamos.
Y me quedé embelesado chequeándolo todo. No sé cuánto tiempo transcurrió.
Supongo que mucho, pues cuando tuve conciencia volví mi atención hacia aquel ser tan atento…Solo que me asombró. ¡Ya no estaba cerca! Asombrado me levanté y lo busqué por todas partes. Pero a la final, tuve que reconocer: Ya no estaba allí.
Asombrado me fijé en la hora y ya habían transcurrido varias horas.
Y pensé: “¿Qué será todo esto…? No entiendo. No logro discernir, si fue un sueño o una premonición. O ¿Qué…?”
Volví hacia el local para ver si lo podía volver a ver. Pero a decir verdad, nadie en ese negocio sabía nada del dichoso ser.
(¿Cómo podía ser eso…? Yo no estoy loco. Yo sé que lo vi. Sé que me atendió. Que me sirvió una ración de pollo, que aún siento ese sabor tan rico…Pero lo cierto: ¡Nadie lo conoce! Todos llegaron a creer que yo estaba loco, por lo que no dije nada más y me fui de ese restaurant.)
…Ese fue “El viejo de la montaña” tal como él me dijo que lo llamara…