Un erotismo sutil impregna varias líneas de Emily Dickinson, paradigma de la poesía femenina norteamericana. Estas asoman con más efervescencias en algunas de sus correspondencias a figuras fundamentales de su periplo amoroso. Lo sexual queda transfigurado o tocado por su imaginación, como saltos a otros mundos.
El primer llamado de la sexualidad es de meramente deseo; miro su cuerpo en el mar y se alebrestan mis lebreles, después viene la contemplación de la belleza, me sustrae su figura de Artemisa, paso a lo erótico, a lo lúdico, a lo poético. Una experiencia similar relata un personaje de Boccaccio, a quien se le dice que la mujer es un peligroso animal de cuidado.
Emily Dickinson toca el mar, hasta que el agua la transparenta, la abre al deseo y la sigue el hombre mar (“y él, él me siguió de cerca / seguí su tacón de plata / contra mi tobillo, luego mis zapatos / desbordaron de perlas”), hasta que la unión se hace poesía, erotismo superlativo, despedida, soledad.