Tversky & Kahneman plantean que, para la toma de decisiones, empleamos dos formas de procesar la información ℹ️ bastante diferentes y complementarias. La intuición es un proceso no exhaustivo, pero espontáneo y heurístico. Esta induce y deduce significados para presentar rápidamente 💨 una respuesta viable economizando los recursos psicológicos 🤯 invertidos. El razonamiento, por otro lado, busca la respuesta óptima mediante un esfuerzo deliberado y sostenido 😓.
El pensamiento intuitivo está muchas veces más a la mano 🤚, en nuestra mente, porque privilegia la semántica más accesible 🔑, en base a criterios que sólo en algunas situaciones generales tienden a una respuesta adaptada, aunque no necesariamente sean las óptimas. Por ejemplo, es usual asumir sin justificación que una situación o fenómeno es bien representado, o es un buen representante, de una generalidad más amplia. También tendemos a valorar ⚖️ en mayor grado los significados que tenemos más presentes en la mente, asumiendo que demarcan las comprensiones más plausibles y adaptadas respecto de la realidad que nos atañe. Incluso, cuando usamos la intuición, es muy habitual terminar por focalizarse en la pieza de información inicial, la que determina sin saberlo, cómo emergen todas nuestras narrativas 🗣️, nuestros pensamientos y decisiones, posteriormente.
La intuición nos permite adaptarnos sin tener que invertir demasiado esfuerzo en buscar la mejor solución de todas las que estén a la mano. Muchas veces esto no es necesario ni factible, especialmente considerando que nuestra construcción de la realidad 🌏 incierta es se basa siempre en comprensiones experienciales aún previas. Sin embargo, tener en mente los mecanismos automáticos que operan nos ayuda a diseñar de sistemas y procesos que cognitivamente 🧠 ergonómicos y puede señalar donde es más probable encontrar sesgo en nuestras deliberaciones, cuando queremos hacer una reflexión racional profunda respecto de alguna decisión.