El jefe y el hombre roto
El salón estaba parcialmente iluminado, solo lo suficiente como para ver las mesas, sillas y a las personas presentes, aunque sin poder distinguir sus rostros. Estábamos los mismos de siempre: Tagger y Johan en la entrada, Edd y yo junto al jefe, Tovi Costello. Él hizo la seña para que dejaran pasar al primer deudor del día.
Un hombrecillo delgado y blancuzco cruzó por el umbral, frotaba sus manos una con la otra por debajo de la cintura, una acción típica de alguien asustado, ya había visto ese ademán muchas veces; aquello debía ser un trabajo fácil para alguien con la experiencia del jefe. Desde su silla, le invitó a acercarse, una vez estuvo frente a nosotros pude oler el hedor a cebolla que despedía.
—Tomás, el verdurero, ¿correcto? —preguntó, estirando una mano esta vez para indicarle que se sentara —. Adelante, estamos entre amigos.
—Sí... sí, señor Costello —el verdurero hablaba entre soplidos, su comportamiento era irritante —. ¿Có... cómo está?
El jefe se tomó su tiempo para responder, primero sacó su navaja de bolsillo y se limpió las uñas con ella, pasándola de una mano a otra frente a la mirada atenta del verdurero.
—Mal, Tomás. Estoy mal —la sala quedó en silencio por 30 segundos —. ¿Quieres saber por qué estoy mal? Vamos, pregúntame por qué estoy mal —ordenó, con una sonrisa.
—¿Por... por qué está mal se... señor Costello? —ese hediendo hombrecillo estaba a punto de cagarse encima, aunque, dadas las circunstancias, el olor de la mierda habría sido más agradable que el de la cebolla.
—Estoy mal, Tomás, porque estoy triste —afirmó, rozando los costados de la boca del hombre con la navaja, emulando la forma de una expresión de tristeza —, y estoy triste porque estoy molesto. ¿Qué loco, no? ¿Y sabes por qué estoy molesto?
—Eeehm... —respondió el infeliz, antes de ser interrumpido por el jefe que clavó la navaja en la mesa con furia.
—¡Estoy molesto, Tomás, porque me dijeron que nos debes tres meses de paga! —le espetó, mirándolo fijamente —¡¿Cómo es eso posible, maldito bastardo?! —el jefe no estaba molesto realmente, todo era parte de su actuación para intimidar. Algo que generalmente resultaba muy bien —. ¿Es que acaso ya no respetas a la familia? —preguntó ahora, más calmado.
—¡No! ¡No es eso, señor Costello! —exclamó el verdurero.
En sus ojos pude notar que estaba a punto de llorar el pobre idiota. Contó un par de tonterías sobre que las ventas estaban mal y que su novia había enfermado, o tuvo un accidente, alguna basura de ese estilo.
Entonces, el jefe soltó la navaja, respiró hondo y sujetó las manos del verdudero con las suyas.
—Te entiendo hijo, no creas que no. Sé que ha de ser complicado —afirmó él —. Yo mismo vi morir a mi señora madre, que en paz descanse, por un maldito cáncer de pulmón —luego, lo vio a los ojos y añadió—: Búscate otra novia, es más barato. Tienes un mes para pagarnos o eres hombre muerto.
En ese instante algo dentro del verdudero se quebró, lo sé. Un hombre roto es algo inconfundible. Sus ojos llorosos se llenaron de furia y el menudo y hediondo personaje, mientras el jefe reía, tomó la navaja y le rajó el cuello. Edd y yo no tuvimos tiempo para reaccionar, Tovi Costello se desangró en el suelo y murió como un perro.
Me dio un poco de lástima cuando tuvimos que matar al verdurero, pero las cosas son así en este negocio. Ahora yo, Alessandro Costello, dirijo el negocio de mi padre; y si algo aprendí de él, es que no hay que jugar con navajas frente a los deudores.
Foto de @fotorincon12. Pulsa aquí para ver la original
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