No me preguntéis qué es lo que es, pero hoy me siento especialmente guapo. No es algo que pase todos los días, ni mucho menos. De hecho, lo normal es todo lo contrario: soy un tío más del montón, de esos que hacen que la media baje un poco, y algo fuera de forma. Sin embargo hoy había algo especial en el aire porque tenía la autoestima llegando a límites desconocidos.
Quizás hubiese funcionado la sesión que había tenido el día anterior. Bueno, lo llamo “sesión” porque “cita que no podía haber ido peor” era muy largo. Como mucha gente hoy en día, un recurso al que suelo acudir es Tinder. A pesar de ser del montón y no poseer ningún rasgo de estos que puedan echar algo para atrás, tengo muy mala suerte en el amor. Mis amigos ya me habían dicho que la atracción no dependía tanto de la belleza de la persona si no de su sex appeal. Y yo parecía tener ambos apagados o fuera de cobertura.
De ahí que, en temporadas en las que todo indicaba que conocer a alguien de manera natural estaba complicado, me daba una vuelta por la aplicación del amor. No lo voy a negar, a veces tengo mala suerte y encuentro chicas un tanto raras o que no son para nada de mi estilo. No os engañéis, no busco a la típica chica guapa con cuerpazo, quiero a alguien con personalidad con quien fuera posible mantener una buena conversación (suena muy típico, ¿no?).
Aquella vez parecía que había encontrado a alguien que cumpliera mis pocos requisitos. Habíamos hecho el ansiado “match” y habíamos comenzado a mantener una conversación muy interesante al poco tiempo. Habíamos hablado de todo un poco y, como la cosa iba viento en popa, decidimos quedar una semana después de aquel match.
La chica, que se llamaba Daniela, había tenido un comportamiento normal al principio de la cita. Hablábamos como habíamos hecho por el chat y parecía que las cosas iban a salir bien. Sin embargo, en algún momento de la tarde, algo cambió. No fue que se volviera loca y empezara a tirarse de los pelos y a gritar en medio del bar, pero la conversación tomó un rumbo un tanto curiosos - por decirlo de alguna manera.
De hablar de nuestras vidas, gustos, intereses, pasamos a que Daniela me hiciera preguntas del estilo “teniendo la edad que tienes, ¿no te da miedo quedarte solo para siempre?” En ese momento, no supe muy bien cómo debía tomármelo y respondí de la mejor manera que pude para salir del apuro. Todo cobró sentido cuando ella me dijo que estaba haciendo un máster en psicología y que le interesaba mucho el tema del amor y las creencias tradicionales que aún perviven en todos nosotros aunque no lo creamos.
A partir de ahí deduje que la cita se había convertido en una entrevista para el trabajo de fin de máster de Daniela. Me sentí muy raro, como sometido a un interrogatorio. Así que, en cuanto pude, dije que se me hacía tarde y que me tenía que ir. Eso sí, de la sesión saqué algo muy valioso que me había dicho ella: que había gente que pensaba que el 60% de la belleza que perciben los demás sobre nosotros no proviene de nuestras facciones si no la confianza y seguridad en nosotros mismos que transmitimos. Entonces, gran parte de la belleza percibida se basaba en la actitud que tuviera cada persona.
Por eso al día siguiente (es decir, hoy), cuando me levanté, me miré al espejo, adopté la posición de poder y me dije a mí mismo que podía con todo, que tenía una gran personalidad y que feo-feo, no era.
Cuando salí a la calle, ya noté los primeros efectos: la gente se me quedaba mirando - algunos más de reojo y otros más directamente. Las personas me dirigían sonrisas y eso, cada vez, me daba más confianza y, por consiguiente, mi belleza percibida iba en aumento. En la cafetería me crucé con una chica que me llamó bastante la atención, pero no me atreví a entablar conversación con ella. Poco a poco.
La seguridad en mí mismo iba en aumento, me sentía un Johnny Bravo de la vida. Llegué al edificio donde trabajo y subí al ascensor como de costumbre. Justo cuando las puertas de iban a cerrar, apareció mi amigo Aaron. Puse el brazo entre la puerta para que le diera tiempo a entrar.
- ¿Qué tal la cita de ayer? - preguntó el amigo.
- Pues que no va a haber otra cita más - respondí.
- Bueno, no te preocupes, ya encontrarás a otra.
- Pues creo que sí, además hoy estoy con el guapo subido. Todo el mundo por la calle se me quedó mirando, varias chicas de muy buen ver…
Aaron me miró de arriba a abajo. Sonrió. Ahí fue cuando me di cuenta que hasta Aaron lo estaba viendo. Hasta que él soltó.
- ¿Y eso no será a que andas con la camiseta del revés y una mancha de chocolate en la cara de un tamaño bastante considerable?
Me miré al espejo. Y así como mi confianza se había venido arriba, se desplomó a velocidad récord. Seguía siendo el tío del montón tirando para abajo en baja forma que no se sabía limpiar la cara ni vestir.