La historia del dinero es la historia de la humanidad. Los paradigmas sociales y los adelantos tecnológicos de la época, determinan las propiedades y elementos del sistema monetario. Prácticamente todo puede ser utilizado como objeto de cambio, sin embargo algunos bienes serán más prácticos que otros para comercializar. Un objeto valioso en mi comunidad pueda no tener valor o el mismo valor, en otro país. Así también, no todos los bienes son fácilmente divisibles ni almacenables. Estos son algunos problemas que presentan los llamados “dinero mercancía” que en la actualidad podrían ser la gasolina, bebidas alcohólicas, comida enlatada o detergente de ropa, por mencionar algunos bienes que son utilizados o consumidos por prácticamente cualquier persona, por lo que su valor está intrínsecamente determinado por su utilidad. Sin embargo, seguramente que almacenar una cuantiosa cantidad de gasolina resultará una práctica muy riesgosa, o querer pagar una cantidad exacta con latas de atún sería algo imposible por la necesidad de dividir una lata en fracciones sin que pierda su utilidad.
El oro, la plata y otros metales preciosos pueden ser utilizados como dinero ya que son divisibles, perduran en el tiempo y su almacenaje y transporte es relativamente práctico. A pesar de que tienen un uso en la vida actual, por ejemplo el oro es un excelente transmisor de electricidad y conductor de calor, su precio es determinado en el mercado por el valor que las personas creen que tiene, no por la utilidad que representan como bienes de consumo. Hasta hace no muchos años, el oro era utilizado como el principal medio de cambio, aunque no directamente, sino a través de certificados de depósito que tenían una mayor portabilidad, asiendo así todavía más sencillo la cuestión del cambio, los pagos exactos y la portabilidad del mismo. Estos certificados de depósito eran billetes y monedas comunes y corrientes pero estaban respaldados por metales preciosos por su emisor.
A esta esquema se le denominaba el patrón oro, y funciona porque los gobiernos emisores de dinero se comprometen a intercambiar los billetes en cualquier momento por oro, un bien común y valorado en todo mundo. Para garantizar esto, el emisor nunca debe de emitir más dinero del que puede respaldar con oro, pues esto generaría una injusta depreciación de todo el dinero en circulación. Cuando varios países participan en esta práctica, se mantienen tipos de cambio fijos entre las monedas de los países.
Bajo este esquema, uno podía llevar oro de un país a otro como instrumento de inversión. Esto efectivamente generaba que se redujera la oferta monetaria de un país, ya que al regresar al gobierno el dinero por éste emitido a cambio de oro. En contraparte, el oro depositado en las cuentas del país en donde se va invertir genera que el gobierno emita el dinero correspondiente. De esta manera, no habría ningún efecto inflacionario ligado a la sobreimpresión de dinero ni por la contracción monetaria.
Con el nacimiento del Fondo Monetario Internacional, desde 1945 el oro ha tendido a inmovilizarse y los gobiernos ya no respaldan en nada sus monedas. En cambio, junto a la adopción forzada del dinero fiduciario no respaldado por nada, se instauró un sistema de tipos de cambio fijos, intervenidos por las autoridades. Este sistema, que puso al dólar estadounidense como moneda de reserva internacional, le facilita a este país implementar políticas expansionistas que involucren la emisión de moneda para el impulso de las actividades productivas dentro de ese país, puesto que la pérdida del valor adquisitivo se comparte con todo el mundo que utilice el dólar como moneda de respaldo. En lugar de regular este tipo de políticas expansionistas que ponen dinero fácil y rápido en las manos de los gobernantes, lo que se hizo para prevenir la pérdida en el valor adquisitivo de la moneda de reserva internacional fue permitir que los tipos de cambio fueran más flexibles.
En la actualidad, el sistema financiero internacional depende de la intervención de las autoridades para manipular los tipos de cambio de varias formas. El precio en el mercado obedece las fuerzas de la oferta y a demanda, pero el estado juega el papel de un participante desbordado en capacidades y tamaño, lo que le permite controlar los precios mediante su propia oferta o demanda. La ineptitud de las autoridades a ejecutar correctamente este modelo financiero se observa en las repetidas crisis financieras que enfrentan los países, en las cada vez más constantes quiebras de sus instituciones bancarias (y rescate de las mismas) o incluso la incapacidad de los gobiernos de hacer frente a sus deudas.
El dilema sobre la intervención del estado en la política monetaria queda expresado en la máxima de Milton Friedman que dice que la inflación es siempre y todo lugar un fenómeno monetario. Es decir que los problemas que genera la inflación son generados por los errores de la intervención en la política monetaria. También puede ser observado en la relativa estabilidad que se gozaba antes, cuando el dinero no podía ser creado “de la nada” por haber estado respaldado en metales preciosos. Difícilmente se producirá una escalada acelerada y sostenida de precios por razones productivas. Es decir, que el incremento de la producción nacional puede generar un alza de precios, pero no de manera súbita ni constante.
Detectar la inflación de manera anticipada es un paliativo sobre los problemas que genera, pero solo para aquellos afortunados que estén en condiciones de tomar las medidas necesarias para no verse afectados. Entre los problemas derivados de la inflación están el desaliento a ahorrar, la canalización de inversión a actividades no productivas, la distorsión de la relación de precios y los costos por los constantes cambios sobre la información de los precios.
Las políticas gubernamentales que son las fuentes más comunes de inflación están relacionadas con la búsqueda del desarrollo (y su fracaso) o con la incompetencia del gobierno de sujetarse a sus presupuestos. Con el pretexto de generar crecimiento económico, al gobierno se le permite la impresión monetaria para canalizar esos flujos a actividades productivas e inversiones en sectores estratégicos. Sin embargo, comúnmente estas intenciones se pervierten y estos recursos son más bien utilizados con fines populistas y por gobiernos protagónicos, que lejos de incrementar la competitividad, se limitan a mantener los índices de pobreza en el mínimo tolerable. Así mismo, estas tendencias también hacen que los gobiernos incurran en déficits presupuestarios, que son inmediatamente resueltos mediante deuda externa o interna, lo cual también impacta y hace crecer la masa monetaria. Es decir, si el objeto es erradicar la inflación, las inversiones se deben de realizar no en políticas públicas de corte popular, sino en aquellas que generen competitividad a los sectores productivos del país, preferentemente los que sean prioritarios por su importancia estratégica. Sin embargo, las decisiones unilaterales en materia de política económica que se realiza con el dinero de todos, más bien consisten en “pedir perdón, en vez de pedir permiso”. Adicionalmente, aunque este modelo se ha comprobado perjudicial a lo lardo de los años, tanto en México como en el resto del mundo, siempre y en todo lugar, las políticas keynesianas siguen perdurando puesto que, por lo anterior expuesto, convienen directamente a los gobernantes.
Un concepto complicado de entender y bastante abstracto para utilizar, el de la velocidad del dinero, que es la razón entre la masa monetaria y la suma de todas las transacciones en una economía. Es decir, qué tantas veces cambia de manos el dinero. La utilidad que tiene esta razón es que nos ayuda a interpretar el éxito que tiene la política monetaria de un país, dado que si aumenta la masa monetaria, debe de también generar incrementos en el volumen de transacciones. De tal suerte que si la velocidad del dinero es baja, como sucede hoy en día en los principales países, es porque la oferta monetaria se expande por encima del crecimiento en el Producto Interno Bruto. En estos casos, el efecto inflacionario no se observa, sino que se posterga puesto que el dinero permea de manera “lenta” hacia el interior de la economía. La importancia de medir los impactos de las políticas monetarias con indicadores indirectos, no solo con la inflación, radica en que los gobiernos también son propensos a alterar los registros estadísticos o a alterar las metodologías de revisión de precios que son utilizados en el cálculo de la inflación. En estos casos, si veamos un incremento de precios, lo observaremos principalmente en aquellos sectores que hayan resultado más favorecidos por las políticas expansionistas. En la actualidad vemos incrementos de precios en las acciones de las bolsas de valores, sin que esté esto sustentado por una mayor rentabilidad por la renta producida por estas acciones, sino solo por las ganancias de capital producidas por la escalada de precios en ciertos activos bursátiles. Así también, podemos observar incrementos en ciertos sectores de bienes raíces, sobre todo en los segmentos de alto precio o de lujo, que pueda ser explicado por la concentración de beneficios hacia los estratos sociales más altos. Así pues, no la inflación, sino las políticas monetarias que la generan, también fomentan la desigualdad puesto que produce ganancias de capital principalmente para las personas que suelen y pueden invertir, que casi exclusivamente son los niveles sociales altos, agudizando así la concentración de riqueza.
Ante tantos problemas derivados de la intervención de las autoridades en materia monetaria, debido a la centralización de las decisiones que provoca la concentración del poder en unos cuantos, se han propuesto alternativas monetarias basadas en el uso de activos digitales que emulan metales preciosos, en esquemas que no sea posible intervenir para crear más dinero. Siendo el dinero digital algo fácil de falsificar, se requiere de la integración de varias tecnologías para poder lograr una alternativa de dinero realmente seguro y confiable. Gracias al desarrollo de la tecnología de cadena de bloques (blockchain) es posible emplear el internet, la red de computadoras, celulares y otros dispositivos, para comunicar un nuevo tipo de información, ahora es posible transmitir valor al transferir electrónicamente la propiedad de un activo digital. Similar como lo realizamos actualmente con transferencias bancarias, pero sin la necesidad de intermediarios centralizados. Las ventajas de la adopción de estas nuevas formas dinero digital provienen de sus características digitales y criptográficas, imposibilitando al algún participante económico con poder desmedido (el estado, los gobiernos, las autoridades, los bancos) la capacidad de realizar operaciones de espionaje financiero, la inmovilización de cuentas o el propio robo de los bienes. Así también, la adopción oficial de una moneda con estas características imposibilitaría al banco central de emitir su propio dinero como medio para cubrir el déficit fiscal o para impulsar proyectos productivos, por lo que quedaría claro que la oferta monetaria es originalmente deuda generada por el gobierno sin ningún respaldo. Es decir, las autoridades tendrían que buscar alternativas para subsanar sus fianzas públicas y, al no ser posible emitir dinero de la nada, se verían forzados a pedirlo prestado. Puede ser visto como una versión moderna del patrón oro, pero sin oro y sin certificados de depósito.
Si la confianza en los gobiernos no se hubiera visto erosionada por su pésimo desempeño a cargo del sistema monetario, ni por los tantos fraudes bancarios y bursátiles, ni por el desmedido control que ejercen a su favor sobre la economía, estas alternativas de dinero fueran a pasar desapercibidas ya que no supondrían la solución a ningún problema. Sin embargo, en el contexto internacional actual, en dónde se percibe una pérdida generalizada de esa confianza, así como de una igualmente generalizada inconformidad con el modelo económico, las criptomonedas representan una alternativa real y con mucho potencial. Cabe destacar que, la tecnología que apuntala a las criptomonedas, blockchain, también puede ser aprovechada para solucionar otros problemas similares, como la transparencia en las elecciones políticas o el aseguramiento de las cadenas de suministro. Actualmente hay miles de proyectos en desarrollo que van desde el apoyo a programas de aprovechamiento de energía solar hasta el registro de la cadenas de valor de activos reales como diamantes.
Los anteriores paradigmas, en dónde la deuda excesiva del gobierno no supone ningún problema, por ejemplo, o que es necesario la intervención gubernamental para controlar el sistema monetario, son compartidos por una sociedad bombardeada por estímulos que desvían su atención. En estas sociedades en dónde además hay muchas carencias económicas y de educación, a los individuos no le queda espacio ocioso en sus vidas para que la mente pueda jugar consigo misma, provocando así una de las crisis más invisibles de todas, una crisis de imaginación.
Bibliografía.-
Ramírez Solano, E. (2001). Moneda, Banca y Mercados Financieros: Instituciones e Instrumentos en Países en Desarrollo. México: Pearson Education.
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