Con el reinado de los Reyes católicos se abre una nueva coyuntura política marcada por un resurgimiento a todos los niveles: unificación política que conduce a la pacificación en el interior del territorio, unificación religiosa, descubrimiento de América, final de la Reconquista con la toma de Granada, publicación de la primera gramática española, etc.
En este contexto se inician nuevas construcciones por parte de la monarquía, que busca un arte capaz de expresar la unión de las dos coronas y los nuevos valores de la institución monárquica como imagen de poder. Los nobles que habían estado guerreando unos contra otros e incluso contra la propia monarquía, en esta nueva época de estabilidad política se retiran a sus territorios donde se dedican a construir su propia imagen de poder y a reflejar su identidad a través de la arquitectura.
Se inicia así una oleada arquitectónica constructiva de renovación basada en un nuevo lenguaje denominado Gótico Isabelino o Gótico de los Reyes Católicos, caracterizado por un decorativismo en muchos casos excesivo, en el cual se complican las nervaduras de las bóvedas, se emplea todo tipo de arcos y una profusa decoración de finos labrados, pero a su vez se denota una simplicidad de la complejidad constructiva y pérdida de la carga simbólica de la luz coloreada del gótico, ya que las nuevas construcciones no van a ser exclusivamente religiosas, desarrollándose una arquitectura civil muy importante.
En este periodo a finales del Siglo XV y principios del siglo XVI el gótico isabelino coincide con las primeras manifestaciones del renacimiento en Castilla. El tardogótico supuso una renovación arquitectónica muy importante, de hecho, en muchos contratos y tratados se lo denominaba como la forma de construir a lo moderno, identificándose al incipiente estilo renacentista como la forma de construir a la antigua o a lo romano.
La tipología de iglesias se simplificó desarrollándose una iglesia de nave única y cabecera poligonal, cuyo ejemplo más notorio es el convento e iglesia de San Juan de los Reyes de la orden franciscana construido por Juan Guas en Toledo, bajo el patrocinio de la reina Isabel I de Castilla. Esta simplificación permite trasladar esta tipología constructiva a construcciones tan importantes como la Capilla Real de Granada o las capillas funerarias de la nobleza como la Capilla del Condestable en Burgos o la de Álvaro de Luna en Toledo, pero también a un gran número de construcciones medias o menores, renovándose muchísimas iglesias parroquiales. Aparecen nuevas tipologías de edificios civiles, como los hospitales (Hospital de la Santa Cruz en Toledo, el de Granada o Santiago), una nueva arquitectura fortificada, palacios señoriales plenamente ciudadanos ya que se encuentran insertos en la trama urbana de la ciudad, como el Palacio del Infantado en Guadalajara construido por Juan Guas para los Mendoza, que destaca por una arquitectura fortificada que responde más a una imagen de poder que a una necesidad defensiva ya que carece de torres en las esquinas y la fachada presenta una exuberante decoración con cabezas de clavos y mocárabes.
En este momento destaca la relación que se establece entre los arquitectos y mecenas que implica ya una actitud completamente renacentista. Los constructores de este periodo están muy ligados a la familia de arquitectos hispano-flamencos que desde el siglo XV venían actuando en Castilla, quienes habían introducido las formas tardogóticas europeas como Hanequin de Bruselas. Destacando en este periodo los arquitectos Juan Guas, Antón y Enrique Egas y como mecenas la reina Isabel I de Castillas y los Mendoza.
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