Esta novela de Hermann Hesse es un paseo por la juventud de Emil Sinclair. Una transición, una “ruptura del cascarón”, a razón de algunos estímulos que se van acercando a este Emil, quien se brinda confundido ante la vida. En un principio, entre los embates de la adolescencia, y luego, ante las abstracciones de la existencia como significación de ciertas convicciones, que se van suscitando para modificar la personalidad y su intención de vida.
Emil busca trascender entre dos mundos: el mundo de la casa paterna y la costumbre de hogar, sereno, protegido, cómodo a los sentidos; en donde todo es bueno, pero en donde se ancla también una dependencia placentera, patriarcal y maternal. En este mundo crece Emil alejado de todo lo malo.
No obstante le sucede la vida y sus días, y en ese recorrido se tropieza con una necesidad: la de mentir, a razón de sus desaciertos con Franz Kromer. Es éste el punto de inflexión en donde Emil descubre un mundo paralelo al confort de su primer estadio. Se descubre entonces ante un nuevo panorama que le muestra la otra cara de la moneda… Sus desafortunados encuentros con Kromer le han cambiado su percepción de la vida. La calamidad le sobreviene, y envuelto en ella se ve desprovisto de herramientas para desarmar sus consecuentes enigmas. Kromer le instiga y le vitupera. Emil rompe en desespero.
Esta novela, confiesa Hesse en el avatar de un Emil difuso a mi crítica, “Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose a sí mismos”…
Hesse hace énfasis en el camino rumbo a una búsqueda de sí mismo (me es inevitable sentir esta obra un tanto autobiográfica en relación a su autor.) Emil va sondeando la clásica dicotomía entre lo que considera bueno y lo que advierte como malo. Poco a poco se va desarraigando de su primer mundo, sumiéndose en sus instintos y sentidos. A esta coyuntura le da forma Max Demian quien aparece y desaparece del relato convenientemente. Demian funge como un guía con matices de héroe místico y misterioso; le salva de Kromer; lo separa de su desdicha, y lo invita a discurrir en otros aspectos de la vida, dándole así la noción de otras perspectivas.
Considero el hecho de que el personaje Emil pretenda tan corta edad, a una excusa del autor para ver en él reflejados una suerte de oscuro sincretismo, que inevitablemente degenera en un trasfondo de índole sexual. He encontrado en esta novela un dejo de homosexualismo, mimetizado entre los argumentos de, no uno de los personajes, sino varios. He leído sus páginas y no he visto al Hesse del Lobo Estepario… Más bien, he vislumbrado la coyuntura de Emil como adverso mensaje de la natural conducta de un hombre, que disfrazado de niño tantea los contornos de un mundo ajeno a sus convicciones más íntimas y reveladoras.
Demian persuade a Emil en introspección, pero Hesse se escuda insidiosamente en lo andrógino. Demian despierta en él la avidez por lo no palpado. Pitorus le refuerza en el camino de su “búsqueda”, tornando sus ojos hacia adentro. Recalco que el recurso de utilizar el avatar de un joven ha sido un artificio habilidoso del autor, puesto que las primicias de una vida corta muestren un lienzo con poco óleo… Un hombre sabe a qué huelen sus óleos, y conoce la dirección de sus trazos; un joven como Emil, aun empieza a descubrir los colores de su pintura, y evidentemente deja que otra mano se pose sobre su pincel…
En la novela se menciona un Abraxas como figura que se yergue entre los dos mundos. El nexo que demanda la estructura de la obra. Una amalgama. Un extraño vínculo entre el bien y el mal, lo divino y lo demoníaco. Una representación de la dualidad que azota a Emil: la luz y la oscuridad, lo masculino y lo femenino, el “cálido claustro familiar” y el enfrentamiento con la libertad… El personaje de Pitorus es quien revela esta novedad a Emil, hipnotizándole con sus también difusos argumentos.
La intención de la novela es un boceto impreciso de una transición: la de un Emil que pasa de niño a hombre, encarando la transformación de su propia manera de ver y sentir la vida. Los acontecimientos que en ella se suscitan para ventura y desventura del pálpito que es vivir.
Dejo el final abierto para el lector que quiera explorar la obra.
Esta novela no me ha asombrado en lo absoluto, la he encontrado harto sugestiva. Mal que bien, en este libro, he conseguido mi primera coincidencia con Cortázar… Algunos fragmentos incluso se me brindaron como un fabuloso absurdo. No obstante, he encontrado, también, sentencias y párrafos impecables, propios de la redacción trabajada en el factor Hesse; así como fascinantes interpretaciones racionalistas que exhortan a reflexiones no tan próximas a las de un púber, sino más bien a los laberintos de un alma abatida por el fenómeno de la guerra. Inevitablemente la estructura de su argumentación, en suma, me empuja a reducirla como una maraña de deseos reprimidos. Una horda de fantasmas en la cabeza del alemán que en otras páginas me impresionó poderosamente con su Lobo Estepario.
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