Ella, con su caminar liviano y despistado. Él, con el mundo encima, va buscando un empleo que le ayude a sostener a su madre y a sus hermanos. Ella, con su piel de seda y sus cabellos de fragancia fina. Él, va tirando palabrotas contra el pavimento, contra los muros de esos rascacielos a los que nunca a entrado. Ella, cruza la esquina mirando perdida el camino que la conduce a su casa de grandes espacios, de muebles lujosos, de vacíos profundos...
Él, ve al hombre tirado en el cartón que le sirve de cama. Pudiera ser su padre, piensa, mientras examina su rostro, el que jamás ha visto. Ella, lleva en las manos dos bolsas repletas de objetos para llenar el alma. Él, se queda inmóvil pensando que no podrá pagar el alquiler este mes. Ella, sujeta su celular para hacer una llamada que la rescate de sus tránsitos nocturnos de dama bohemia. Él, va de vuelta con hambre en el estómago y con pena en el pecho.
Ella, marca su smartphone de última generación. Él, no lleva nada para dar de comer a sus hermanos y a su madre. Ella, está hastiada de la rutina y sus sabores. Él, se detiene en la esquina y observa a una joven con rizos amarillos y cara de rana. Ella, no sabe que el la mira. Él, observa sus atuendos, sus bolsas y su teléfono con brillantinas. Ella, no sabe cómo llegó hasta aquel lugar. Él, camina firme y apresurado. Ella, alza sus ojos. Él, se acerca. Ella, tiembla. Él, la mira. Ella, se asombra. Él, pasa a su lado, torpe y sin tocarla. Ella, suspira.
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