NO VAYAMOS A SER POLITICOS
Nuestros abuelos eran personas con gran sentido de la
sensatez, sabían identificar la impostura y la falsedad, diferenciar las
apariencias de la realidad. Por eso, desde que tuvieron que convivir
con los invasores colonialistas y su desbocada ambición, solían
nombrar a quienes hablaban y parloteaban (tratando de hacerse notar
y obtener algún crédito para sí mismos), como “walala”, que se puede
traducir en castellano como “que habla nomás”, un repetidor, una
persona incapaz de responsabilizarse de sus palabras. Y esa era una
condición que en un ayllu, nadie habría deseado aspirar.
Estoy convencido de que en nuestra cultura ancestral no
existía la política, pero obviamente que sí la función pública o de
gobierno, en bien del colectivo, en bien de la sociedad. Esta era
simplemente la responsabilidad que se asumía para cumplir la
tarea de hacer lo que sea necesario y justo para que los medios de
subsistencia del ayllu o colectividad específica, sea suficiente y
alcance para todos. Es por eso que nuestro concepto es muy claro al
respecto y se llama: Kamachiy (hacer que sea duficiente y alcance
para todos) y tiene los sentidos complementarios de la capacidad de
guiar o dirigir y también la de distribuir con justeza.
Ha pasado tanto tiempo y hemos sido tan influenciados
y maleducados (hasta podríamos decir “domesticados”) durante
los sometimientos sucesivos del sistema colonial español y de los
nuevos patrones criollos republicanos, que en la actualidad, esta
vergonzoza habilidad de ser un estafador de la colectividad (un
político) se considera poco menos que una virtud y una profesión
digna de alcanzar. Lo único que se exige es que se sea un buen
politico, un gobernante honesto, que cumpla sus promesas, etc.
Sin ver la cruda realidad de que nunca hubo ni habrá un buen
político que sea honesto porque, decir la verdad y comportarse con
honestidad está en abierta contradicción con la esencia de la política,
la cual podemos resumirla en: “el arte de engañar masas”. Por eso
la masoquista costumbre que a veces parece ya una tradicion ritual,
de elegir como gobernantes a delincuentes conocidos o por conocer,
termina siempre en la decepción y la frustración momentánea, para
luego empezar nuevamente con la misma historia de nunca acabar.
La aceptación de la politica va destruyendo nuestra capacidad
de razonamiento lógico, y más grave aún, nuestra consciencia,
memoria, y sus valores culturales que abandonamos poco a poco.
Por eso hay que poner poner un alto a esta mala costumbre y
recuperarnos culturalmente: Retornar a nuestros valores, sin política,
sino como el modo de vivir que nos heredaron nuestros ancestros.