Imagina que el ser humano llega a un nivel experto para controlar la mente como el que controla a un personaje de un videojuego en su versión más difícil. Imagina que al llegar a ese nivel pudieras engañar a las propias neuronas de tal forma que sin hacer ejercicio tuvieras músculos. Ahora deja de imaginar.Dicen que con tan sólo la mitad de un cerebro humano el hombre tiende a asumir que sus sentidos les dan acceso directo a la realidad más objetiva. Lo cierto es que la verdad es menos directa y mucho más propensa a inducir a crisis existenciales: los sentidos no proporcionan al cerebro una descripción multifacética del mundo exterior.
Todo lo que el cerebro tiene que trabajar son una serie de impulsos eléctricos entrantes e imperfectos que anuncian que las cosas están ocurriendo. Es entonces cuando aparece el trabajo de las neuronas para interpretar rápidamente estas señales de la mejor forma posible para luego sugerir cómo reaccionar.
Si nos fijamos atrás en el tiempo, este sistema neurológico ha hecho un trabajo bastante bueno a la hora de modelar el mundo. De hecho, los antepasados de los seres humanos modernos evitaron ser devorados por otras criaturas antes de procrear. Eso no quita que el cerebro humano siga siendo relativamente fácil de engañar.
Las ilusiones ópticas, los sueños, las alucinaciones, los estados de conciencia alterados y el efecto placebo son sólo un puñado de casos familiares donde lo que el cerebro percibe no corresponde a lo que realmente está ocurriendo. Cuando formamos un modelo coherente del mundo a menudo se basa en componentes imaginarios. Como resultado, esta pseudo-realidad imaginada puede ser tan convincente que puede llegar a tener efectos inesperados en el cuerpo físico.
En la década de los 80 se pensaba que el futuro de la informática (y prácticamente todo lo demás) residía en la realidad virtual. Es curioso, porque hasta hace muy poco casi ningún hogar tenía algún tipo de realidad inmersiva o máquinas de realidad virtual.
En cambio, la tecnología y sus dispositivos se pueden encontrar en muchas instalaciones médicas desde hace tiempo. Hablamos de lo que se denomina como terapia de realidad virtual (TRV), una fórmula dirigida a las condiciones neuropsicológicas tales como fobias y trastorno de estrés postraumático. Sin embargo, puesto que todo lo que experimentamos tiene mucho que ver con el cerebro, el rango de las aplicaciones potenciales de la TRV es mucho más amplio que esto.
El uso de la TRV salió de la Universidad de Washington, espacio donde los investigadores Hunter Hoffman, David Patterson, y Sam Sharar se han dedicado a trabajar con ella desde 1996. ¿Qué hicieron? Básicamente se han centrado en tratar el dolor insoportable de las víctimas de quemaduras severas. El dolor es una respuesta neurológica muy sensible a los factores psicológicos. Por ejemplo el dolor es particularmente susceptible al efecto placebo, que depende simplemente de la expectativa de que un tratamiento particular funcione.
Los investigadores sabían que las víctimas de quemaduras suelen tener flashbacks sobre las escenas de sus accidentes, y esto intensifica su sensación de malestar. La novedad en el trabajo de los investigadores fue que los pacientes experimentaron mucho menos dolor de sus quemaduras si se imaginaban que estaban fríos.
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