Tres niños

in cuentos •  6 years ago 

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“Tres niños”

Ocurrió en una mañana soleada, serían si acaso las nueve…Y algunos minutos más…Las calles de esa zona un tanto populosa en la que se mezclan escenas tan variadas como cotidiana, tanto así como el contemplar el deambular un tanto repetitivo de los perros del mismo vecindario, como el transitar de sus gatos o el cantar sonoro de algún ave pasajera, quizás de algún colibrí que con su alegre aletear disimula el hastío de cualquier principio de día…
Son pasajes tan a diario, que invita al ensueño y a las ensoñaciones…
Dos niñas de alrededor de unos seis a ocho años. Iban de casa en casa pidiendo “algo” de comer. Iban andrajosas. Una de ellas llevaba una muñeca rota y sucia, se veía a todas luces que tuvo que haber sido recogida de algún basurero.

  • ¡Señora! – Una visitaba una casa mientras la otra se quedaba a escasos tres metros, esperando.
    Y con ese pregón tan matutino, rompe la paz solariega de ese sector.
  • ¡Señora! ¿Nos da algo para comer…? – Vociferaba con su vocecita que se apaga quizás debido a la misma necesidad que pregona.
    Sus cabellos todos sucios, enmarañados y llenos de barro, se mecían de un lado a otro, en su rostro repleto de polvo, reseco. Con esa forma de mirar que tienen los infantes que carecen de todo…Hasta de su propia inocencia.
    Ante el escándalo la doña, se asomó y les hizo señas de que aguardaran. En un principio dio la impresión de que no volvería a salir…A los pocos segundos, volvió y les regaló una bolsa de pan viejo.
    Y en cuanto lo recibió, la otra se le acercó y ambas disfrutaban visualmente con lo que llevaban. Esa hambre y esa necesidad no disimulada, presagia la premura de sus instintos.
  • Mira la arepa que nos dio la otra señora… ¡Es mía! – Le puntualizó la de mayor tamaño.
    Iniciaron un diminuto forcejeo en las que la premura es su signo.
    En eso vieron a un señor entrado en años, lo vieron sentado y allá acudieron, escondiendo el fruto logrado en una cartera.
  • …Señor… ¿Nos da algo para comer…? – Le dijo la de mayor tamaño, mientras la más menuda, observaba.
  • Tengo mucha hambre. – Afirmó mientras le transmitía su lánguida mirada…
    Entre estas dos diminutas, se esparcía un aro de complicidad…
  • ¿No está la señora...? – Le preguntó inmediatamente, sin darle oportunidad a que le respondiera.
  • No. No está. – Le respondió mientras sorbía una taza de café.
  • ¿Y qué estás tomando? – Le preguntó la más grande.
  • Café.
  • ¿Y qué haces aquí…? ¿No está la señora? – En esta ocasión era la más pequeña, que además de cargar la andrajosa figura de muñeca, portaba una cartera vieja y roída por el uso.
  • No de verdad ¿Quién es usted? – Le preguntó la más grande, con una cara de extrañeza.
  • La señora es amiga nuestra y siempre nos da “algo” para nosotros… - Alegó sin esperar respuesta alguna.
  • Cierto y usted debe hacer lo mismo. – Asomó decidida la misma pequeña.
    En eso apareció un jovencito de mayor edad que las estaba acompañando, era evidente que se había quedado rezagado.
  • Soy hermano. – Les respondió el señor mirando al recién llegado.
  • Es primera vez que yo lo veo. – Afirmó decididamente.
  • ¿Y qué hace aquí? – Volvió la menor.
  • ¿Y no lo ves, que vive aquí? – Le reclamó a la que había preguntado y de inmediato se enzarzaron en una discusión entre ellos tres.
  • Eso no es problema de ellas. ¿Verdad señor? – Y sin esperar respuesta el niño, se encaró con las niñas…
  • ¿No respetan? Es un señor.
    ¿Verdad señor? Eso lo castiga Dios. – Y se encaró con una corta discusión con sus acompañantes, que guardaron silencio.
  • Perdone señor. – Le pidió la menor.
  • Sí perdónenos. De verdad.
  • Uno debe ser respetuosos con las personas de más edad. – (Y no lo estoy ofendiendo, con llamarlo “viejo”, aunque se ve a leguas que lo es…Pero… ¿Me disculpa?) Reclama el hermano mayor.
  • Señor: ¿Nos puede dar algo de comida? Que no hemos comido desde hace tres días… - Alegó la mayorcita.
  • ¡Mentira! – Le reclamó la más pequeña.
  • Nosotros hemos comido lo que nos regalan la gente de esta urbanización. ¡Uno tiene que ser agradecido! ¿Verdad señor?
    Nosotros somos muy agradecidos. De verdad. – Se decían uno a otro.
  • ¿Y ustedes son hermanitos? – Le preguntó el señor.
  • Sí. – Respondieron en coro los tres.
  • ¿Y de dónde vienen los tres?
  • Del hueco.
  • ¿Hueco? ¿Cuál “Hueco”? – Los tres comenzaron a indicarle por señas por donde era. El señor se queda pensando y les responde…
  • …Yo he pasado por allí…Pero nunca los he visto…
  • Nosotros tampoco. Lo hemos visto a usted. – Alegaron muy serios los tres, quiénes se miraban unos a otros consultándose entre ellos.
  • ¿…No será una cañada…? – Razonó el viejo, mientras los miraba uno a uno, como queriendo hurgar la realidad de lo dicho por ellos. A través de muecas y de mover sus hombros, le dijeron…
  • Nosotros lo conocemos como: Hueco. – Le responde la más chica.
  • Nunca los he visto por allá…
  • Nosotros tampoco lo hemos visto a usted. ¿Verdad? – Consultó con sus hermanitos.
  • Uno nunca debe decir mentiras. ¿Verdad señor? – Les reclamó el niño mientras regañaba a sus hermanitas.
  • Miren lo que le pasó a una señora que vivía por allá por donde venimos nosotros. ¿Verdad? (Miraba a sus hermanitas.)
    Ella es una señora que apareció ahorcada en una mata cerca de donde nosotros vivimos ¿Verdad? (Insistía en ver a sus acompañantes, quiénes le respondía con un: “Ajá”) Dice nuestra mamá, que ella siempre llevó una vida miserable, hasta que un día: ¡Apareció guindada por el cogote! ¡Se ahorcó con un mecate viejo, el mismo que utilizaba para colgar su hamaca! ¿Verdad? Pobrecita esa mujer… - Sentenció mirando de una forma muy entristecida a todas sus hermanitas.
  • Sí es cierto. Ella debe estar en el cielo. ¿Verdad señor? – Le preguntó mientras miraba a sus hermanitos en espera de la respuesta de ellos.
  • Porque todos los que mueren…Se van al cielo. ¿Verdad? – Insistía la niña, mientras abrazaba instintivamente a su andrajosa muñeca.
  • Yo nunca me voy a ahorcar. – Resolvió la menorcita.
  • ¡Ella llevó una vida hereje! – Le increpó la mayor muy decidida.
    Hicieron un minuto de silencio, mientras se consultaban entre ellos.
  • Por eso es que nosotros nos portamos bien. – Insistía el mocoso.
  • Señor: ¿No nos puede dar algo de comer…? Es que tengo muchísima hambre.
  • Comida no tengo. ¿Si quieren café?
  • ¿Nos va a dar?
  • Pero sin azúcar.
  • ¿Sin azúcar? ¡Guacal! – Hizo una mueca de desagrado la mayorcita.
  • ¿Y por qué no le pone azúcar?
  • No tengo.
  • ¿Nos puede dar agua…?
  • No hay. ¿No saben que por acá tenemos varios días sin agua?
  • Cierto. – Aclaró el jovencillo.
  • ¿Y por dónde ustedes viven no hay agua? – Les preguntó el viejo.
  • Tampoco.
  • Denos ropa vieja. Mire, no tenemos ropa… - Agregó la mayorcita.
  • Pero yo los veo vestidos a todos. – Le respondió el anciano.
  • Mire es la misma ropa que utilizo todos los días. Cuando llego en la noche, la lavo y la cuelgo. Y en la mañana me la vuelvo a poner.
  • ¡Mentira! – Le reprochó la que portaba la muñeca.
  • No es mentira. – Se defendió, riéndose sabiendo que la habían capturado en su mentirita.
  • ¿Cuántas mudas de ropa tienes? – Le preguntó el anciano.
  • No tengo. Solo esta. – Le respondió, mientras la más pequeñina la desmentía claramente.
  • Eso es mentira. Si sigues de mentirosa cuando mueras no vas a poder ir al cielo. Papa Dios, no te lo va a permitir. Te va a castigar. ¿Verdad señor…? – El hombrecito la encaraba de esta forma…
  • Acuérdate lo que le pasó a la mujer que se colgó…
  • Ella no se colgó por eso. Se colgó por la vida tan miserable que ella llevaba. En cambio nosotros, tenemos a nuestra mamá y a nuestro papá. ¿Verdad tú? – En esta ocasión la pequeñina se dirigió a su hermano mayor, el cual asentía en señal de que ella les estaba diciendo la verdad.
  • Sí…Pero igualmente: Sigo con hambre. – Se quejaba la mayor.
  • Dame la arepa. – Le reclamó a la que cargaba la cartera y fue entonces cuando los tres se apartaron y se repartieron la comida que habían conseguido. Y estaban comiendo, cuando el mayor se dirigió al hombre y le consultó…
  • ¿Nos va a dar café, señor?
  • Pero sin azúcar.
  • No importa. ¿Total? ¿Qué más nos van a quitar a nosotros…?
    Que ya no nos ha dado nada… - El señor por medio de la cerca, les dio de su taza para que sorbieran el caliente cafecito.
    Uno a uno se fue pegando a la protección y fueron sorbiendo el cafecillo.
  • Está rico. – Les informó a sus hermanitas y estas se decidieron a tomar también, a pesar de que no tenía café.
  • Cierto. Está muy rico. – Informó la mayor mientras la menor hacía cola para tomar ella también.
  • Sí. Está muy rico. ¡Gracias señor! ¡Qué Dios se lo pague! Y ya sabe la próxima vez que pasemos nos guarda un poquito más de su delicioso café. – Dijo alborozada la chiquilina y una vez que se hubieron satisfecho…Se fueron.
    A lo lejos se escuchaban sus vocecillas…
  • Señora…
  • Señora… - Mientras los perros del sector buscaban en los pipotes alguna sobra qué comer.
    Y los gatos, danzaban por otras aceras en la misma búsqueda de todos ellos. Porque al parecer…Todos requerimos de lo mismo: Comida.
    Y a los pocos minutos…Tan solo se escuchaba el rumor del viento cuando aparecía y hacía mover las ramas de los árboles circundantes.
    La paz mañanera continuaba sin perturbación alguna. Un día más…

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