EL TIEMPO: EL VUELO DE UN AVE QUE NO EXISTE

in ensayo •  4 days ago 

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EL TIEMPO: EL VUELO DE UN AVE QUE NO EXISTE


“El tiempo, / es el vuelo de un ave que no existe” así lo expresa un verso admirable de Alfredo Orihuela Gutiérrez en uno de sus textos del libro “ La Persistencia del Tiempo” (2024), su último poemario publicado en la ciudad de Lima. Y de allí ya podemos comenzar a hilar una intención, una poética que emerge de sus bellas páginas. Estos versos ahondan la visión de otro magistral, escrito por el premio nobel Odysséus Elýtis, quien escribe: “el tiempo es fugaz sombra de pájaros”.

El tiempo siempre flotante, herida que amenaza, y como dice nuestro gran Rodolfo Moleiro: el que teje las ausencias. El libro estructurado en tres estancias: Presente, Pasado, Futuro, vértices de un triángulo inscrito en una circunferencia, imagen geométrica tan cara al imaginario de su poesía.

Aunque el libro trata de estancias de vivencias, como realmente lo hace en general toda poesía, apuntan a algo más trascendente, poético e iluminador. El presente una partida incesante, pareciera ser el eco que, como una brisa, un fluir, va marcando el inicio de estas páginas. El presente vivido con asombro, flor de un día que nos hace distinto en cada uno de sus fulgores, nos saca de nuestro íntimo recodo, conciencia y nos lleva a las interrogaciones, a las dudas de si realmente hemos sido, o somos: “Ya, en la tarde / Cuando el espejo incendie mi rostro, / veré a una mujer despedirse de mí / y otra versión mía / emitirá un nuevo gesto: / Abriré mis ojos a otro sol / lactaré de otra madre, / aprenderé de otro padre, / amaré a otra mujer”.

Terminará siendo la noche, o la nocturnidad del poema un salmo, breve, pero eterno en la evocación poética, la que te sustraiga de lo que denominaba Elýtis, la fugaz sombra de pájaros.

El presente se escinde en pasado (tesoro de la memoria) y futuro (posibilidad o don de la profecía) siguiendo un poco la visión agustiniana sobre el tiempo. Una cita de Wallace Stevens abre el camino: “pero no sé / desde que tiempos distantes estás viniendo”. Hay mucho de la soledad de Orfeo en los versos que configuran los poemas de esta segunda parte del libro. El poeta quiere bajar al mundo de los recuerdos, reconstruir una historia, una presencia, pero por más que esté el don de la poesía, de la música, está también el don de la mirada, que te sustrae, te hace voltear la cara, perder a Eurídice, “Pero siempre hay un final: / Abro mis ojos / y el sueño se destruye”.

No puede haber memoria sin olvido, ya esto lo conjeturaba Jorge Luis Borges en un de sus escritos, y la memoria y el olvido se transparentan en esta poesía, se hacen vivibles en las evocaciones de Alfredo, ya sea través de representaciones que se ha hecho del mundo, lo que lo ha marcado; o a través de las singulares vivencias y de su intuición maravillosa que nos trae un resplandor: “Hay un abrupto resplandor / que sumerge todo lo vivido, / todo lo explorado, / todo lo escuchado / en el ruido de la sombra, / en las hojas secas que caen del recuerdo / en las gotas de lluvia”. Pero siempre aparece la melancolía que rompe el hechizo, el animal blanco, que así llama bellamente al tiempo Blanca Picorel en su breve e intenso prólogo a esta obra, como una esfinge instalada en cada momento de nuestras vidas (/Ahora.../ en la utopía de tus labios / la única presencia es el tiempo”).

Acudimos al futuro, tercera estancia de esta gran poesía, para cerrar (o abrir) un triángulo que de por sí será paradójico como modelo de interpretación de un concepto tan deslizante como lo es el tiempo. Ahora es el propio poeta quien abre con un epígrafe: “Llevo un exilio hacia otra vida”, realmente en todas las estancias se ha percibido este exilio. El poeta de por sí es un exiliado de este mundo, porque su visión de vidente lo lleva a ver más allá de las aparentes fulguraciones, como decía nuestro Ángel Miguel Queremel: “Hoy las cosas tienen un color que no le veíamos ayer”.

El futuro como don de la profecía, no gratuita, sino intuida por los desaciertos del hombre empeñado en derruir lo poco de natura que nos va quedando. Poesía de un sentimiento de derrota, de angustia por el devenir, hasta los anocheceres y la luna, tan caros al imaginario romántico y al de notables poetas contemporáneos, se nos presenta con expresiones melancólicas que remiten al presente del pasado “¿Qué será del ave que dormía en el regazo de la luna?”.

El amor que nos salva queda tan enigmático como el tiempo en esta poesía, el amor que nos lleva a concluir con Indra Alma: “No hay tiempo / para nada / que no sea amor”.

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