Hoy temprano salí a desayunar algo, porque la verdad es que tenía hambre al despertar. Me llegué a una panadería y pedí un café con leche.
Al servirme el café, quedé como hipnotizado al mezclar el café con el removedor. Y, de repente, algunos recuerdos acudieron a mi mente.
Mucha de mi infancia la pasé en Caracas. La recuerdo como una ciudad hermosa, tan grande que había que tener cuidado para no perderse en ella.
Teniendo tan solo 10 u 11 años, estudiaba en Baruta, en un colegio que se llamaba G.E. SOROCAIMA. El colegio en sí, quedaba ubicado en una loma. Hermoso colegio en aquella época. Me sentía muy orgulloso de el. Eran tres pisos de infraestructura, con escaleras que comunicaban los pisos entre sí. Tenía un extenso patio de recreo.
Por mi parte, yo vivía en Prados Del Este. En un sector conocido como Colinas Del Club Hípico. Habia ahi un conjunto residencial llamado "Karina". Ahí, yo residía en la torre b, apartamento 8C. Las torras eran de concreto, recubiertas con ladrillos rojos. Al frente, estaba el centro comercial "MiniHumbold". Más allá, se encontraba el CC Concresa y aún más atrás podia verse el centro comercial "La pirámide". Todos eran hermosos centros comerciales. |
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Todas las mañanas debía peregrinar desde Colinas del Club Hípico hasta mi colegio. Para mi edad en aquel momento, era un viaje largo y pesado. Debía levantarme muy temprano, aún sin amanecer, pues las clases iniciaban a las 7am. A esa hora el frío era intenso y yo titiritaba a causa de él. Una vez que estaba uniformado y salía, sin desayunar, debia abordar un autobús a la vez wue me disputaba el derecho por un puesto dentro del mismo.
Al llegar a mi parada de destino, debía caminar cerca de 5 o 6 cuadras, para, finalmente, subir unas largas escaleras que me permitirían accesar al colegio.
Ya en mi salón de clases, habían unos ventanales enormes, a través de los cuales entraba el aire fresco de la mañana. También podía ver a través de ellos.
Siempre me llamo la atención el hecho de que en la panorámica que se podía observar a través de la ventana de encontraba otra loma y en ella había una gran quinta edificada sobre sendos muros de contención. La quinta debía tener unos tres pisos. Era enorme. Casi tan grande como el colegio. En el muro de contención que quedaba frente de mi mirada, se indicaba en letras negras: SE VENDE. Y más abajo podía leerse el precio de venta: 380 millones.
En eso, vuelvo a la realidad. Veo mi taza de café. Sin pensarlo mucho, saco el recibo del café. Pues sí. Acabo de pagar 500 millones por un café. Quizá, si hubiera preguntado antes, no hubiera tenido que pagarlo. Pero de hecho, hubiera preferido pagar la quinta y quedar con algo de cambio.