Leonardo, el jefe de familia de los Andrade, decidió junto a su esposa que la familia debía mudarse porque estaban agobiados por la anarquía de Bogotá. Pensaron que era hora de un cambio. Hicieron los preparativos y gracias a una agencia compraron una casa en un pequeño pueblo costero muy cerca de Santa Marta. Tomaron todas sus pertenencias y, con alegría y esperanza, hicieron la mudanza a la nueva casa que no era tan nueva. Habían comprado una antigua casa señorial, conocida por los lugareños como La Mansión.

Al entrar en la casa sintieron en la piel una atmosfera de tranquilidad. Leonardo pensó que la decisión tomada había sido acertada y su esposa coincidió con él. Los Andrade se sintieron aliviados; finalmente, podrían disfrutar de la paz que tanto anhelaban. Pero, esa calma pronto se vería interrumpida.

La primera semana fue de adaptación y alegría. Los niños corrían por el patio, se divertían de lo lindo. Mientras, los esposos Andrade se dedicaban a acomodar los objetos traídos con la mudanza y hacían planes para conocer el pueblo y su gente.

Una vez acomodados, se dirigieron al centro del pueblo para comprar algunos víveres. Los habitantes del pueblo los recibieron con miradas extrañas como si los Andrade eran bichos de otro planeta. Estando Leonardo a punto de pagar los víveres, el dependiente le dio la bienvenida y le dijo que se había enterado de que se habían mudado a La Mansión. Leonardo le respondió con las gracias y una amplia sonrisa. Además, le indico afirmativamente que si se acababan de mudar y que estaba muy contento con la casa. El dependiente, con cara de curiosidad, le preguntó que si había notado algo extraño en la casa. Leonardo respondió con una negativa y se despidió sin darle importancia a la pregunta.

Pasaron los días y la familia comenzó a detectar que sucedían pequeños incidentes. Algunos objetos desaparecían y reaparecían en lugares insólitos, puertas que se cerraban solas y abrían aun cuando tenían pasada la llave. En ocasiones se escuchaban pasos apresurados en el pasillo. Todos sabían que algo pasaba, pero ninguno lo comentaba. Leonardo pensaba que eran cosas de él, que tal vez era parte del estrés acumulado en Bogotá que explotaba en la quietud de la casa.

Pero los acontecimientos extraños se hicieron frecuentes y parecían que la casa se burlaba de la familia. La tensión aumentó cuando la atmósfera juguetona de la casa se tornó siniestra. Una noche, mientras la familia dormía, una tormenta se desató dentro de la casa. Los vientos silbaban en todos los rincones, tumbando objetos y desechando la normalidad.

Los Andrade se dieron cuenta de que no estaban solos y que quien quiera que fuese no tenían intención de dejarlos en paz. Decidieron hablar del asunto y los adultos se propusieron enfrentar la situación. Leonardo comentó la situación al señor de los víveres. Por su parte, la esposa habló con vecinos. Se dedicaron a investigar qué era lo que acontecía y si esto había sucedido antes. Querían una solución. Era el colmo que se habían mudado por el estrés que causaba la ciudad y ahora estaban estresados por acontecimientos extraños.

Investigando lograron dar que la casa había sido construida en el año 1874 por una familia integrante de un grupo que fundo el pueblo. La familia Delgado era oriunda de los Andes y buscaba mejorar su calidad de vida en los sectores centrales y costeros del país. Según la historia guardada en la biblioteca central del pueblo, se decía que era una familia alegre y servicial. Al año de haberse establecido, unos hacendados cercanos al pueblo fundado aparecieron reclamando las tierras. Muchas de las familias fueron desocupadas, pero la familia Delgado no se dejó intimidar y defendieron lo que para ellos era suyo.

Una noche sin luna de 1876, la casa de la familia fue quemada con sus habitantes dentro. No se supo de los causantes del abominable hecho. Tiempo después la casa fue reconstruida y habitada por nuevos dueños. Estos se mudaron al poco tiempo. Así pasaron varias veces. Muchas familias se mudaban a la casa y casi que de inmediato huían de ella. Lo particular que les pasaba era que salían despavoridas y lamentablemente, sin sus hijos menores. Parecía que la casa se los tragaba. Así se creó una leyenda. Se decía que la casa estaba habitada por sus originales dueños, los Delgados, que estos no permitían que nadie la habitara y si alguna familia lo hacía, perdían a sus integrantes más jóvenes.

Leonardo y su esposa no creían en cuentos de brujas y espíritus y decidieron enfrentar con lógica y ciencia los acontecimientos extraños. Limpiaron la casa, la pararon, le dieron más amor y los sucesos cesaron. Pasaron varios días y todo parecía normal. Los momentos de estrés desaparecieron y se sentía luz y armonía en La Mansión.

Una mañana en que Leonardo viajó al pueblo, la esposa se dio cuenta de que no escuchaba el alboroto de los niños. Pensó que estarían haciendo alguna travesura y fue a buscarlos. Recorrió el patio, la sala, hasta que llego a la habitación de los infantes. Allí estaban, parados, frente a las puertas abiertas del closet. Parecían estar hablando con alguien. La esposa de Leonardo se alarmó y entró en la habitación para ver con quién hablaban. No había nadie. Preguntó a los chicos con quién hablaban y respondieron que con el hombre vestido de negro que estaba en el closet. Pero en el closet no estaba nadie. La esposa de Leonardo dio la espalda al closet para guiar a los niños a la cocina. Pero en ese momento, sitio una mano fría que le agarró el cuello y la arrastró al interior del closet. La misma cosa, sin perder tiempo, agarró también al para de niños y también fueron arrastrados.

Hoy en día, Leonardo no sabe qué pasó con su familia y llora inconsolablemente lamentando el día que decidió mudarse.