No sería justo despedirse, aunque sea de una manera provisional, de los hermosos pueblos castellano-leoneses que conforman la Comunidad y Tierra de Segovia, así como de la espectacularidad de su grandioso patrimonio histórico, artístico y arquitectónico, que son la gran mayoría de sus templos románicos, sin antes echar un vistazo a otro de sus singulares pueblos, Pecharromán y su magnífica iglesia, dedicada a uno de esos curiosos santos, que también formaba parte del selecto santoral de los caballeros templarios: San Andrés.
Pecharromán, como ya se advertía en la anterior entrada, dedicada a la humilde ermita de Santa María de Cárdaba, queda situado, podría decirse, sin error al equívoco, a mitad de camino de dos espléndidas poblaciones, con mucha historia a sus espaldas y la constatada presencia en ellas de inmejorables talleres de cantería, como son, las vecinas y más importantes poblaciones de Fuentidueña y Sacramenia.
De igual manera que ocurre con las iglesias de San Martín y de San Miguel, en Fuentidueña, también la iglesia de San Andrés se eleva en lo más alto del pueblo, por encima del Ayuntamiento, ocupando el lugar más destacado, como era costumbre en la época, para que la visión de su nave, o en su defecto, de su espléndida torre-campanario, pudiera observarse a kilómetros de distancia, compartiendo, junto con los castillos y fortalezas de los nobles, ese poder temporal, en el que la Iglesia ocupaba también un papel preponderante.
Teniendo estos antecedentes en cuenta y sabiendo, además, como se ha dicho, de la existencia en las proximidades de genuinos talleres de cantería, no es de extrañar, en absoluto, que la iglesia de San Andrés de Pecharromán, sea otro de esos inconmensurables templos románicos, imprescindible de conocer para todo buen amante de este estilo artístico y arquitectónico.
Si bien su concepción, en líneas generales, no difiere, a simple vista, de lo que era un proyecto generalizado en este tipo de construcciones, como la planta de la nave formando una cruz y orientada, salvo raras excepciones, hacia saliente, sí se observan en él, interesantes paradojas, que relacionadas, principalmente, con su portada principal, invitan, cuando menos, a la especulación.
Ya la forma de ésta, inusual y enmarcada en lo que antiguamente y a nivel popular, se denominaba como ‘pie de druida’, la forma pentagonal o estrella de cinco puntas, nos invita a penetrar en ámbitos hipotéticos, sobre todo, si observamos que los arcosolios principales -y que conste, que este detalle no es ajeno a algunas iglesias del mismo periodo y arte del románico segoviano- están decorados con diminutas cabezas y de una manera, aparentemente excéntrica, donde lo humano y lo animal se confunde con lo monstruoso o diabólico, que podría ser un aviso referencial a los antiguos cultos, de índole céltica -no olvidemos, que éstos solían colgar de los dinteles de sus casas o de las crines de sus caballos, las cabezas de los enemigos abatidos en combate, entre otras cosas, para impedir su reencarnación, pues eran creyentes en la teoría de la metempsícosis y que volvieran para combatirles otra vez- y sus perniciosos hábitos, que constituían, según la visión cristiana de la materia, el pasaporte a algo que aterraba al hombre medieval: el infierno.
De esa relación hacia los cultos anteriores, generalmente representados con seres grotescos, sacados de los grandes clásicos mitológicos y considerados, por lo general, como inductores a los más graves pecados que puede cometer un cristiano -tema sobre el que se podría discutir largo y tendido- volvemos a encontrarnos los típicos ejemplos de la imaginería románica, en la numerosa y excelente estatuaria que conforman los numerosos canecillos que recorren, hábilmente distribuidos en su función de soportes del tejaroz, una nutrida colección, donde quizás destaque, por su fuerza emotiva, la presencia, al igual que en la iglesia de San Miguel de Fuentidueña, de un personaje con cuernos de ciervo, probable alusión céltica, en la figura del dios cornudo Cernunnos -al que algunos investigadores, identifican también con el famoso bardo, Merlín- y cuya ejecución, podría haber sido la misma mano que realizó los principales diseños, también en la referida iglesia de Fuentidueña.
Pero Pecharromán, además de los misterios de su magnífica iglesia románica, es un pueblo, que aunque haya sufrido, como cualquier otro, los embites de la emigración a la ciudad y los claroscuros contrastes de las modernas técnicas de construcción, todavía ofrece, a todo visitante que se detenga el tiempo suficiente para admirarlo, notables ejemplos de esa arquitectura rural y por defecto, popular, cuya meritoria idiosincrasia hace de nuestros pueblos, lugares anclados en lo más granado de la Tradición y por lo tanto, merecedores indiscutibles de ser conocidos y aún más: saboreados con pasión.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual y por lo tanto, están sujetos a mis Derechos de Autor.
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