El Jugador, de Fiódor Dostoievski, es una novela con matices de autobiografía, debido a la condición ludópata del autor. La historia se centra en las desventuras de Alekséi Ivánovich quien bajo su condición de errante e improvisador representa la categorización de la debilidad, y el canje de la vergüenza por los anhelos del propósito; un propósito difuso, que colinda su realidad y posición en la vida.
Así como se aprecia en los grandes clásicos de la literatura (pues este no es excepción, y su lectura es harto recomendada), la historia deshebra la naturaleza de su protagonista; la naturaleza misma del hombre, de la mujer, ¡del ser humano!; los tintes oscuros en el lienzo de la conducta, la porfía y el interés.
En El Jugador, se entremezclan la arrogancia, la ambición, la vanidad, el desespero y las quimeras de seres tan patéticos como reflexivos. Nos obliga a presenciar, a través de la lectura, los delirios del amor no correspondido, a expensas de la porfía y la fijación; valiéndose estos escenarios como intersecciones que solapan las atrocidades sentimentales por las que atraviesan los personajes y sus insidiosas relaciones.
Dostoievski “juega” con la intención de categorizar una suerte de vértigo por el dinero, proyectando en todos sus personajes la avidez por tenerlo y mantenerlo, a expensas de cualquier designio. En todos menos en Ivánovich, quien preso de un vínculo pasional y desesperada obsesión hacia Polina Alexándrovna sucumbe, ex profeso, ante la pérdida constante del sincero juicio de sus acciones, a pesar de sus atinadas reflexiones (que no son más que las del mismísimo Fiódor.)
Alekséi Ivánovich es el círculo mismo de la adicción y la aflicción; la del ludópata y la del enamorado no correspondido. Que no hace más que girar ante la ruleta de su propia suerte, abyecto al escarmiento, despreciando deliberadamente el provecho de sus coyunturales aciertos, y aceptando, en consecuencia, los desdenes de quienes le circundan como parte de su destino: la ambición como absurdo, y la reivindicación fútil de su nombre ante las voces de la sociedad.
¡Bravo Dostoievski!