Si de algún autor venezolano me siento cercano es de Gustavo Díaz Solís, nacido en Güiria, una pequeña población costera del extremo norte de Venezuela, en 1920. El año pasado se cumplieron cien años de su nacimiento. No se puede decir que haya pasado desapercibido del todo, ya que hubo varios artículos sobre su figura y su obra en la prensa cultural, pero para el público general sigue siendo un desconocido.
Díaz Solís publicó su cuento más conocido, “Arco secreto”, en 1946. Yo lo leí por primera vez en 1980. Para esa fecha ya había escrito algunos cuentos de corte fantástico, erráticos y mal construidos, lo que no impidió que luego aparecieran en mi primer libro.
La fascinación ante “Arco secreto” fue inmediata. Tal vez no sea ajeno a este sentimiento el hecho de que la acción transcurra en un campo petrolero del oriente de Venezuela, una comunidad muy parecida a mi sitio de nacimiento. Sin embargo, lo que me impactó fue la labor lingüística y psicológica desplegada por el autor. El cuento de Gustavo Díaz Solís explora la conciencia de un personaje solitario en el que se acumula la violencia como un secreto contenido en los huesos y en la sangre. En aquella ya lejana primera lectura me deslumbró sobre todo la última parte, que rompía con el lenguaje realista y se desataba en imágenes poderosas y extrañas:
David apaga el cigarrillo. La brasa chilla débilmente en el vidrio del cenicero y en el silencio que se rehace el reloj destila el tiempo. Late adentro el duro corazón oscuro y vivo. El viento afuera hace rumor de agua. Las imágenes se desplazan, lentas. Pasan gelatinosas figuras, sombras alargadas, revientan burbujas de lenta gelatina. Suenan cobres violentos y un pulpo sordo se traga toda el agua de los espejos verdes y el silencio se estira pulido y fino como piel de pozo en la noche. El sueño nace en los huesos, como humo.
Pero las relecturas que siguieron al primer contacto fueron revelando deslumbramientos no menores: la maravillosa cadencia de sus frases, la extraordinaria capacidad de observación, el sostenido tono menor que imprime a su narración en oposición a las fuerzas emocionales extremas que arrastran a su protagonista, un joven ingeniero víctima de la despersonalización y la soledad.
En trabajos posteriores, nuestro autor decantará aún más su estilo en unos cuentos breves, alusivos, a veces enigmáticos, que exploran las vías indirectas y los sentidos desplazados para construir metáforas del hombre y la naturaleza, polos enfrentados y complementarios de su cosmovisión.
Valiosa reseña de Gustavo Díaz Solís y de su cuento "Arco secreto". El fragmento citado es una joya metafórica de principio a fin. Un poema en prosa.
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