DE ERRANTES Y SITIADOS
Si un poeta nos da las claves de sus secretos, de las puertas
de su mundo interior, la clave de sus enigmas y de su tristeza,
es Rafael José Alfonso, ya una figura representativa entre
nosotros. Nos dice que en su escritura se entrecruzan los
caminos del arte narrativo y del poético porque proceden de un
mismo linaje y por lo tanto se comunican uno a otro a través de
la misma savia, un mismo resplandor. Su obra poética ya recoge
algunos títulos como “Errantes y Sitiados”, “Arcanos”, “Juglaría”,
“Testimoniales” y “Memorial del Verano”. Aunque estas líneas
tratan sólo del primer libro citado, vale la pena decir que en su
poética está todavía presente el eco de este libro.
El poeta Rafael José Alfonso es un gran fabulador de la casa y de
todo el misterio que ella entraña. Muy particular ha sido para los
poetas falconianos esta afinidad sagrada con el espacio que
habitamos y a veces nos habita. Los que hemos estado en los
solares de algunas de ellas en pleno corazón de la brisa, donde el
viento es también una compañía que nos habla, viento del mar o
de las serranías cercanas, sentimos el peso de lo que diría
bellamente el autor, su respiración y sus pálpitos.
Así que la casa, a la que me referí alguna vez como nuestra primera
geometría, nuestra esencial concha marina, refugio de nuestros
sueños e íntimo cofre de nuestras vidas, es íntimamente representada
por su palabra, la que también da cobijo a nuestros muertos, que nos
hablan desde sus paredes, desde sus lámparas y sus espejos. “Memorias”
es un bello poema que ejemplifica este universo que la casa representa
en todo su movimiento, en toda la vida a la que llama la aldaba, llama el
umbral, llama el patio y “la abuela que fuma tabacos que alumbran
los sueños “. La casa y sus olores (“La casa despierta ante el olor quemante
/ de las paledonias”), la que nos arroja y nos recoge, nos sumerge en
alegrías y tristezas, y nos invita a explorar vidas más allá de la vida,
porque esto es lo que significa la presencia de las animas a las que les
dejamos por las noches una jarra de agua, un plato de cereal y con las
que todavía tenemos una conversación necesaria.
La muerte es el otro gran tema en la poesía de José Rafael Alfonso.
Recuerdo, cuando visitaba su casa, que María (esa ondina en su linaje
amoroso) me decía que, su temor a la muerte era obsesivo. La muerte
en nuestra generación está muy arraigada a la casa, el lugar donde se
realizaban a menudo las exequias fúnebres, donde en conversación
rememorábamos la vida de nuestros difuntos, y escuchábamos los
rezos de nuestras mujeres plañideras que, abrían el camino del más
allá de los que nos dejaban. En torno a ella crea un mundo alucinado,
una atmosfera pesada de silencio, de señales mágicas que nos dicen
que nuestros muertos están presente, sedientos de claridad, del rumor
de la brisa nocturna, de las fiestas que festejaron un día y están como
espiándonos, velando nuestros sueños. Ellos que también barren de
noche para, como dice el poeta en un trabajo alusivo al maestro Rafael
José Álvarez, “los caminos no estén empegostados de tanta oscuridad”.
Si bien es cierto, como afirma Amador Vega: “La muerte física no es
extraña, nos es demasiado familiar”, la muerte de un íntimo, se lleva
parte de nuestro ser, de nuestro espíritu, y es lo que pretende el poeta
restaurar al prepararles el camino, su epifanía en la blancura de la
página.
El estado Falcón pareciera acoger todos sus muertos. Sus ánimas están
en cada
Soplido del viento, en cada grano de arena que gira en torno de hojas
y cactus, y cosa maravillosa, también en su claridad solar, en el
solsticio, porque las noches son cortas y esperamos que ellas alarguen
su presencia: “Mi padre promete desandar los mediodías / mi madre lo
ve desinflarse en el patio / llora / va hacia él / y gira en la sombra de
la casa”. En este hermoso libro de José Rafael Alfonso cada palabra,
cada imagen es de un colorido que nos sumerge en una atmosfera
fantástica, en un espacio flotante, como si estuviéramos en un país
distinto, sólo debido al milagro de la poesía. Esta es una obra contra
el olvido, dándole a cada cosa que palpa un lugar para la trascendencia.
“Errantes y Sitiados” es una obra premiada por La Casa de la Cultura
de Maracay, estado Aragua. La filosofía del jurado al otorgar este
premio, se basó en su calidad de estilo, el rigor y la coherencia temática
de sus textos. José Rafael Alfonso es profesor emérito de la Ilustre
Universidad de los Andes y su obra ya tiene un lugar meritorio, tanto
en la ensayística, como en la prosa narrativa y la poesía.
TRES POEMAS DEL AUTOR