Estrofa inolvidable de quien ha marcado no solo mi crecimiento personal también el académico. Don Andrés -como siempre lo llamó- es uno de mis paisanos que me inspira. Desde pequeño sus angelitos negros retumban en mis oídos. La vez primera que oí su poema fue cantado en una telenovela mexicana titulada “Angelitos negros” si mal no recuerdo, pues estaba yo muy pequeño. Años más tarde la vuelvo a escuchar en un funeral y me marcó mucho más. Cuando voy a su casa siento su presencia y al mirar su estatua recito en voz baja sus versos. Don Andrés siempre estará allí con sus elocuencias y poderíos literarios. Él allí ha estado, incluso en mi vida scout. Hubo un Grupo Scout (en el que tuve la oportunidad de convivir muchas veces) que llevo su nombre en la ciudad de Cumaná. Recuerdo su pañoleta y mantengo una obsequiada por un joven scout.

Sus colores eran: negro de fondo (por sus angelitos negros), una cinta blanca (por la pureza de la virgen María, una cinta azul clara (por el inmenso cielo que une naciones).

4.- Gaita

En cualquier época del año, mi esqueleto se alegra y baila una gaita. Las amo. Disfruto esa algarabía trasmitida. No importa el lugar, la hora, con quien este incluso, si suena un Maracaibo 15, la Gran Coquivacoa, los Cardenales del éxito, allí mismo bailo y canto a todo pulmón. Y ni pensar si estoy a orillas de Playa San Luis en Cumaná comiendo unos patacones (tostones) orientales y bebiendo una Zulia bien fría. Nada que envidiar a los maracuchos.

5. Jalea de mango

Todo lo que venga del mango, bienvenido sea. Aunque no soy muy amante de la jalea, la prefiero antes que el dulce de lechosa. Me dicen raro cada vez que digo eso. Ja, ja, ja.