Vuelvo más por la urgencia de escribir que por lo que escribiré en sí; me gusta el valor de las palabras, pero para que no se apesten las paredes ni se llenen los cajones de cosas inútiles, la basura hay que sacarla.
A veces me entero de la muerte de alguien y pienso que vivimos muy poco.
Luego subo las escaleras y las rodillas chasquean y duelen, y entonces pienso que vivimos demasiado.
Pensar. La vida y las uñas se me van en pensar; cosas como las que me faltan por hacer, pero no se trata de angustia ni procrastinación (no siempre), sino del pisoteado camino que nos condenan a andar, como la escuela, que ya no puedo verla sino como una institución panóptica encaminada al adiestramiento y creadora de algo tan lesivo como lo es el estatus socio-intelectual, una conminación privilegiada disfrazada de derecho humano, y me falta poco más de un año para titularme de una de esas. También pienso en cosas que ya no tienen sentido, cosas que ya hice pero que pienso que pude haber hecho mejor; otras veces pienso en buenas historias que podría escribir, tan buenas que se van hilando solas y mi cabeza no es más que el proyector, que son tan buenas que incluso yo que las hago, me entretengo muchísimo contándomelas, hasta que trato de sacarlas de ahí y ponerlas en aquella hoja blanca tan blanca que me lastima los ojos, y su hogar se convierte en su mausoleo.
Muchas cosas han muerto aquí adentro.
Matamos por odio, rabia, descuido, obligación o conveniencia, nunca por amor, en todo caso, por cobardes. Morir ya es otra cosa. La noche en que me muera, quiero que sea fresca, que ya sea tarde y la ciudad descanse de motores y pláticas sonoras, que corra un aire rico que menee las hojas de los árboles. Me gusta pensar que la lluvia, el viento y las hojas que me rozan, son besos de mi Diosa.
Se supone que este cuerpo debe aguantar lo mismo que aguanta la que lo habita, y mira que aunque sé que no he vivido nada mal, dudo que un saco de huesos y piel me lleve el ritmo mucho tiempo, sino mírame ahora, sentada en el baño a las seis de la mañana, con la cola enchilada y esta gastritis que me hace madrugar y peca de constante. Y pienso en que apenas tengo veintitrés años.
O que ya tengo veintitrés años...
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