Nací en un pueblo pintoresco donde todos nos conocíamos; los niños íbamos a la misma escuela y crecíamos juntos entre sueños, juegos y tareas. Los vecinos eran gente amable y trabajaban la tierra para luego vender sus cultivos.

La iglesia del lugar era nuestro orgullo y es realmente bonita. En la fachada habían diseñado una especie de torre para albergar las campanas; también tenía un reloj y terminaba con un capitel puntiagudo que siempre me pareció que se dirigía al cielo y que en vez de ser parte del campanario era un cohete espacial escondido dentro de la iglesia. Culpa de esto eran mis muchas lecturas de un escritor llamado Julio Verne a cuyas obras estaba apegado.

El párroco se llamaba Nicolás y era un hombre bondadoso y educado que vivía en la casa parroquial con su hermana María. Ella se encargaba de poner orden y de su hija Elena. Esta niña era una de mis compañeras de colegio y yo estaba enamorado de ella. En verdad éramos novios o pololos como se mofaban de nosotros en clase, durante el recorrido de la escuela a la casa, en misa y en donde nos encontraran juntos. Yo tenía la firme convicción de casarme con ella cuando fuera grande. Elena era linda, amable, buena y amaba las flores porque decía que repartían sus colores y perfumes a la gente pidiendo muy poco a cambio.

Un día durante la misa, el padre Nicolás nos habló de la vida, la muerte y algo llamado el paraíso. Decía que teníamos que portarnos bien, no caer en pecado y de ser así iríamos al cielo. Salí de la iglesia tomado de la mano de Elena reflexionando con la idea del pecado, el paraíso y todas las cosas que nos dijo el cura. Esa noche cayó el aguacero más terrible que he visto en mi vida. Los truenos se sucedían por doquier. No pude conciliar el sueño. Un desasosiego me perturbaba y no sabía qué era.

Al día siguiente muy temprano, el padre Nicolás vino a visitarnos a casa. Nos dijo que Elena había muerto por culpa de un rayo al salir a resguardar sus flores. Enloquecí y le caí encima al cura preguntándole: ¿Dónde estaba Dios en el momento de morir Elena? ¿Él acaso no protege a la gente buena? ¿En verdad existe? Me miró derrotado y no dijo nada más.