¿Le ha pasado cuando viaja y visita sitios de interés, siente curiosidad por saber algún mágico acontecimiento del lugar, o detalles de héroes y heroínas que estuvieron involucrados en hechos épicos históricos?
El caminante cada vez que logra conocer un lugar nuevo, va preguntando cuál es el motivo de la existencia del monumento o centro histórico. El turismo religioso o espiritual como también se le conoce, tiene sus leyendas curiosas; acompáñeme tres minutos a una ermita del norte europeo, agradezco su atención…
…Cuenta una antigua leyenda de Noruega, acerca de un ferviente servidor de una ermita. El buen hombre llevaba decenas de años al servicio de la limpieza, como también de cuidar, abrir y cerrar el lugar de oración de muchos devotos y turistas. Algunos regresaban a la ermita para agradecer milagros recibidos, el servidor preguntaba al peregrino si era la primera vez que visitaba el lugar; los agradecidos emocionados le contaban de sus milagros. El servidor oraba tres veces al día, pero en un atardecer sintió que los ojos del Cristo lo observaban.
Señor, oró: “he escuchado de los muchos milagros, que los peregrinos te atribuyen; te ruego me dejes por un tiempo estar crucificado en esa misma cruz, para saber de tu sufrimiento” -El Señor contestó la oración- Hijo mío: “Me gusto tu propuesta, cambiaremos papeles, con la condición que veas y escuches lo que sea, te mantendrás en completo silencio” ¡Trato hecho, Señor!
El servidor durmió como de costumbre; pero al despertar ya estaba en la cruz y el Cristo ocupaba el lugar del cuidador. Nadie sospechó nada, pasaron las horas, cuando un hombre bien vestido llegó y oró, pero al salir olvidó su billetera, en el banco.
Pasados unos minutos entró un joven pidiendo un milagro económico, al salir vio la billetera, dio gracias al crucificado, la tomó y salió. Al buen rato entró otro joven pidiendo protección para un peligroso viaje en barco; al momento entró el hombre que abandono la billetera, y de inmediato increpó al joven, exigiéndole que le devolviera la billetera, hasta el punto de golpearlo. El crucificado, no pudo aguantar la injusticia y habló: ¡él es inocente, déjalo!... Ambos salieron, incontrolados del susto…
La ermita queda sin peregrinos, el Señor cerró las puertas y el crucificado cayó en un sueño profundo; escuchando estas sentencias: “el hombre de la billetera, iba a comprar la virginidad de una santa mujer, quién tomó la billetera tenía una situación de muerte; el joven que iba a viajar, no le convenía, pues el barco naufragó y murió. Tú al guardar silencio, llegarían a la policía, pero no viajaría” Al despertar el servidor volvió a su vida normal y el Cristo le habló por última vez: Hijo mío: “Me gozaré de todo corazón cuando tus labios hablen lo correcto” -Proverbios 23: 16-
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