Perdonar es muy difícil porque una voz en nuestra cabeza nos convenció de que nosotros somos lo que experimentamos, lo que vivimos, lo que recordamos, incluido el dolor.
Al principio no había voz, no sabíamos lo que éramos, pero eso no importaba, éramos felices y sentíamos con intensidad. Pero poco a poco la voz apareció, nos hablaba del mundo y de nosotros mismos y todo lo juzgaba y la escuchamos tanto tiempo que llegamos a pensar que éramos nosotros mismos. La voz nos invitó a identificarnos con lo que nos parecía bueno: nuestros dones, el aprecio de los demás, las obras bien hechas, los planes futuros, los frutos de nuestro trabajo, poder para crear y controlar, etc. Fuimos hijos, hermanos, padres, amigos, vecinos, colegas de trabajo, profesionales expertos, colaboradores desinteresados, .... Todo eso éramos y cada vez más facetas, y absolutamente todo se volvió necesario. Así llegamos a olvidar que antes de tener y ser todo eso, ya éramos.
Con el tiempo o por circunstancias, por los demás o por nosotros mismo, nuestros dones se marchitaron, los demás dejaron de apreciarnos, se torcieron los planes, hubo malas obras, perdimos los frutos de nuestro trabajo y como nos faltaba algo a lo que nos habíamos aferrado y todo nos era imprescindible, tuvimos miedo de no ser y empezamos a sufrir; y tras algún tiempo así, llegamos ser sufrimiento. Y entonces comenzó el infierno, y "por justicia" al sufrir nosotros, los causantes también deberían hacerlo, para no desaparecer seríamos odio o culpa que reviviera y alimentara el dolor que sentíamos. Para llevarlo a cabo y no rompernos por dentro, pues en el fondo éramos buenos, la voz nos hizo ver a los causantes como seres viles, señalando solo sus defectos e ignorando sus virtudes, y especialmente haciéndonos atacar a aquellos rasgos que nosotros habíamos perdido. En repetidas ocasiones, la voz en nuestra cabeza nos ayudó a rememorar los conflictos dolorosos, exagerando y empeorando los detalles, para conseguir que el tiempo no apagara el fuego en nuestro interior porque si el sufrimiento desapareciera, ¿qué quedaría de nosotros entonces? Y hallándonos en este pozo sin fondo, no podíamos adivinar un alivio o una salida.
Pero habíamos olvidado que la voz en nuestra cabeza nos había engañado desde el principio sobre quiénes eramos y creímos que teníamos que luchar para "ser" y "tener". Ahora que lo recordamos podemos volver a ser sin más, porque no somos belleza, ni fuerza, ni inteligencia, ni aprecio, ni honra, ni planes, ni obras, ni bienes, ni poder, y ni mucho menos odio ni sufrimiento. Tampoco somos padres, amigos o profesionales. Todo eso es pasajero y añadido.
Simplemente somos una brizna de Dios que no necesita nada más que amor y eso ya lo tenemos, por ser Dios puro amor.
Ciertas ramas de la psicología (probablemente basadas en el budismo) denominaron a la voz que nos engañó, "el ego" y la tradición cristiana lo llamó "el diablo". En cualquier caso, el engaño ha terminado, podemos soltarlo todo, incluído el sufrimiento y volver a ser briznas de Dios, briznas de amor.