En Alejandría miré cosas prohibidas, miré cosas indebidas que no tuve por qué verlas visto, cosas que trajeron problemas, y en muchos de los casos me condujeron a la perdición, y el caos se apropió de mí, haciendo de este ser humano alguien miserable.
Estuve sin cerrar los ojos durante varias noches, con los parpados semi abiertos y las ojeras que causaban horror, parecía ya un indigente, sucio, con ropa mal arreglada, y con un hedor que no causaba buena impresión, las personas lo que hacían era alejarse de mí, después de todo, llegué al punto donde no me importaban los demás.
Y en el medio de todo este caos miré quién era amistad, quién era hermandad, y quién era familia. ¿Mi familia? Mi familia me tenía envidia, ¿amistad? Todos fueron unos traidores, ¿hermandad? Los que aún siguen a mi lado apoyándome, cuidándome, y aconsejándome.
Tropecé con una piedra mientras que salía de mi casa con ira, con enojo, mientras me encontraba histérico y cegado por el demonio, los vecinos se me quedaron mirando, y sin importarme nada bajé la cabeza mientras me tapaba con la capucha de la chaqueta dejando todo atrás. Mientras que más me alejaba, menos escuchaba a mi madre gritándome, y fue un momento se satisfacción por unos minutos.
Pero sin precedencia volteé atrás, y miré a esa vieja que tanto luchó por mí de rodillas en la puerta de mi casa, comprendí que por más que sea hay decisiones que nos pueden llevar a la derrota, pero cansado ya estaba, y no podía seguir como lo venía haciendo.
Con todo el dolor del mundo y mi alma hecha pedazos seguí adelante, secándome las lágrimas que salían de mis ojos, y en alejandrÍa noté lo largo y ancho que era el camino, pero con mi mochila y mis jeans apretados estaba preparado para lo largo y cuán difícil era la vida.
