Allí no llegaba agua por tubería, pues como en el caserío hay muchos ríos, la gente se acostumbró a irla a buscar allá. Un día cuando era niño, mi mamá me mandó muy temprano a buscar el agua para ver qué hacía de comida. Cuando salí con las pimpinas, me di cuenta de que en la casa no había ni siquiera verdura para sancochar.
Anoche mamá insistió en que nos durmiéramos tempranito, porque teníamos hambre y no había nada para comer.
Así que me desperté con un hambre de mil hombres. Cargaba la pimpina por el mango, pero sin fuerzas. Un amigo mío me dijo: “Mi hermano, tú pareces un zombie. Échate un baño en el río para que te despiertes”. Le obedecí a mi amigo y me lancé en la poza de la señora “Narda”. Cuando me eché el primer chapuzón, sentí un rechinar de tripas que hasta mi amigo escuchó. El sonido iba creciendo como si le daban volumen. Yo me reía para disimular, pero qué va, las tripitas sonaban como si las hubieran conectado a una miniteca.
Comencé a caminar dentro de los matorrales, miraba de lado a lado buscando algo que comer. Levanté la mirada hacia el cielo y vi en lo alto de un árbol unos mangos pecho paloma hermosos. Las tripas también sintieron la presencia de estos, porque comenzaron a rechinar, me puse a buscar la forma de tumbarlos, primero intenté subirme en la mata, pero el racimo estaba muy alto, así que me dispuse a buscar un palo muy largo para ver si con él podía alcanzarlos, pero ni con la vara lograba alcanzarlos. Empecé a llorar del hambre y de la frustración, entonces me recosté de una piedra para descansar, cerré los ojos y escuché un golpe en el río, miré hacia arriba y en lo alto donde estaba el racimo vi un hermoso pájaro cortando las ramas de la mata y empezaron a caer mangos por todos lados. Me volví como loco; comencé a recogerlos. Me comí el primero con mucha desesperación; sentí que moría de felicidad.
Me comí varios, luego me quité mi camisa vieja y en ella coloqué el resto de los mangos para llevarlos a casa; ya las tripas no chillaban. Me subí al hombro los mangos, mi tesoro preciado; y en la otra llevaba bien agarrado el mango de la pimpina. Cuando comencé a avanzar miré hacia el árbol donde antes había estado el racimo y me dije: ¡Qué broma, no hace falta que empleemos la fuerza para lograr las cosas, la fe es un camino posible”. El pájaro trinó ante mi pensamiento.
Llegué a la casa y nunca olvidé el rostro de mi madre y mis hermanos cuando vieron los mangos envueltos en mi franela.
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Hola @yola1. Me he conmovido con este cuento tan hermoso. Una conexión total con la naturaleza. La naturaleza nos entiende cuando somos parte de ella.
Si yo hubiese sido ese muchacho, además de brincar de la felicidad y haber recogido los mangos, también hubiese abrazado al árbol besándole su corteza (nunca he sufrido de pena de que alguien me vea abrazando a un árbol). Y con todo mi amor hubiese dicho gracias al pajarito (uno de los valores que más aprecio es la la gratitud).
Realmente, ha sido un gran placer leerte. Gracias por participar en este concurso. Un gran abrazo!
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Gracias, es verdad la naturaleza nos aporta cosas hermosas que, debemos contemplar
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jajajaja esa poza de Narda queda en tunapuicito, jajaja muy lindo tu cuento suerte en el concurso.
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Gracias, @rosita1 por recordar la poza de narda
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