Estar en una ciudad donde el calor y la desidia se juntan es como estar en el mismo infierno. esta vez les hablare un poco de lo que es el periplo de montarse en un bus en Maracaibo.
Luego de culminar el mes de mayo, la ciudad entra en meses de veranos, que suele ser extremadamente calurosos, alcanzando temperaturas de 40 grados intensificándose el sol.
Esta situación se agrava cuando te toca salir a la calle y eres un ciudadano de a pies y pobre, lo cual no te da otra opción sino el uso del transporte público, o lo que queda de ello.
Un de las rutas más larga y usada es el bus de San Martín, el cual inicia su recorrido en la Curva de Molina y finaliza en la Avenida el Milagro, de los cuales la mayoría de sus pasajeros hacen la ruta completa, ya que comunica el oeste de la Ciudad con el Norte, lugar donde muchos habitantes de la zona oeste trabajan.
El periplo comienza cada día, cuando solo con pensar que debo hacer de todo para poder llegar a mi lugar de trabajo. Una vez mentalizada que debo salir a ponerle el pecho a la vida, así ella me dé la espalda, me levanto muy de madrugada para que como se dice en criollo, “el Vergero” sea menos. Una vez dispuesta a salir, rezo a todos los santos que conozco, para llegar sana y salva a la parada donde debo tomar el autobús, puesto que la delincuencia es desatada (pero ese es otro tema) y debo caminar algunos metros en la oscuridad desde mi casa a la parada. Una vez allí, la cola, que increíblemente se hace de manera “ordenada” (hasta que llega el bus), es kilométrica, ya que solo son dos o tres unidades las que están activas y la demanda es enorme.
Pero bueno, una vez saltados todos los obstáculos, escuchadas mis oraciones, y tener que esperar al menos 2 horas 40 minutos llegó el bus y me logre montar luego de recibir empujones, pisotones y “metedera de mano”. Una vez iniciado el recorrido, lo primero que se escucha una voz llorosa y desesperada “ese chamo me robó, me saco el teléfono del bolsillo”
Una vez superado el tema del hurto, a pocos metros el “colector”, persona encargada de cobrar los pasajes, inicia su labor, al final de la unidad en medio del bullicio de la gente, se escucha al colector grita “¡EL PASAJE ES A 20 Y NO SE ACEPTAN BILLETES DE MIL!” - lo cual ambas solicitudes son ilegales, la primera porque la tarifa establecida por el organismo que rige el transporte son 10 bolívares y la otra porque según las leyes venezolanas esos billetes aun están vigentes, (después le echo el cuento del porque no aceptan los billetes)- llega a mi puesto y me cobra, pretendiendo que me va a cobrar 20, pero yo solo tengo 10 para darle, me mira y me hace seña como “¿que paso?” yo lo mire y como las mismas señas le di a entender “no tengo más” me miro feo, pero no me dijo nada...
Siguiendo el camino, que regularmente dura entre 50 y 80 minutos, a un poco más de la mitad, se suben dos hombres de edad avanzada, por un momento me condolí de ellos al ver su dificultad para subir, eran como las 3 de larde, diría un católico empedernido, “la hora de la misericordia”.... al acercarse a mi lugar, un olor algo extraño llego a mí, era licor, si tal cual LICOR, ósea estaban “borrachos” lo cómico no fue eso, sino que su borrachera los ponía alegres y querían compartir su “traguito” con todo los que íbamos y hasta pretendían bailar dentro de la unidad, que iba llena en su totalidad.
Esta fue solo una anécdota de las miles que tenemos los usuarios del transporte público, en especial el de Maracaibo, que su gentilicio es particularmente colorido....
Con esto me despido hasta una próxima publicación, espero sea de su agrado y con ello conozcan un poco de nuestro día a día.
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