Cuando Deleuze explica la geología de la moral y determina el proceso mediante el cual se construyen las dobles pinzas que permiten el intercambio entre los estratos –y es un hecho seguro: la transferencia de agua es indiscutible, tanto activa como pasiva, aun en el fenómeno de “perdida de saliva”–, utiliza al Profesor Challenger para poner el claro ejemplo de la desterritorialización activa, el Planómeno que se arrastra hacia el plan de consistencia. El contratar al Profesor Challenger le permite ir hasta Japón de la mano Osama Tezuka y así implicar a Japón en la gran conspiración geológica de la Tierra o hasta América y buscar el inhóspito territorio donde viven los legendarios monstruos cinematográficos: verían que existen muchos planes de consistencia y no sólo el del Cuerpo sin Órganos (¿a final de cuentas, también quién, sino el Profesor Challenger podría lidiar con King Kong, o inclusive Godzilla?) Sin embargo, para Deleuze, por lo menos conscientemente, la doble pinza se da entre Inglaterra y Europa (y esto aunque Tetsuwan Atomu sea tan perspicaz como Sherlock Holmes y, más aún, devendría en un Iron-armed Atom americano: Iron Man lo cual hace que la teoría de dobles pinzas sea aun más creíble, heterogénea y tenga mayor sustento teórico) ¡Dejemos en paz esto! Deleuze piensa en Inglaterra justamente por sus influencias filosóficas: Spinoza, Hegel, Descartes; ellos, sabiamente, le hacen mirar desconfiadamente hacia Ricardo, a Locke, más aun, a Keynes; quizá, inclusive, en Hayek, europeo traicionero.
El problema de Deleuze, más que de moral o ética, sigue siendo de psicología, de una extraña rama biopsicológica que luego llamarían algunos planomenología. El filósofo, aconsejado por Guattari, sabía que Challenger podía transformarse en un monstruo, que ese impresionante hombre era una doble pinza que vinculaba a la isla británica con el desastre europeo, y queChallenger se ofrecía como figura a la medida para desterritorialización entre esa molesta isla perfectamente territorializada y una Europa llena de paraestratos, epiestratos y metaestratos, que sin embargo se resistía, formalmente, al famoso planómeno –que hace a los organismos libres– y a identificar de una vez por todas esa diferencia inmanente y univoca –que al final, si derivaba en códigos, necesariamente derivaba en un Cuerpo sin órganos (o la opción de que se tratara de un problema de sustancia y de sedimentación gnoseológica, blablablá: todo es la misma cuestión de ladoble pinza o de impasses).
La realidad es que Deleuze debía dejar en evidencia las pugnas académicas del status quode Europa para poner sobre la mesa la situación esquizofrenizante –esa doble pinza entre sustancia y forma– europea; también hay que afirmar que no, ciertamente desde el punto de vista epistemológico, era problema de zoología, biología, lingüística, etnología o psicoanálisis (el mismo Deleuze dice que nadie sabe que especialidad tenía el profesor Challenger –y en general nadie ha sabido a ciencia cierta en qué se diferencian los ingleses ¿Economía, biopsicosociología?); en todo caso un problema de crematística y de esa biopsicología que Challenger llama esquizoanálisis, estratoanálisis, rizomática, nomadología o micropolítica –y que toma/an de/los franceses como Foucault. Al final ni el propio Deleuze entendía el cuerpo de esa ciencia inventada por el profesor pero sabía que él, mejor que nadie, podría dar esa conferencia sobre la moral de la geología –¿O es a revés...? ¿Por quién se toma la tierra? – gracias a su personalidad agresiva y dominante, pero también a su porte imponente e inteligente y la capacidad de atracción de un importante auditorio de intelectuales (inglés a final de cuentas).
Lo que hace Deleuze es astuto: toma al profesor, lo pone a explicar la doctrina del agenciamiento, de los crustáceos orgánicos e inorgánicos, de los acoplamientos, del plegamiento y la sedimentación, del mismo lenguaje inarticulado, y hace que su auditorio se vaya vaciando entre los estratos que los propios biólogos (Geoffroy), lingüistas (Hjelmslev), zoólogos (Cuvier) y embriólogos (von Baer) van creando durante sus discrepancias gnoseológicas. Al final, el objetivo buscado es justamente desvincular todo ese status quo para que el profesor se transforme en ese Cuerpo-garra y ofrezca, no el espectáculo de la disidencia, sino el plan de consistencia entre sustancia y forma –y sí, no es espectáculo de disidencia, sino ejemplo de organismos del todo libres, sin raíces pero también sin adhesión a algún sustrato: no diside sino expone.
También es curioso que no haga alusión a la economía o psicología de la geología –sobre todo tomando en cuenta sus constantes alusiones a las economía de la libido y a la tierra como un Cuerpo sin Órganos; y ambas disciplinas de amplia aceptación en Gran Bretaña–, pero en ningún momento interviene para rebatir –o apoyar– a Challenger ni un economista ni un psicoanalista. En estos días, por ejemplo, la economía hubiese podido darle la razón al profesor en relación a la distribución de la materia entre los estratos y explicar que efectivamente, el doble vinculo es un proceso de impasse entre la Teoría del Caos y las reglas físicas del Universo, que en un determinado plan de consistencia no es el control de la sustancia sobre la forma o viceversa sino que efectivamente se encuentran en un estado libre que no se explica ni por los comportamientos de los participantes ni por las reglas de los aparatos reguladores, como el doble vínculo entre el control monetario de los bancos centrales y las fluctuaciones críticas de los sistemas financieros en un estado cerrado de relativo equilibrio. O la psiquiatría lo hubiese clasificado de acuerdo al significante –el metalenguaje que procura la pulsión– y se le hubiese dado el mismo agenciamiento de esas pulsiones que Deleuze censura por motivos religiosos. Y que, bueno, al final, aun así, terminaríamos dándonos cuenta de que tanto la relación entre los participantes de un mercado determinado –con sus reglas cualesquiera que sean– como las derivaciones metalingüísticas del significante escapan de cualquier tipo de estratificación eventualmente. Todo sistema que ha sido determinado en algún momento, escapa de esa determinación en un afán simple y natural de superviviencia.
Pero regresando a los motivos de que Deleuze contratara como ponente a Challenger es que en cualquiera de esas situaciones –la de la teoría del ciclo monetario de Hayek o la de la escuela lacaniana de psicoanálisis– la culpa no sería de los ingleses sino del continente europeo; y Deleuze necesitaba culpar de sus propias teorías a un inglés lo suficientemente loco como para perderse en el Amazonas buscando dinosaurios y, al mismo tiempo, evitar los roces con las teorías demasiado practicas de americanos o asiáticos. Y así como evita a los economistas y psicoanalistas también evita hacer referencia al Salvaje Oeste o al Viejo Oriente: Challenger conoce la arqueología milenaria de Sudamérica, pero no la modernidad americana: por ejemplo Milton Friedman. Discrepa de la originalidad de Friedrich Hayek o de Maynard Keynes, pero no del académico de Chicago. En honor a la verdad que King Kong era también un juego de unos niños ricos –un espectáculo que no podría atribuirse al lenguaje alfabético, aun cuando Challenger hubiese podido ir en su búsqueda–, de la misma manera que nadie imaginaba que China también estaba preparando un plan de consistencia y que la amenaza asiática no era un lagarto nuclear estratificado –Godzilla– sino un “sinocuerpo” desarticulado y de agenciamiento maquínico sin caracteres latinos y plegado a un sedimento bastante consistente con la funcionalidad macroeconómica y micropolítica asiática. Explica, Deleuze, que es aun más peligroso ese metalenguaje del significante pero sigue considerando a los agenciamientos como códigos que cuando se articulan vencen sus territorios: una materia formada que constituye un código y sus respectivos modos de codificación y decodificación… ¡Ah, Challenger también era amigo de los Dogones, y explica cómo se hace un “brazomanomartillo”dogón que es en sí ya un agenciamiento maquínico auténtico y formalmente puro! Si hubiese invitado a Lacan, por ejemplo, éste le hubiese dicho que si el significante está aún por encima del plan de consistencia, o que es más aún que el lenguaje en sí, no porque sea una caja de sastre en que todo significado pueda articularse sino porque es el último recurso de la consistencia misma en el sentido de que escapa también de los estratos, de la sedimentación y del plegamiento del lenguaje; de ahí que si le llama metalenguaje, es justamente para poder emular a Challenger, sofisticado y estructurado, aun cuando también él construía una especie de Cuerpo sin Órganos. (En efecto, el significante también es una articulación de doble pinza en infinitas, indiscriminadas pero al, mismo tiempo, sentidos causales).
Federico Villagomez, 30 de mayo 2012
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