Los padres de Alicia Ifigenia nunca lo vieron con buenos ojos; jamás les pareció bien que su adorada hija se fijara en aquel chico que solo aspiraba a formar un grupo musical y se la pasaba cantando con una guitarra en el único bar del pueblo y en todas las parrandas que con inusual frecuencia se celebraban en cualquiera sitio donde se reunieran los alborotados jóvenes del lugar. Jairo soñaba, sin embargo, con convertirse en un cantante de renombre internacional y visitar los más connotados escenarios de este mundo, siempre con Alicia a su lado, el amor de su vida.
Con su guitarra / F
Por eso cuando supo que los padres de su novia la habían enviado, en contra de su voluntad, a estudiar a la ciudad, a la cosmopolita capital del país, no lo dudó ni un instante, buscaría la manera de viajar hacia allá para encontrarse con ella y, de una vez, si la suerte lo acompañaba, comenzaría su carrera de artista fuera de aquel suelo que ya le estaba quedando pequeño. Se tardó más de año y medio en reunir el dinero suficiente para marcharse en busca de Alicia Ifigenia, pero el día en que, al fin, se subió con su guitarra en el hombro al autobús que lo trasladaría hacia su anhelado destino no albergaba la menor duda de que muy pronto estaría junto a su amada.
Nunca había estado en una gran ciudad como aquella y durante los primeros días Jairo estuvo dando tumbos sin saber adónde ir, hasta que sus pasos y su oído musical lo condujeron a un piano-bar donde un señor trigueño y con las sienes plateadas ensayaba románticas melodías ante un teclado que parecía ser una extensión de sus manos. Se quedó admirado observando cómo se desplazaban magistralmente los dedos de aquel músico por sobre el instrumento para extraerle unas melodías que dulcificaban el alma. Cuando sonaron las primeras notas de El reloj, la canción preferida de Alicia, no pudo controlar sus emocionados ímpetus, sacó su guitarra para acompañar al piano y cantó esa melodía con el desenfrenado sentimiento que surge ante la ausencia de la amada a quien, desde el corazón, se le dedica el tema que tanto compartieron juntos.
El encuentro / F
Fue una interpretación tan especial que el pianista lo contrató para que actuara junto a él todas las noches. Jairo solo puso una condición: que le permitiera cada día cantar El reloj, ya que dentro de sus más íntimos anhelos mantenía la esperanza de que, debido a los milagros que propicia el amor, Alicia Ifigenia lo escuchara y corriera a buscarlo, se diera cuenta de que su enamorado había salido del pueblo a encontrarse con la mujer que amaba. Pasaron más de tres meses y nada sucedió; los clientes asiduos al piano-bar admiraban la fuerza emotiva que se desprendía de esa sensible voz que suplicaba "Reloj, no marques las horas porque voy a enloquecer", pero más allá de eso, ningún acontecimiento extraordinario aparecía en su existencia para proporcionarle un alivio a la pena de estar sin ella.
Hasta que una noche de febrero la vio que entró al piano-bar, mientras él cantaba con excepcional sentimiento "reloj, detén tu camino porque mi vida se apaga"… Estaba más bella que antes y sus ojos seductores miraban hacia todas partes, pero el corazón de Jairo dio un vuelco de amargura porque Alicia Ifigenia iba del brazo con un hombre alto y blanco que parecía extranjero. Cuando sus miradas se encontraron, sin embargo, los ojos de la mujer brillaron con singular emoción, se deshizo del caballero que la tomaba del brazo y corrió a encontrarse con el joven del pueblo que jamás renunció a su amor. Al ver aquella escena de un abrazo y un beso tan sublimes, el público les tributó un sonoro aplauso.
