Adentrarnos en El Doble, de Dostoievski es pensar en Yakov Petrovich Goliadkin y en la firmeza de carácter. Él es pura inercia, conforme a su acostumbrada pasividad. Su propia inacción le burbujea por dentro en una suerte de angustia constante, de una inseguridad que le define, no sólo como funcionario de baja categoría, sino, también, como ser humano de bajo talante.
A pesar de ser catalogada como obra menor, El Doble, es una novela compleja y trascendental. (¿Qué trabajo de Fiódor Dostoievski no goza de tal categorización?) Los meta-mensajes diluidos en esta pieza, más allá de una correlación de simples y acertadas metáforas, pudiesen ser analizados desde varias perspectivas. Es decir, tenemos, en estructura, a un Goliadkin, personaje principal, a quien le surge un doble lleno de adjetivos, que lejos de perjudicar su supuesta imagen (la de éste último), van en detrimento del Goliadkin original. En la novela, el autor, textualmente, tilda a ese doble Goliadkin II con calificativos como: siniestro; malévolo; ignominioso, indigno, desfachatado, infame, execrable, villano, descarriado, innoble, irritante, desvergonzado, insensible, injurioso, intolerable, pelafustá y granuja. Me valgo en destacar esto para que a posteriori nos adentremos en la naturaleza de ambos personajes, ya que ese Goliadkin II es una proyección, real o no, del genuino Goliadkin.
Sabemos que Yakov Petrovich Goliadkin funge de consejero titular en una empresa, donde por arte de birlibirloque se apersona un doble, idéntico a él, cual mellizo. Punto de inflexión para representarnos, en deducción, lo que más bien veo como -posibilidades- que nos pudiesen ayudar a decodificar el complejo mensaje del autor:
1.- Goliadkin sufre de esquizofrenia, y su condición inerte de “dejar las cosas en su estado anterior”, de ser un espectador pasivo, e incluso, victimizado, lo conducen a delirar, y a pensar que el mundo conspira contra él a través de un supuesto doble que le desafía en competitividad, siendo esto no más que una patología supervisada por el personaje doctor Krestyan Ivanovich Rutenspitz. Goliadkin pudiese brindarse cual joven que rechaza su entorno lejos de comprenderlo. En este caso estaría desvariando en somatización.
2.- Podríamos aludir a la figura de un Doppëlganger, el cual desconoce cualquier vínculo con su supuesto semejante, y por tal razón le es ajeno. Pudiesen explicarse, y hasta justificarse, semejantes mofas por las que se conduce entonces el supuesto doble. Esto es, una rareza en extrema semejanza de otra persona con respecto al personaje. Bajo esta premisa estaríamos limitando los delirios de Goliadkin a trastornos de pura apariencia. Peor aun, que sea alguien no necesariamente parecido pero en quien nuestro personaje quisiese verse reflejado a razón de sus logros, alcanzados no por él sino por alguien que él quisiera ser.
3.- (Me inclino más por ésta) Goliadkin proyecta la idea de otro yo en un ideal de persona, que es él mismo, con otras facultades. Este otro yo es el espectro andante de sus propios anhelos ante un mundo al cual no termina de pertenecer. Fijémonos que (no creo que por casualidad) Dostoievski bordee la idea encontrada en el famoso Capote de Nikolai Gógol:
“Había algo abyecto, servil, espantadizo, en cada uno de sus gestos, hasta el punto de que, si cabe la comparación, se parecía en ese momento a un hombre que, no teniendo ropa propia, se ha puesto la ajena, (…) a un hombre que trata de escurrir el bulto, de desaparecer metiéndose en cualquier sitio, o que, por el contrario, mira a la gente cara a cara para ver si habla de él; o a un hombre que se abochorna, se aturulla y que se siente lastimado en su amor propio.” (Cap.7)
En dado caso reitero que, a mi sesgado y muy probablemente incorrecto juicio, esta novela trate, en rigor, sobre la firmeza de carácter. En su protagonista podemos ver la idea una condición no necesariamente individual, más bien, pudiésemos estar en presencia de una conceptualización de la persona aterrada a razón de las exigencias de su mundo circundante. Ante un escenario no modificable, Goliadkin, tal vez, haya tratado de modificarse a sí mismo en dualidad; insisto, el doble tiene que ser una proyección de sí mismo, real o no, para poder engranar su pasividad frente a una enorme maquinaria externa que le exige mimetismo.
En palabras del mismísimo Dostoievski, es una “ofuscación del entendimiento”. Me figuro: no logra ser-parte-de, y entonces se hace la idea de ser –parte-de. Pero ese espejo choca consigo mismo, por su carácter aparentemente fantasioso; le carcome, le ataca, se burla de él, lo sabotea por completo. Un anhelo que rebota y lo embiste, desesperándolo a más no poder.
Desfallece así este Goliadkin como posible víspera de su propia desaparición, ya que la aparición de un nuevo Goliadkin se vislumbre como el desvanecimiento de su propio ser, dejando de existir en un mundo al cual, digamos, casi, no perteneció, sino en calidad de espectador.
Nuestro héroe sufre entonces trastornos de personalidad, y bien cabe aquí recordar la etimología de la palabra Persona (busque su diccionario), bajo un elemento que se señala en el capítulo 8: la máscara.
Dice Goliadkin:
“…Sólo estoy abordando un tema, desarrollando la idea de que no es rara la gente que lleva máscara, y que hoy en día es difícil reconocer al hombre que se oculta tras ella….”
Goliadkin señala algo que él mismo padece, para suma de su patetismo. En todo caso, tenemos, pues, que este turbado personaje lucha ante el factor sociabilidad, logrando menos que tropiezos y desenfrenos; huyendo en muchos escenarios de la novela que es la vida misma. Peor aun, no se halla. Se siente acorralado, incapaz de modificar nada, y espera a que las cosas vuelvan a su estado inicial o más bien anterior. Él está muy detrás de su propia máscara, eso sí es evidente. Goliadkin es pura aflicción y trastorno. Dice en el capítulo 11: “su aflicción se trocó en extrema agonía”. Imagínense.
En lo sucesivo, la figura de Klara Olsufievna es otro anhelo desdibujado. Un idilio inalcanzable. El amor unidireccional que no puede faltar en cualquier drama que se preste de ser drama. La posibilidad de cura ante sus desvaríos: un escape. Pero luego recula, y huye de nuevo. Goliadkin es harto cobarde.
Los personajes de Dostoievski, en muchas de sus novelas, arden en delirios, y develan su interior en una rigurosa crudeza, la cual presenta una cierta desnudez del alma, una vulnerabilidad del espíritu. Eso se nota con el paso de las páginas; con las idas y venidas de las líneas de sus invaluables textos.
Nevaba en esa Rusia zarista de la novela, tal vez como metáfora de una fría sociedad que se reserva el aceptar o no las posturas de sus miembros; importándole poco lo que en su interior sientan, deliren o anhelen. Poco interés merece el individuo en contraste con ese cúmulo sin ojos y sin alma al que sueña pertenecer: ese inmenso castillo de naipes al que solemos llamar sociedad. Lo cierto es que Goliadkin se victimizó a sí mismo, ajeno siempre a la cordura, por el simple pero complejo hecho de volverse ajeno a sí mismo.
Finalizo mis humildes figuraciones con una cita que se me brinda como escenario de la vida misma y sus vicisitudes, más bien para que usted que lee esto lo interprete a su gusto:
“...Se hubiera dicho que el tiempo se proponía mejorar. En efecto, la nieve medio derretida que hasta entonces venía cayendo en cantidad descomunal empezó a ceder gradualmente y acabó por cesar casi por completo. El cielo quedó en parte visible y, diseminadas por él, aparecieron algunas estrellas. Pero el suelo seguía mojado y fangoso, y el aire pegajoso y sofocante, en particular para el señor Goliadkin, quien, aun sin ello, respiraba con dificultad”.
¡Bravo Dostoievski!!