Algunas personas creen firmemente que cuando se tiene la intención de “hacer algo”, se puede lograr muchas cosas. Philip, era una de esas tantas personas. A sus treinta años, cuando estaba comenzando su carrera como escritor de novelas, fue engañado por su propio editor, el cual, tomo su obra y logro plagiarla exitosamente sin dejar rastro. El éxito que debía pertenecerle originalmente fue cosechado por alguien más. Cuando vio su libro en el top diez de los más vendidos, el impulso de arrancarse los ojos fue grande.

Desafortunadamente, no pudo hacer nada porque se estaba enfrentando a una de las editoriales más grandes e influyentes de todas. Siendo un escritor casi desconocido y sin conexión alguna, la impotencia le acaricio. Durante meses estuvo en depresión, solo cuando se cumplieron once meses de aquel incidente pudo levantarse y escribir nuevamente.

La tenacidad es una virtud admirable, y Philip tenía bastante de ella, pero un nuevo problema le aquejaba. Sin importar cuanto lo intentaba, no podía escribir. Se sentaba en su escritorio y contemplaba la hoja y el lápiz durante horas. Horas malgastadas por una hoja que al final sería arrugada y desechada en un cubo de basura.

Desde entonces transcurrieron veinte años tortuosos en los cuales participo en algunos concursos, pero siempre perdía. Al cumplir cincuenta, Philip gano un tercer lugar, sin embargo, estaba lejos de sentirse satisfecho. La ira; el rencor, la tristeza, la impotencia. Un sinfín de sentimientos y emociones le carcomían por dentro. Con su corazón destrozado, decidió escribir una última obra…

Alguien le dijo, siempre que tengas la “intención” puedes hacerlo. Por un tiempo, estuvo envuelto en actividades relacionadas con la brujería. Como no sabía nada, busco un experto en el campo, y término encontrando al maestro perfecto. Una bruja llamada Leila, por una suma generosa de dinero, le enseño que para embrujar a alguien realmente no se necesitan tantos materiales como dicen los brujos. Una vela y la pura intención de hacer daño es suficiente. Así invirtió incontables horas bajo la tutela de Leila, para ello gasto un total de cinco años.

-Como ya te conozco desde hace tiempo seré sincera, lo que tú piensas hacer no es diferente a entrar al infierno voluntariamente. –Declaro Leila en tono solemne.

Philip escuchaba las palabras de Leila mientras se veía en un espejo. Sus manos, antes saludables ahora eran huesudas, y sus profundas ojeras realzaban la palidez de su rostro demacrado.

-Me mantengo firme en mi decisión, sin importar el costo, le enseñare a ese hombre que es el dolor. –El brillo en los ojos de Philip denotaba un odio inmarchitable.

A esas palabras, Leila solo pudo suspirar.

-Toma, esto es lo que me habías pedido. Recuerda mis palabras, una vez que empieces a escribir no puedes parar, al llenar todas las paginas cierra el libro y déjalo en la puerta de su casa –La experta en brujería le entrego un libro sin título, con una cubierta negra y paginas completamente en blanco.

Ahora con el libro, todo estaba casi listo. Sabía perfectamente qué debía hacer, por ello, se despidió de Leila y emprendió el camino a su morada.

Para saciar las llamas de su odio, había decidido hace mucho tiempo que no haría una brujería común y corriente. Le había consultado a Leila durante su primer año de aprendizaje y ella le confirmo que era posible, pero no lo recomendaba. Él quería escribir un libro maldito con la intención de hacer sufrir al hombre que le robo su obra. El problema no era escribirlo, sino las consecuencias. Ella se lo advirtió muchas veces, una vez que ese libro sea escrito, siempre estará hambriento…

Generalmente cuando maldices a una persona, cavas dos tumbas, la del objetivo y la tuya. En este caso, aquellos que lean el libro maldito tendrán su alma encerrada en el mismo. Una vez completada la maldición, el libro volverá al autor, por lo cual, Philip tendría que buscar constantemente un chivo expiatorio para evitar ser devorado por su propia creación.

Escribir el libro fue sencillo para él ya que estaba familiarizado con la brujería. Solo le tomo un día entero sin comer ni dormir. El hizo caso a las palabras de su maestra y enseguida cerro el libro y no se detuvo a leerlo. Seis días después, el libro apareció en la puerta de la casa de su ex editor, el cual, se asustó tanto al ver el libro de aspecto cuestionable en plena mañana que, termino tirándolo a la basura. Lo que no se imaginaba, su pesadilla apenas había comenzado.

El tomo maldito empezó a mostrarse en lugares que el frecuentaba. En su oficina, en el comedor de su casa, baño, sala de estar, en el auto, y para colmo, solo él podía ver el objeto en cuestión. La gota que derramo el vaso fue cuando encontró el libro en la mesita de noche junto a su cama. Ese día, no pudo soportarlo más, y decidió ver que contenía el libro.

Pocos días después, salió en las noticias la abrupta y misteriosa muerte del prestigioso editor. Con su muerte, se hizo un escándalo durante unas pocas semanas, pero a falta de evidencia el suceso fue calificado como un caso inexplicable.

Meses después, se podía ver a Philip vestido con un traje negro y un sombrero. En su mano derecha un maletín marrón obscuro, y en su izquierda un tomo negro sin título. Aunque seguía vivo, sabía perfectamente que solo podía huir hasta el momento de su muerte, pues el libro, siempre regresaría a él…

Porque las llamas del odio,

Queman profundamente el corazón.

Porque la semilla del rencor,

Crece y va cubriendo cada rincón del alma.

La esencia del ser humano,

Se tiñe

Como un estanque de agua.

Su raíz se pudre,

Y el color va cambiando,

De blanco

A gris,

Se va oscureciendo,

Hasta volverse negro.

El estanque obscuro como la noche,

Es como el veneno,

Todo lo que toca

Pierde la vida,

Se va pudriendo.

Esa daga envenenada,

Como polilla a la madera,

Nos va carcomiendo,

Y nuestra piel ennegreciendo.

Solo hace falta un céfiro pasajero,

Nuestra carne,

Nuestra piel,

Nuestros huesos,

Todo ello,

Cantando,

Como cenizas,

Se lo lleva el viento,

Y solo dejara a su paso,

Resentimiento.