Javier se encontraba sentado en un banco de la zona común de un complejo habitacional cerrado. Era un lugar agradable, con jardines bien cuidados y niños jugando a lo lejos, pero para él, aquel entorno tranquilo y pacífico hacía un contraste con la misión que lo mantenía ahí. Javier no era un delincuente por naturaleza, pero la necesidad lo había empujado a tomar decisiones que nunca había imaginado. Su tarea era simple y, a la vez, desaoladora en lo más profundo: debía dar una advertencia a un hombre que no había pagado su deuda con la mafia.
El sol empezaba a descender, pintando el cielo con tonos grises. Javier miraba a su alrededor, tratando de identificar a su objetivo. Sabía que el hombre en cuestión, Don Manuel, solía pasear por el área común en las tardes para sacar a su perro. Según la información que había recibido, Don Manuel había adquirido una deuda considerable hacía algunos meses. Inicialmente, todo parecía ir bien; los pagos llegaban puntualmente, y la mafia estaba bien. Sin embargo, en las últimas semanas, los pagos se habían retrasado, y Don Manuel había dejado de responder a las llamadas.
Don Manuel no era un hombre joven; sus cabellos canosos y su caminar lento dejaban ver sus años. Era conocido en el complejo por ser un hombre amable y respetuoso, siempre dispuesto a ayudar a sus vecinos. Pero detrás de esa fachada amigable, se ocultaba una historia de desesperación, que pocos sabían, y de la que el tampoco hablaba.
Hacía un año, su esposa había sido diagnosticada con una enfermedad terminal. Los gastos médicos eran astronómicos, y aunque Don Manuel había trabajado toda su vida,tenía un seguro médico que cubría casi todo, aún así, sus ahorros se fueron rápidamente en tratamientos. Desesperado por encontrar una solución, había acudido a la mafia, una decisión que le atormentaba cada noche. Inicialmente, pensó que podría manejar los pagos, pero a medida que la enfermedad de su esposa avanzaba, se dio cuenta de que había subestimado la carga financiera.
Javier observaba mientras Don Manuel se acercaba, con un pequeño perro caminando a su lado,luego lo soltó para que el canino jugara libremente. El anciano parecía distraído, probablemente sumido en sus pensamientos. Cuando finalmente llegó al banco, Javier se levantó y lo saludó con una sonrisa forzada.
—Buenas tardes, Don Manuel —dijo Javier, tratando de mantener su voz calmada.
—Buenas tardes, joven —respondió Don Manuel, con una sonrisa cansada—. ¿Nos conocemos?
—No, no realmente —respondió Javier—. Pero necesito hablar con usted sobre algo importante.
La expresión de Don Manuel se endureció, como si supiera lo que venía. Javier tomó un profundo respiro y continuó.
—Sé que tiene una deuda pendiente. Mis empleadores están preocupados por los pagos retrasados.
Don Manuel suspiró, y sus hombros se hundieron un poco más.
—Joven, créame que no es mi intención no pagar. Mi esposa está muy enferma, y todos mis recursos están dedicados a su cuidado.
Javier sintió un nudo en el estómago. No quería ser el portador de malas noticias, pero sabía que no tenía otra opción.
—Lo entiendo, señor. Pero mis jefes no son conocidos por su paciencia. Esta es su primera advertencia. Le aconsejo que encuentre una manera de pagar lo que debe, antes de que las cosas se pongan más serias.
Los ojos de Don Manuel se llenaron de lágrimas, pero asintió lentamente.
—Haré todo lo posible, joven. Por favor, dígales que estoy haciendo lo mejor que puedo.
Javier se alejó, sintiéndose más pesado de lo que había llegado a ese sitio. Sabía que su advertencia no resolvería los problemas de Don Manuel, pero también sabía que la mafia no tenía compasión. Mientras se alejaba, no podía dejar de pensar en las ironías de la vida, donde la desesperación de un hombre se cruzaba con la necesidad de otro.
Don Manuel se dirigió al mismo banco donde estaba Javier y ahí se quedó, acariciando a su perro y mirando al horizonte. Sabía que la sombra de la mafia no desaparecería fácilmente, pero también sabía que, por el bien de su esposa, tendría que encontrar una solución, aunque eso significara sacrificar lo poco que le quedaba de paz.
La tarde continuó como si nada, y el complejo habitacional se llenó de luces mientras la noche llegaba. Javier, con el corazón pesado, se marchó, consciente de que la advertencia que había entregado era solo el comienzo de una serie de eventos que ninguno de los dos podría controlar.
Esta historia es una ficción, que surge a partir de unas imágenes que -disimuladamente- capté en una de esas caminatas que suelo hacer por las calles de mi localidad. Pero, aunque diga mafia, muchos podrían pensar que me refiero a otro país, pero la realidad es que es algo que suele ocurrir aquí en Colombia con mucha frecuencia, de parte de algunos grupos conocidos como gota a gota, que tienen grandes cantidades de dinero, tantas como para prestar, con altos intereses, y si las personas no pagan, lo que les viene no es bueno... en fin.
Hay que ser muy precavidos, porque sé que este tipo de grupos no sólo existen aquí sino en todas partes en el mundo. Seamos juiciosos con el dinero, y con los préstamos, y cuidémonos.
Imágenes son de mi autoría, captadas con mi teléfono Redmi Note 13, en la ciudad de Bogotá
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Esta historia es una ficción, que surge a partir de unas imágenes que -disimuladamente- capté en una de esas caminatas que suelo hacer por las calles de mi localidad. Pero, aunque diga mafia, muchos podrían pensar que me refiero a otro país, pero la realidad es que es algo que suele ocurrir aquí en Colombia con mucha frecuencia, de parte de algunos grupos conocidos como gota a gota, que tienen grandes cantidades de dinero, tantas como para prestar, con altos intereses, y si las personas no pagan, lo que les viene no es bueno... en fin.
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No sabía de esa clase de mafias en Colombia, lamentable la situación, espero que muchas personas tengan las oportunidades suficientes para nunca acudir a esta clase de financiamiento que le puede costar hasta la vida.
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