Reiner y Adolfo (historia)

in historias •  4 years ago  (edited)

"Reiner y Adolfo"​


La exploración urbana es un placer para muchos. Reiner y Adolfo pertenecen a ese grupo. Localizaron una casa de tres pisos abandonada a la orilla de un lago al otro lado de la ciudad, en una zona boscosa y apartada que marcaba el final de la urbe. Era casi como una selva virgen, pero un camino de piedra desaparecía esa ilusión. La vivienda se veía a lo lejos desde el inicio de la senda. El sitio era amplio y poco descendente.​
En averiguaciones a individuos que encontraron en la zona industrial cercana —a unos tres kilómetros del lugar selvático—, se decía que la casa había sido el escondite de unos soldados durante la Segunda Guerra Mundial; que fue utilizada por una antigua secta india para rituales caníbales; otro señor afirmó haber visto al mismísimo diablo rondando por ese sitio. Ellos tomaron esas declaraciones como las clásicas «leyendas urbanas». Pero todas las afirmaciones de las personas tenían algo en común: aseguraron que ese lugar está abandonado desde hace décadas y que nadie baja hacia esa zona.​
Alistaron las cosas necesarias para la exploración en casa de Reiner. Era poco más de mediodía y la luz del sol era un punto clave en este sendero que iban a recorrer. ​
​ ​ ​ ​ —Por cierto, —preguntó Adolfo— ¿funcionaron las pastillas que te di para María?​
​ ​ ​ ​ —Si, brother. Con un trago fue suficiente. Quedó tiesa como un cadáver. Me divertí con ella toda la noche y al otro día despertó sin recordar algo —comentó Reiner con una sonrisa—. De hecho, esta semana me ha ido bien. He disfrutado con varias.​
​ ​ ​ ​ —Así se habla, viejo —afirmaba Adolfo mientras le daba unas palmadas en la espalda—. A veces no hay que complicarse tanto. No hay mujer difícil, solo sobria. ​
​ ​ ​ ​ —Es verdad, eso lo aprendí con tu hermana —soltó Reiner intentando no reírse.​
​ ​ ​ ​ —¡Callate! —exclamó Adolfo— ¡Estúpido! —Luego lo empujó.​
​ ​ ​ ​ —Ja, ja, ja.​

Estacionaron el carro lo más cerca posible del camino de piedra. Se bajaron de sus asientos. Ambos fueron al baúl de la camioneta y bajaron los equipos: dos mochilas con agua, kit de primeros auxilios, linterna, cascos y cuerdas, navajas multiuso y dos wookie tookies. Adolfo llevaba una pistola para cada exploración, por si las cosas se complicaban con algo o alguien.​
Empezaron a bajar y se llevaron la sorpresa de que el sendero era más largo de lo que se apreciaba arriba. Entraron en la zona frondosa. Ambos se detuvieron un momento para contemplar el lugar. Pasaron unos segundos y seguían sin moverse ya que intentaban asimilar el extraño acontecimiento, un hecho que les erizaba la piel ya que no es algo común: no se escuchaba ningún sonido. En un bosque siempre existe algo que suene: desde el viento que pasa y mueve algún árbol, hasta algún insecto o animal que habita por allí, pero este sitio carecía de eso. ​
Era un bosque, de eso no hay duda, pero carecía de algo fundamental lo cual es la ciencia de esta clase de sitios: la naturaleza. Era casi como una especie de maqueta de bosque pero a escala real. Se inquietaron al darse cuenta de este hecho.​
Sin embargo, decidieron continuar con lo que habían ido a hacer. Llegaron al final del camino, cruzaron el pequeño lago sin profundidad y la casa estaba en frente de ellos. Mientras caminaban hacia ella, trataban de ignorar la sensación instintiva de que alguien los estaba observando, pues creyeron que la extraña impresión del sitio les había producido eso. No era su primera exploración, pero si era de las pocas veces que se habían conmovido de esa manera durante una exploración.​
Entraron en la casa. Sus percepciones capciosas fueron disminuyendo a medida que la recorrían con la vista, ya que el hogar tenía un aspecto antiguo y normal. Estaba en condición de abandono, por supuesto, pero no tenía nada fuera de lo común. Notaron que era una especie de domicilio de antaño. Los habitantes que quedaban parecían ser las partículas de polvo que había en las superficies de madera. La planta baja tenía una sala grande con unos juegos de muebles de madera que denotaban que nadie les había dado cariño desde hace décadas. En el lado izquierdo había una cocina con un mesón y unas sillas. Juegos de cubiertos y vasos de madera. En el medio del piso se encontraba una escalera grande con opción de cruzar a la derecha o izquierda para el piso superior. Empezaron a subir y Reiner fue por la derecha. Adolfo se quedó en la escalera viendo como Reiner subió y empezó a entrar en las habitaciones del hogar. Luego volvió a mirar el piso de abajo y se quedó contemplando el juego de muebles de madera y lo que alcanzaba a mirar de la cocina. ​
«La clase alta del siglo pasado tenía gustos raros» pensó Reiner, luego de un largo rato. Siguió pensando con respecto a las épocas en la historia de la humanidad.​

Un sonido lo jaló de la nube de pensamientos en la estaba perdido.​
​ ​ ​ —Deberías venir y ver esto, todas las habitaciones son iguales —le dijo Reiner a través del wookie tookie.​
Adolfo tomó su wookie tookie para responder.​
​ ​ ​ ​ —¿Dónde estás? —preguntó.​
​ ​ ​ ​ —En el tercer piso, —respondió Reiner— ¿no es raro que para ser una casa normal, las divisiones entre pisos sean grandes y las habitaciones sean tan espaciosas? Además, no hay nada en las gavetas.​
​ ​ ​ ​ —Aún no he visto los cuartos. Iré subiendo —comentó Adolfo mientras subía las escaleras del lado izquierdo.​
​ ​ ​ ​ —Ok, estoy viendo a través de una ventana en la última habitación del lado izquierdo.​
​ ​ ​ ​ —Ahora te alcanzo —contestó Adolfo y se puso el wookie tookie en la cintura.​

El primer piso solo tenía habitaciones. Eran espaciosas y todas iguales, como dijo Reiner. Adolfo empezó a teorizar que quizás el lugar era una especie de hospital o un hotel. Era lo más lógico. Pero todavía no hallaba una explicación de por qué esa estructura estaba en medio de un bosque. Entró en la habitación que estaba al lado de la escalera. Era exactamente igual a las otras: una cama vieja y una gaveta con una lámpara de gasoil arriba. Pero este cuarto tenía un cuadro colgado en la pared que daba a la cama. En el cuadro había un hombre acostado sobre unos escombros, sujetaba un cuchillo e intentaba defenderse de una especie de bestia que tenía una cara de camarón de mar y su cuerpo era antropomorfo. En vez de antebrazos llevaba unas tenazas similares a las de una mantis religiosa y sus antepiernas eran esqueléticas. Detrás de esta criatura había otros monstruos similares, sentados sobre unas rocas y expectantes ante el suceso.​
Adolfo intentaba entender el significado de este cuadro. Casi nunca acertaba, pero le gustaba probar suerte. Se aburrió y dio la vuelta para salir del cuarto. Su mirada distinguió una especie de papel debajo de un gavetero que estaba al frente de la cama. Se agachó, extendió su brazo y lo tomó. El papel era de color amarillo. Estaba polvoriento, antiguo y arrugado. Lo sacudió un poco para quitarle el polvo y lo estiró para intentar darle algo de forma, —como cuando intentas enderezar un pedazo de alambre usado— para leer lo que decía. Las palabras estaban escritas a mano, «quien escribió esto tenía el pulso nervioso, o quizás fue un niño que estaba aprendiendo a escribir» pensó. El pedazo de papel tenía escrito: «Los monstruos son reales». No le dio mayor importancia. Lo volvió a arrugar y lo lanzó encima de la cama.​
Salió de la habitación y empezó a subir las escaleras. Escuchó un grito horrible proveniente de un piso de arriba. Un grito de dolor y sorpresa; un grito que rompe la atmósfera silenciosa de un lugar y la viste con el suéter incómodo del suspenso. Distinguió la voz, era Reiner. Se asustó y fue corriendo hasta donde le había dicho que estaba.​
​ ​ ​ ​ —¡Reiner! —gritó con fuerza mientras subía.​

Entró en la habitación. Reiner estaba en el piso cerca de la ventana. Tenía una flecha larga clavada en el pecho, en el final había una tela blanca con algo escrito, o eso parecía. Se retorcía estando boca arriba en el piso, parpadeaba rápido y apretaba sus dientes y sus puños con fuerza.​
​ ​ ​ ​ —¡Reiner! —exclamaba Adolfo mientras intentaba sujetar alrededor del pecho de su amigo, intentando que no se moviera— ¡Reiner! ¡¿Qué es esto, amigo?! ¡Hay que irnos de aquí!​
​ ​ ​ ​ —Me duele mucho, viejo. Me…, duele —decía Reiner con una voz ahogada, como si las palabras se agarraran de su cuello para no salir.​
Adolfo estaba inquieto y aterrado. Analizaba si la flecha era muy profunda e intentaba recordar qué podría servir de los primeros auxilios que tenían en sus bolsos. Pero le llamó la atención la tela blanca que estaba en la parte final de la flecha. Al leer lo que tenía escrito, su piel se erizó y sus ojos se llenaron de un horror indescriptible.​
«Primer objetivo: capturado. Segundo objetivo: esperando a que llegue y permanezca junto al primer objetivo» decía la tela blanca. Iba a decir algo, pero le impidió hablar una flecha que pasó por la ventana con la fuerza de una bala y atravesó su cráneo, haciéndolo caer en el suelo de la habitación como un saco de arena.​
​ ​ ​ ​ —¡Adolfo! —gritó Reiner con las fuerzas que tenía.​
Su terror interno se triplicó.​
Casi no podía moverse por el dolor en el pecho. Empezó a llorar y a sollozar mientras veía a su amigo. No tenía la fuerza suficiente como para arrastrarse hacia Adolfo para tomar su pistola. Se sentía impotente. Indefenso.​
Un ruido fuerte detuvo su llanto.​
Era un escándalo indistinguible, pero poco a poco se hacía más claro: eran personas subiendo hacia donde estaban ellos. Demasiadas personas. Algunos parecían eufóricos. Otros daban la impresión de estar desesperados.​
Reiner y Adolfo ya no podían hacer nada. ​
Fue imposible escapar del hambre de los caníbales.​

Los monstruos son reales.​
Los monstruos son humanos.​
Y a veces los monstruos se encuentran con monstruos peores que ellos.​

Autor: Tommy​

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