EL CEMENTERIO MARINO (Imagen extraída de Zona Franca, revista venezolana de arte y literatura)

in ensayo •  2 days ago 


EL CEMENTERIO MARINO






“El Cementerio Marino” de Paul Valéry (1871-1945), es tal vez la obra más representativa de la poesía occidental de lo últimos tiempos.  Poesía de una delicada exigencia de escritura, rigurosa en su concepción estética y filosófica;  y aunque ella expresa un universo muy particular del poeta, su ciudad natal Sète frente al mar mediterráneo en Francia,  es realmente una visión sucinta de toda la sabiduría y hallazgos  del autor de una trayectoria literaria impecable.  

 

Diez años separa a ésta obra de “La Joven Parca”, otra joya de su creación poética, motivada por sus visiones sobre la arquitectura del poema, su musicalidad, su ritmo.  Valéry muy cerca del pensamiento matemático (T. S Eliot anunciaría que con él llegaba el soñador algebrista), piensa que la poesía tiene un engranaje propio que intenta develar, muy lejos de la inspiración, de los arrebatos de la lucidez.  Digamos un ejercicio de la inteligencia, y es bajo estas premisas que se escribe “La Joven Parca”, obra realmente hermética, donde priva la musicalidad, la perfección de la escritura, la nocturnidad, el sueño, dejando que cada lector le de su propio significado bajo la mirada que queda imantada por la trascendencia de sus versos (“mirábame mirarme, sinuosa y dorada | de mirada en mirada, mis bosques más profundos” ).

 

La joven parca es mordida por una serpiente, o digamos el poeta es tocado por la llama creadora, la conciencia abierta a la creación pura, absoluta de la poesía (“En la llama de la luz que el dolor me dejara | más que sentirme herida me sentí conocerme”);  y es en este ascenso a esta conciencia creadora, que queda un herida, un dejo por la inocencia perdida en lo solar (“Yo era la igual  y la esposa perdida del día | sólo sostén  alegre que yo formé de amor | a toda pudiente altitud adorada”).  Ese paso hacia la noche (“no le doy más al día que un mirar forastero”), es su verdad, sus trascendencia.  El arte se revela, se alcanza.  

 

Hay críticos que sitúan a “La joven Parca” en la nocturnidad.  Es en la noche donde se tejen los enigmas, los secretos, los sueños; aunque en esta larga epopeya moderna, al final, lo solar, la claridad del mar, el “intentemos vivir” del poeta cierra, al igual que en el “Cementerio Marino” el corpus de esta poesía.  

 

“El Cementerio Marino” la obra cumbre de nuestro poeta y filósofo, cierra el ciclo de una poesía que bebe de las raíces del silencio, la introspección, el gozo por el conocimiento, la perfección de la escritura y sobre todo una apertura a lo solar, al júbilo, a lo luminoso.  La conciencia sobre lo fugaz hace escala en su espíritu, al asumir que nada permanece, lo eterno es un engaño, la vida es: sólo movimiento y como el mar  “sin cesar empezando”.  

 

La mirada poética se deja seducir por lo espejeante (“cuando sobre el abismo un sol reposa”), lo demasiado inmóvil ( imagen de lo eterno) y entonces se hace una, o se anula en ella, y esto lo expresan bellamente los primeros textos del poema.  Entonces viene el despertar donde la forma se diluye como fruto y la poesía, por muy perfecta que sea, se disuelva con la misma dulzura en los labios (“Como en fruición la fruta se deshace | Y su ausencia en delicia se convierte | Mientras muere su forma en una boca”);   y lo solar viene a reclamar su espacio, su eco y la vida deja el hechizo por la nada, lo absoluto, los “vanos sueños”, “los ángeles curiosos” en bellas palabras del poeta.  

 

Nuestro destino es partir y partir es un viaje;  y para el artista japonés Matsou Basho, todos somos viajeros de la eternidad.  La muerte se instala como reflexión en parte sustancial del Cementerio Marino, la muerte ese gran tema de la poesía desde su tiempo primario. “El don de vida ha pasado a  las flores” nos dice admirablemente  Paul Valéry, la vida que contrasta con “es espesa ausencia” que representan sus muertos cercanos, familiares; y  es en esta vida donde terminan situándose las líneas de esta gran poesía, no como un mero escape sino como una necesidad ontológica.   

 

Aparece sorpresivamente la imagen de Zenón de Elea, no sé si para decirnos, que todo lo escrito o pensado no es más que una paradoja, como la de  Aquiles que nunca alcanza a la tortuga.  

 

Al final la poesía es un canto, una celebración y como el amor una victoria sobre la muerte: “El viento vuelve, intentemos vivir | Abre y cierra mi libro al aire inmenso,  | Con las rocas se atreve la ola en polvo. | Volad, volad, páginas deslumbradas. | Olas, romped gozosas el tranquilo | Techo donde los foques picotean”.

 

 

 

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