Mi tercer día de cuarentena, desde que el pasado sábado el Gobierno de la Nación declarara el estado de alarma. Como de costumbre –por algo corre por mis venas parte de la sangre de Don Quijote- me ha pillado con el culo al aire. O lo que viene a ser lo mismo: con la remodelación de mi casa a medias.
Refugiado en casa de mi hermano, cada vez que salgo a la terraza a fumarme un cigarrillo, pienso en Don Quijote y mirando a mí alrededor, soy consciente de que hay gigantes a los que combatir, pero por desgracia, están mucho más evolucionados que los molinos ideados por don Miguel de Cervantes y utilizan la invisibilidad como arma principal. Por lo tanto, en esta lucha desigual, no puedo evitar sentirme como Gary Cooper: solo ante el peligro.
Cuando se lleva tantas horas encerrado, lo que al principio pensabas que podía ser una oportunidad para poner tranquilamente en orden tus cosas, se convierte, cuesta decirlo y puede que también cueste creerlo, en una espantosa rutina, que amenaza con otro tipo de virus, menos agresivo, pero metafóricamente mortal, al que en los tiempos medievales conocían como el Demonio Meridiano: la desesperación o la desidia.
Aun así, por fortuna tengo el ordenador conmigo y una buena colección de archivos, tanto escritos como fotográficos, con los que poder echar un metafórico solitario por los mundos del recuerdo y hacer bueno el refrán aquél que dice, que el que no se consuela es porque no quiere.
No obstante incompletos, en mis archivos sobre Madrid, vuelvo a encontrarme con las fotografías que tomé el día 1 de mayo del año pasado, cuando caminando libremente por la calle, formaba también parte de esas manifestaciones pacíficas, conmemorativas del día del trabajador, que llenaban de murmullos, voceríos y colorido una de las arterias principales de Madrid, como es el Paseo del Prado, hasta desembocar en esa formidable escultura de Cibeles, diosa del Inframundo, ejecutada por Francisco Gutiérrez y Roberto Michel, en base a unos diseños de Ventura Rodríguez. Por descontado, hoy tan inusualmente solitaria, que cuesta trabajo creerlo y hasta me consuelo pensando que quizás se trate de una película, como cuando Alex de la Iglesia consiguió dejar libre de gente y coches la Gran Vía, para tomar algunas escenas de su película El día de la Bestia.
De este paseo y por supuesto del Museo del Prado, guardo una curiosa anécdota: la congregación de personas frente a la estatua de Velázquez. Recuerdo que me dio la impresión, no de que se estuvieran manifestando reivindicando unos derechos que hasta no hace tanto tiempo eran brutalmente repelidos por esas mismas fuerzas de seguridad que ahora velan supuestamente por mantenernos en nuestras casas alejados de esta maldita pandemia, sino de que en realidad estaban haciendo cola para dejarse inmortalizar por ese gran Maestro de la Pintura de nuestro Siglo de Oro, del que se vanagloriaba Salvador Dalí de haber sido el único en encontrar la clave numérica que utilizaba en la mayoría de sus cuadros, incluidas, por supuesto, esas Meninas, que de puro feas resultan atractivamente simpáticas.
Me pregunto si habrá manifestación este primero de mayo, que parece tan próximo, después de lo que está cayendo y lo que cayó el pasado 8 de marzo. Lo dudo. Como dudo de que a partir de ahora se ponga en práctica el romanticismo de Sergio Dalma, cuando cantaba aquello de que bailar pegados es bailar. Táchenme de frívolo, pero creo que después de lo que nos está cayendo encima –y me reía hace años, cuando veía películas tipo la amenaza de Andrómeda- el dolor de cabeza estará más que justificado en muchos dormitorios y el paracetamol se convertirá en un bien tan preciado, como actualmente parece que es el papel del váter.
AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.
esto es muy serio Juankar y hay quien no hace caso y luego se lamentara
feliz cuarentena te beso y abrazo desde la distancia
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Claro que es serio y yo estoy cumpliendo con mis obligaciones de cuarentena. Por eso creo que es también un buen momento para dejarse llevar un poco por la imaginación, por la fantasía. No todo han de ser mensajes de alarmismo, repeticiones de los consejos médicos que todos seguimos como si fuéramos papagayos. Aceptar que cada uno tenemos una responsabilidad, tanto social como individual, no debe de restarle espacio a la fantasía, a las sensaciones, a las ganas de crear aun cuando no se esté de acuerdo o no guste lo que hacemos. Por fortuna, los buenos amigos siempre estamos en contacto, así que ya sabes que recibo ese beso y ese abrazo desde la distancia, como un tesoro. Otro beso y otro abrazo para ti.
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