Si tan solo hubiera cuidado mejor de mi gatito, Michael, probablemente seguiría aquí a mi lado; esta es una historia que he contado en varias publicaciones, pero la expandiré un poco a continuación por el propósito de este post. Michael era un gato negro que habíamos adoptado en el año 2015 aproximadamente; aunque he tenido y conocido varios gatos, puedo decir que este es el gato más cariñoso, lindo, de buen corazón y meloso que he visto jamás. Era un gato que consolaba los peores ánimos en un día malo con caricias y compañía. A diferencia de lo que creen muchas personas acerca de los gatos, existen mininos como él, que son tan cariñosos y apegados a sus dueños que se sienten como algo más que un simple gato. Él era este tipo de gato.

_{Su última foto en vida. Foto de mi propiedad.}

Además, destaco de él la gran relación de amistad que tenía con todos a su alrededor. Una vez lo observé rozarse contra mi perro, Max, a pesar de que no se llevaban bien, en lo que asumo fue “un llamado a la paz”. También saludaba de esa forma a todas las personas que llegaban a la casa, incluso si no los conocía o eran totalmente extraños; no era tímido ni ansioso ante el contacto humano, sino que le encantaba que lo acariciaran y mimaran todos. Estas características hacen que no se escuche como si fuera un gato, pero él era así. Tenía una personalidad fantástica, juguetona y apegada.

_{Un gif con él mientras yo hacía caras graciosas. Foto de mi propiedad.}

Cuando me planteaba hacer ejercicio en el patio, donde él habitaba, era imposible: se encamaraba encima de mí para acurrucarse en mis piernas o en mi torso. Me veía obligada a hacer ejercicio adentro. Las veces que mi hermano y yo conversábamos en el jardín, se entrometía entre ambos para recibir cariños. Estos son algunos de lo miles ejemplos de su forma de ser.

_{Conviviendo amablemente con un gato pequeño. Foto de mi propiedad.}

Siempre tuvo una salud un poco frágil, ya que llegó a mi casa en condiciones precarias; desnutrido, sin pelo y deshidratado. Sin embargo, lo cuidamos y lo alimentamos; en un principio, no dejaba que nos acercáramos, pero su proceso de recuperación hizo posible que sacara su verdadera personalidad, la cual describí previamente. Estaba esterilizado y tenía sus vacunas; no todas, ya que no contábamos con los recursos económicos, pero sí las más importantes. Esto hizo que muchas enfermedades no lo atacaran y que no se peleara con otros gatos, por lo que pensé que le esperaba una larga expectativa de vida. Pero, lastimosamente, no fue así.

A principios de este año 2022, él empezó a presentar síntomas de debilidad, bajó de peso y babeaba en exceso. Con fe de que se mejoraría, no lo llevamos al veterinario. Este fue el gran error que cometimos. En una semana, en la que no comió nada, falleció luego de una larga agonía. Estaba delgadísimo. Yo lo acompañé en sus últimos momentos; estuve con él, lo acaricié y lo mimé. Era la primera vez que lo veía arisco a las caricias porque sentía mucho dolor. Decir “que me rompió el corazón” es poco.

Si sólo lo hubiéramos llevado al veterinario a tiempo, él no hubiera sufrido tanto, y quizás hubiera logrado sobrevivir a su enfermedad. Nunca supimos cuál fue su diagnóstico o por qué desfalleció tan pronto, pero todavía es triste para mí pensar que pudimos haberlo salvado.

Esta mala experiencia significó también la salvación para mis otros gatos, ya que aprendimos que, al primer síntoma, debemos llevarlos a recibir atención veterinaria. Por ejemplo, mi otra gata, Skyler (la favorita de mi abuela), estuvo gravemente enferma, pero la llevamos al veterinario, donde le pusieron antibióticos y antialérgicos que la curaron; actualmente se encuentra muy bien y llena de vida. Al menos, viendo el lado positivo de nuestra equivocación, funcionó como un método forzado de aprendizaje.

_{Skyler sí se ha recuperado bien. Foto de mi propiedad.}