Fuente: María Teresa Andruetto
El almohadón de plumas
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter fuerte de su esposo dañó sus soñadas niñerías de novia. Ella lo quería mucho y él la amaba profundamente pero su dura forma de ser lo limitaba a demostrar su afecto. Aunque siempre se preocupa por su salud, etc.
Durante tres meses (Se casaron en abril) vivieron una dicha especial. Sin duda ella hubiera deseado menos severidad en ese rígido ser de amor, un poco más de cariño y afectividad; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre. Era un amor marcado por la monotonía y principalmente por la falta de contacto tanto físico como verbal.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio (frisos, columnas y estatuas de mármol) producía una impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo del estuco, sin ningún rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación del frío ambiente. Los pasos al caminar por los pasillos generaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No es raro que adelgazara. Tuvo un pequeño ataque de influenza que la arrastró fuertemente días y días; Alicia no se mejoraba nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de Jordán. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos se fueron alargando, y aún quedó largo rato reposada en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al otro día amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con mucha atención, indicando que debía tener calma y descanso absolutos. (Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.) dijo el doctor.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Determinando una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseaba sin cesar de un lado a otro, con mucha inquietud. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado de la cama.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza.
Luego perdió el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—Llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y observó. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de observar por un rato.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron y sobre la mesa del comedor Jordán cortó la funda y envoltura. Las plumas volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo las patas velludas, había un animal monstruoso. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su trompa a las sienes de ella, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Resumen basado en este vídeo Narradora noctambula, al cual le hice pequeños cambios para que fuese más comprensivo y menos extenso.
Reflexiones
La falta de afectividad es un caso común no solo en las relaciones amorosas sino que también afecta familias enteras, esconder los sentimientos solo nos hunde aún más en un abismo de cotidianidad e insipidez de la vida y realmente es muy triste estar rodeado de este oscuro sentir, entreguen todo su cariño, amor y pasión cuando sea posible para que luego el arrepentimiento no te enseñe el verdadero dolor de una muerte inesperada.
El desafecto de Jordán llevó poco a poco a Alicia a un estado de descompresión sentimental que me lleva a creer que la severidad de su marido puede estar representado por el animal que acabó con su vida, ya que este día a día fue consumiéndola así mismo como hubiese sucedido si la ausencia de querer hubiera seguido reinando en la relación, este acto seguramente la llevaría exactamente a la misma muerte.
“La muerte no es solo física, también puede ser sentimental”.<
Por último, dense la oportunidad de elegir correctamente a la hora de decidir con quién pasar el resto de sus días, alguien donde la demostración y las palabras se combinen tan perfectamente que sientan que han hallado lo mejor, no vaya a ser que encuentren a alguien como Jordán y lentamente vayan muriendo por culpa del insuficiente amor divino.
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