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Esa fue la primera vez que me di cuenta a tan temprana edad de que el miedo huele, se siente. Es un olor como acre, casi como mostaza dulce que se siente en el aire. Ese debe ser el mismo olor que percibe un depredador cuando está tras su presa. Hubo un momento que me tiré al agua con la esperanza de que las abejas pasaran de largo pero lo único que conseguí fue que se quedaran encima de donde me había sumergido, como esperando a que me faltara el aire y saliera para aguijonearme. Fue espantoso, fue una pesadilla hecha realidad.

Ese zumbido.

Un amigo que había hecho lo mismo que yo se levantó y me gritó "¡Corre! ¡Corre!". No me iba a quedar ahí solo y salí corriendo también.

Ese zumbido infernal.

Ya casi llegábamos al sitio por dónde entramos a ese río y las abejas seguían picoteando, pero ya eran menos. Yo me había lastimado el pie pero no le prestaba atención, me imagino que por la adrenalina, pero ya me empezaba a molestar y me costaba caminar. En ese punto ya los adultos se habían percatado de lo que había pasado y empezaron a socorrer y ayudar a los que iban llegando. A mí me dió un ataque de risa por los nervios y uno de los adultos gritó ¡Atiendanlo, que está en shock!" Yo no creía que estuviera tan mal, solo que ya casi no podía caminar por mi cuenta. Tras de mi seguían llegando más compañeros, unos más golpeados que otros y yo le pedía a los que me atendían que los revisaran a ellos, que yo me sentía bien.

Media hora después ya todos estábamos en una casa de la hacienda, algunos acostados en camas porque estaban mal, hubo quienes recibieron más de cien aguijonazos y hasta donde yo se no había nadie alérgico porque no hubo casos graves, solo mareos, vomitos y dolor de cabeza producto de la fatiga y el pánico y otros con golpes y torceduras de pie como la mía.

Esa misma noche nos regresamos a nuestras casas y nuestros padres estaban preocupados porque les habían avisado sobre la situación. Los míos más nunca me dejaron salir en una excursión escolar, supongo porque no querían que algo peor pudiera pasar y no los critico.

Con el tiempo supimos que por alguna razón la colmena se agitó, suponemos que por el ruido. La gente de la hacienda la ubicó y la destruyó porque era muy grande y representaba un real peligro para los trabajadores y el ganado. Ninguno de los que fuimos atacados sufrimos graves consecuencias, y de eso lo que nos queda hoy día es el recuerdo, un recuerdo de que por cosas del destino cualquiera puede perder la vida en un abrir y cerrar de ojos y la suerte de que ese día nada realmente malo nos pasó.