Qué tiempos aquellos cuando escuché "Ojos malignos"

Qué tiempos aquellos cuando las canciones eran poemas que llegaban al alma y se convertían en emblemáticos sonidos que nos marcaban para siempre...

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A mi madre siempre le gustó escucharme cantar, pero no solo a mí, sino a todos sus hijos y sobre todo a las hembras, quienes poseen una voz privilegiada y la virtud de internalizar cualquier melodía con apenas oírla una sola vez. Sin embargo, yo era el que tenía por costumbre ponerme a interpretar en el amplio patio de nuestra casa, acompañándome con el cuatro, las canciones que me interesaba aprender, las cuales debía practicar una y otra vez para poder dominarlas.

Uno de esos temas que me llamó la atención en cuanto lo escuché en la radio fue Ojos malignos. La inigualable voz de Soledad Bravo nos conducía magistralmente por los poéticos versos y la sublime música de la canción para sumergirnos en una experiencia melódica sinigual. De inmediato me dediqué, por supuesto, a memorizar la letra y me dispuse a ensayarla con el propósito de incluirla en mi arbitrario repertorio de cantante sin rumbo fijo.

En eso estaba cuando observé a mi mamá que se acercaba con un gesto de suma complacencia para decirme: "Ay, qué canción tan bonita", y se fue en seguida a continuar con sus interminables oficios. A mi santa madre le gustaba antes cantar y participar de las efusivas celebraciones que hacíamos en casa, pero desde el fallecimiento de una de sus hijas, evitaba participar en esas parrandas y solo de vez en cuando se dedicaba a tararear por lo bajo alguna vieja melodía.

Fue una acción extraña, entonces, una señal de que Ojos malignos la había impresionado, porque no era esa la forma en que solía demostrar su agrado por esas composiciones que incansablemente yo repetía hasta que me convencía de que me salían bien. Por lo general, ella esperaba una oportunidad en que estuviésemos todos reunidos en un alegre compartir para decirme, por ejemplo, "canta la canción esa de las miradas sutiles". Era en esos momentos, entonces, que yo me enteraba de que le había gustado ese tema y lo tenía presente para dedicárselo cada vez que fuese posible.

Ya para esos tiempos, por motivos de estudios, me encontraba la mayor parte del tiempo fuera del hogar materno, pero cada vez que regresaba al pueblo no perdía la oportunidad de interpretar Ojos malignos con el exclusivo fin de que mi madre lo escuchara. Ella, por su parte, lo incorporó al repertorio de las melodías que tarareaba con infinita ternura, mientras se encontraba ocupada, algo que me colmó de sentimental satisfacción.

Algunos años después, cuando el Alzheimer la postró por más de dos años en una cama, ausente de la realidad, sin saber sobre nada de lo que pasaba a su alrededor, yo le canté esa canción y ella, abrió los ojos de repente para decir "qué bien"… Fueron las últimas palabras que sus hijos le escuchamos pronunciar antes de que partiera definitivamente a la casa del Dios que tanto amó. Y por todo esto, Ojos malignos es una melodía que la tendré siempre junto a la memoria de mi santa madre.

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