"La arquitectura comienza cuando se juntan dos ladrillos" - Mies Van der Rohe.
Zaguán
El objeto de estos escritos, los cuales he decidido publicar de manera serial y estructurada, aunque no regular (según un criterio que establecí y que en su momento se justificará), es estimular la reflexión y la discusión sobre el tema de Venezuela como país para los venezolanos, con la finalidad de impulsar un proceso de desengaño que considero debemos pasar todos los que queremos algo mejor para esta tierra, para de esa forma iniciar sin retardo la construcción -que no la reconstrucción- desde sus cimientos, de un nuevo modelo de espacio para la convivencia y el progreso nacionales.
El tema de Venezuela como país, siendo hoy día imprescindible y presente, lo percibo abandonado adrede por parte de quienes se han apropiado, no sin cierta licencia nuestra, del rol de líderes de los venezolanos “de a pie” y por ello arrogándose también el carácter de ser los presuntos defensores de nuestros derechos, argumentando para esto lo que ellos mismos han descrito como el proceso de lucha que conducen por nuestra libertad y la libertad del país, enmascarando con este discurso, de forma por demás inmoral, todo un repertorio de conductas claramente punibles.
Lo anterior ha ocurrido desde hace más de un siglo y sin distinción de la profesión o parcialidad política que estas personas hayan ejercido, llevando a un territorio con todo el potencial para ser próspero y vigoroso, desde ser un espacio llamado “Tierra de Gracia” a ser “Tierra Desgraciada”: Venezuela es actualmente un tablero donde juegan y se compiten todo tipo de apetitos ajenos de carácter político, material y económico sin ningún interés en el impacto humano y social local, con una manipulación perniciosa del pasado, una patética indiferencia ante el presente, una pesarosa incertidumbre sobre el futuro y un inmoral desprecio cuasi-global por el destino de quienes en nacimos en ella.
El país actual, aunque duela admitirlo, desde hace un tiempo se devaluó a un nivel tal que ya no es plaza de oportunidades para pensar en un buen porvenir y alcanzar la felicidad: quien considere lo contrario y crea que hay chance de lo anterior, lo hace sabiendo que, de forma soslayada, abierta, o cuando menos involuntaria, debe permitir la continuidad de la cadena de eventos que está produciendo el desmantelamiento de Venezuela como concepto completo y con sentido.
Vivir el día a día y enfrentar las vicisitudes del escenario, ha degradado a los venezolanos hasta los niveles de supervivencia humana más bajos, apresándonos en la mazmorra de las necesidades individuales y básicas e impidiendo que podamos invocar recursos de cohesión y organización para nuestra evolución social, impidiendo el nacimiento de tan siquiera una intención de vencer el desamparo y la indefensión de forma escalar.
Este estado agudo de desamparo e indefensión de hecho es uno más de los objetivos que, con éxito, han logrado quienes apuestan a nuestra destrucción para conducir sus actividades de vandalismo nacional sin obstáculos. Abordar, describir, denunciar y criticar esas conductas despiadadas y las actitudes de quienes las han exhibido no será mi misión aquí: ya hay excelentes analistas históricos y políticos en el escenario, a quienes admiro, poseedores de fuentes de información muy superiores y mejores que las mías, ya que yo solo cuento con mis sentidos de la vista y del oído como fuentes.
Lo que sí intentaré llevar a cabo, lo he denominado arquitectura política, entendiendo este concepto como el proceso de diseño moral y cívico de ideas con el propósito de bosquejar un modelo de país íntegro por el que valga la pena luchar.
La licencia que me tomo para escribir sobre este tema bien puede ser la que presenta el profesor Giovanni Sartori en su obra “La Política: lógica y método en las Ciencias Sociales” donde puntualiza que “el discurso sobre la política se vuelve hacia tres antecedentes, a tres fuentes diversas, cuando menos: 1) la filosofía política; 2) la ciencia o conocimiento empírico de la política; 3) el discurso ordinario o común de la política.” En estos aportes, aprovecharé mi rol de persona común y corriente y me afianzaré de la tercera fuente para justificar mi esfuerzo, no sin tomar en cuenta, cuando pueda, de las otras dos fuentes.
La frecuencia con la que llevaré a cabo mi esfuerzo -de producción, que no de publicación- vendrá determinada por la lucha que conduzco actualmente contra el desamparo e indefensión propios y de los míos, ya que soy uno de esos venezolanos de a pie a quienes la situación actual afecta y oprime.
Las fuentes fundamentales que invocaré para la presentación de mis escritos serán principalmente tres: la bibliografía a la cual pueda tener acceso, las conversaciones que pueda llevar a cabo con personas interesadas en el tema en diálogos directos y las conversaciones que pueda desarrollar con las personas que me honren con sus comentarios por este medio. Además, escribiré aquí, porque mi intención es que mi esfuerzo quede y no se borre, para recibir toto lo bueno y todo lo malo de quienes me lean, sin distingo de espacio o tiempo.
Llevar a cabo esta tarea requiere de iniciar con sensatez como se dice comúnmente: por el principio. Los próximos ladrillos justificarán este comentario.
Pues bien, comencemos poniendo este primer ladrillo como el principio.
¿Por qué no estamos luchando?
Inicialmente, presentaré tres (03) razones. Sé que hay todo un universo de motivos, pero en este primer ladrillo remitiré tres que considero trascendentes:
1.- No hay objeto de lucha
No se puede luchar por un país que sencillamente no existe, y cuando refiero a que Venezuela como país no existe, asumo la responsabilidad de hacerlo literalmente: olvídese de los videos hermosos con tomas de El Salto Ángel, playas límpidas, páramos con nieve, lagos con torres de petróleo al atardecer, mujeres hermosísimas y aborígenes sonrientes con dientes limados y pinturas rituales. Déjele eso a los comeflores. No hay país si no hay nación, no hay nación si no hay pueblo y no hay pueblo si no hay personas que integren ese pueblo. Y si alguien piensa que esta afirmación se cae sola a partir del momento en el cual se ven personas en el territorio, surge el primer problema: ¿podemos definirnos como un pueblo? y es aquí cuando nace un conjunto de incertidumbres razonables, producto del gran robo de significados que, desde los tiempos de la colonia, se han venido llevando a cabo por mentes que, no carentes de talento pero sí quizás de probidad, en cada etapa de nuestra historia han ido plagiando elementos medulares para sustituirlos por otros que a su conveniencia les han otorgado algún beneficio o, en el menor de los casos, proteger sus vidas ante los deseos del caudillo de turno en sus respectivos delirios megalohistóricos.
Debemos aceptar, con la mente y no con el corazón, que, en este lugar del planeta, la gran mayoría de las personas está, cada vez que amanece, pensando qué va a desayunar, qué va a almorzar, qué va a cenar y qué le va a dar a los suyos, y si para eso debe girar la vista hacia otro lado para no ver a su hermano padeciendo, LO HARÁ.
Y no lo hará porque en ese robo de significados, hemos pasado más de dos décadas (quizás mucho más de cinco) recibiendo un bombardeo pertinaz de mensajes asegurando que los líderes, DEL BANDO QUE SEA, solamente han dedicado sus vidas a proporcionarnos lo necesario para que vivamos en total comodidad y seguridad, lo que nos ha sumido en un estado de total indiferencia por el destino del semejante, de nosotros como pueblo, de nosotros como nación y del país en general, ya que pocas cosas son más cómodas que dejarle la responsabilidad de nuestro futuro a otro, y más si este otro nos garantiza que con él, ese futuro solamente será de felicidad y prosperidad.
ASÍ QUE, DESPIERTE: NO HAY PAÍS.
2.- No hay voluntad de lucha
En segundo lugar, no se está luchando, porque el grupo de personas que desea hacerlo quizás ya no tiene el vigor físico y el grupo de personas que tiene el vigor físico, ya no quiere hacerlo y de esto, no vale la pena obtener ni conclusiones, ni juicios, ni críticas intergeneracionales.
Para comenzar, las generaciones que teníamos la “madurez” para evidenciar, enfrentar y neutralizar lo que en su momento era incipiente y hoy está consolidado, NO LO HICIMOS, lo que permitió que el futuro cayera en manos de personas con la moral en bancarrota. A lo anterior, le sumamos que la gran mayoría de quienes fuimos padres, jamás deseamos que nuestros hijos pasaran por el trabajo que nosotros pasamos para conseguir lo que teníamos, creando y criando una generación, que al interconectarse y caer en una sociedad más horizontal, le dio más intereses a una batalla de baile o de rapeo que a la Batalla de Carabobo o a la Batalla Naval del Lago de Maracaibo (de paso, el combate que verdaderamente nos independizó).
Simplemente, las generaciones que tienen el vigor incurrieron en dos errores totalmente lógicos: cuestionaron todo lo que personas con mayor experiencia les dicen, lo que ocurre en todas las relaciones intergeneracionales, y además de esto sus percepciones planetarias en muchos casos, les han reducido su nivel de apreciación de elementos situacionales de carácter local.
Aceptémoslo: en el mejor de los casos, somos un pueblo moribundo, a quienes una cantidad de organizaciones criminales, algunas enmascaradas tras la tapadera de estados, han decidido asfixiar para exprimir los recursos de un territorio legítimamente ganado hace dos siglos, adquirido a sangre y fuego – más allá de la motivación - para emplearlo como plataforma para la proyección de sus modelos de crimen híbrido, mezcla de actividades legales e ilegales, escondiendo de esa manera el nuevo rostro de la maldad. (el nuevo rostro de la maldad se aprovecha de los subterfugios y las brechas existentes en el ordenamiento de los últimos tiempos, donde la tolerancia y la permisividad son modas vacuas en muchos casos)
Hemos sido totalmente desmantelados en nuestro sistema conceptual y de valores: de inicio se nos ha inculcado una historia (elemento básico para amalgamar un pueblo) realmente separada de la historiografía y de las ciencias auxiliares a la historia y muy afín a la épica y a la literatura impactando más a nuestras emociones que a nuestra razón y compromiso cívicos, resultando en un espacio dominado más por el realismo mágico y las hipérboles temáticas que por el rigor histórico y el culto a la verdad.
Lo anterior ha causado un pernicioso efecto rebote que, unido a otros elementos parasitarios enquistados en nuestra identidad como pueblo, ha ido corroyendo nuestra capacidad de identificarnos como un grupo humano con antecedentes e ideales comunes, originando un sentimiento general que varía desde la incredulidad indiferente hasta el desprecio irracional hacia lo que somos como grupo humano con sentido único y completo.
3.- No hay liderazgo virtuoso consistente
Quienes tengamos interés aún por luchar por Venezuela debemos admitir que la hemos perdido a manos de un grupo corporativizado de captores totalmente deslindados de un interés por la conservación de sus espacios, de la protección de su patrimonio cultural y por el bienestar trascendente de las personas nacidas en su suelo. En este momento histórico, hay que dejar el romanticismo y admitir que la lucha por mantener a Venezuela libre es una contienda finalizada y perdida: finalizada porque una de las partes quedó totalmente desarticulada y perdida gracias a líderes vendidos a sus pasiones materiales mientras la otra parte ha evolucionado hacia otros estadios de operatividad e impacto sin que la primera, esa que a cada momento dice estar “en pie de lucha” haga algo para interdictar las acciones de su contraparte, por demás vencedora y exitosa más allá de toda duda, debido al control que ella ejerce sobre toda la población.
Entonces, ¿qué hacer?
Bueno, al menos de mi parte, basado en la falta total de fe, comenzaré a escribir tema por tema, -ladrillo por ladrillo- para intentar construir un modelo con la intención de que a quienes les guste, lo difundan, lo apoyen y lo adopten como aquello que se debe defender, para garantizar la supervivencia del pueblo que se dedicó, durante casi más de treinta años, hace más de dos siglos, a libertar, no solamente su territorio sino los territorios de otros estados nacionales de la actualidad, -países “hermanos”- quienes hoy día, en su mayoría e irónicamente, de forma inteligentemente oblicua se dedicaron y se dedican aún, aunque con otros protocolos, a parasitarlo.
Que el Espíritu Santo nos ayude.
Hasta el próximo ladrillo.