
Mi país es una casa de fantasmas. Reflexiones.

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Vengo del mercado libre de mi ciudad San Juan de los Morros, después de realizar unas pequeñas compras, que es lo que hacemos los venezolanos en su inmensísima mayoría.
Me encontré con rostros conocidos pero casi irreconocibles, y mucha gente viendo para el piso sin ninguna protección contra el peligroso virus mundial.
Las calles no están tan vacías, pero sentí que me encontré con muchos fantasmas, esos con cuyo aspecto hacen presentir o deducir que su peligro es continuo, pero no se dan cuenta.
Otras personas sí marchan temerosas y escurridizas entre una multitud que desconoce hasta dónde podremos llegar, en tanto el escándalo y el bullicio acostumbrados han cesado.
Los buhoneros o "bachaqueros" no lanzan lecos promoviendo su mercancía o productos, y solo transitan con libertad los vikingos o bebedores consuetudinarios que solitarios cargan su bebida en lugares "secretos".
La vieja Ramona, mi amiga de varias décadas, pasa montada en su motocicleta y, aunque tiene 77 años, su psicomotricidad, fuerza y dinamsmo hacen sorprender a los transeúntes.
Sigo caminando y compruebo que lo que he visto son solo fantasmas por su aspecto triste y abandonado. Ni siquiera don Quijote luciría una apariencia como la de estos hombres y mujeres de mi pueblo.
Una doña entrada en años vocifera que le "cayó el bono de Semana Santa", pero en una sola compra se le va todo el dinero, y queda pensativa y desprotegida.
No sé si el mundo estará así, pero en Venezuela lo veo todo muy mal. La reputación gubernamental está por el suelo, y la gente sin esperanza ni alivio.
Esperamos que Dios meta su mano por nosotros.