Solo faltaban unos pocos meses para la gran Fiesta de la Agricultura en el pueblo. Y Eva no tenía ningún vestido nuevo para presentarse y participar. Todos los en su armario estaban tan viejos que casi parecían trapos de cocina, aunque siempre limpios y en orden. Claro, hacía años que no se compraba nada nuevo. Todas sus amigas se habían comprado unos vestidos nuevos, estampados con flores, en tema con la fiesta. Pero la familia de Eva era pobre. Mejor dicho, si no fuera por sus abuelos, Eva no tendría ni familia, pues era huérfana de ambos padres. Tampoco tenía hermanos. Pero los abuelos no tenían muchos recursos. Dos de ellos, los abuelos maternos, siempre se la pasaban entre una enfermedad y otra y gran parte de su jubilación se iba para pagar médicos y remedios. Los abuelos paternos estaban financieramente mejor y tenían mejor salud, pero había los gastos de la secundaria de la nieta y además querían guardar el dinero que les sobraba para después pagar la universidad. Desde hace años, no les alcanzaba más para ropa nueva, ni para ellos ni para la nieta. Muchos de los trajes que en ese entonces poseía la familia, procedían de instituciones de caridad. Los padres de la muchacha eran obreros, a su tiempo no habían querido estudiar porque les costaba muchos sacrificios y esfuerzos. Preferían vivir la vida _hoy_, en vez de apretar el cinturón un día sí y otro sí por cargar con los gastos que suponía un curso universitario y las prácticas. Entonces se habían postulado para los primeros puestos libres de obreros en una fábrica de la más cercana ciudad. Pero Eva era distinta de sus padres. Tenía el mismo talento de su bisabuelo Víctor, el único miembro de la familia que se había recibido. El bisabuelo Víctor era arquitecto, y la bisnieta Eva también soñaba con convertirse en arquitecta. -Pues, no se preocupen, abuelos. No me voy a poner enferma por un cutre vestido nuevo. No lo necesito- les decía Eva a los abuelos para no preocuparlos. Solo tenía que arreglar una disculpa para saltarse la fiesta porque, claro, imposible atreverse a presentarse con los andrajos que tenía. Ya las amigas la compadecían por ser tan pobre de no poder comprar ni un vestido nuevo, pero a Eva no le gustaba nada ser compadecida. Esa clase de compasión solía ser acompañada de desprecio. -Tengo mucho que estudiar para la prueba de acceso a la Facultad de Arquitectura-, finalmente les dijo. Lo que no era nada de mentira, pues Eva también había solicitado una beca. —No necesito ningún vestido nuevo, pues no tengo tiempo para ir a fiestas. Las amigas no se tragaron la disculpa, mejor dicho, no quisieron tragársela, pues de verdad sabían lo cuánto se esmeraba Eva para alcanzar su sueño de convertirse en aquitecta. Aunque sacar un tiempo para una fiesta no le habría sentado mal. Pero hay que conformarse con lo que se tiene y, según las amigas de Eva, ella no tenía casi nada. Sea por cotorreo que por burla, se les soltó la lengua en el atelier de Jasmín, la más exitosa maestra de corte y costura del pueblo, a quien le encargaban sus vestidos.

Pero su cotorreo no le hizo ninguna gracia a Jasmín, que recordaba sus tiempos de muchacha sencilla, cuando aún le tocaba sacrificarse para pagar sus estudios de corte y costura y maestría en el arte. Así como había hecho con ella su antigua maestra, que en ese entonces ya había fallecido por su muy anciana edad, decidió socorrer a Eva, que conocía bastante bien, pues, además de la secundaria, la muchacha estudiaba corte y costura también. Puesto que sus abuelos, a pesar de ser pobres, querían darle una más amplia educación, a costa de cortar este y aquel gasto personal. Con la excusa de que se le habían olvidado las medidas de una cliente, que, a leguas, se veía que poseía su misma talla, le pidió el favor de hacerle de modelo. Eva no tuvo nada en contra y de muy buena gana le hizo el favor a su maestra.
La tarde antecedente al día de la fiesta, los abuelos de Eva recibieron un elegante paquete que venía del taller de la maestra Jasmín. Había un sobre con un billete: Te doy las gracias por hacerme de modelo. Quedate con el vestido, es para vos, para que vayas a la fiesta. Y no me lo agradezcas a mí, sino a Dios. Yo también recibí una esencial ayuda cuando tenía tu edad, por mi antigua maestra que Dios puso en mi camino. Sin ella, no estaría hoy donde estoy. Quiero ser agradecida y hacer lo mismo contigo. ¡Qué te diviertas!
A la muchacha y a sus abuelos ya no les cabía la alegría. ¡En el paquete había el vestido de flores más bonito que jamás Eva había visto en su vida!
En la fiesta, las amigas de la muchacha se quedaron boquiabiertas. Y no sin una pizca de envidia, como ya no eran más las reinas del pueblo. Eva lucía el mejor vestido que todas ellas, pues Jasmín había utilizado sus mejores tejidos para coserlo.
Las sorpresas para la muchacha y sus abuelos no se quedaron allí. La semana siguiente hubo la prueba de acceso a la Facultad de Arquitectura. ¡Eva se salió con muy buenas notas, entonces se ganó una plaza y la beca también! Ya terminaron los sacrificios de los pobres abuelos, pues la beca cubría impuestos, aranceles, libros y material para las clases y pruebas prácticas de un estudiante de arquitectura.
Cinco años después, Eva volvió al pueblo toda una arquitecta y pudo dar una vida mejor a sus cuatro abuelos, en cuanto las amigas cotorras nada más terminaron la secundaria.

Invito a participar a mi querida amiga @wakeupkitty.pal, pues le gustan mucho los concursos y el arte también. Saludos y abrazos desde Mercosur.