La luz había desaparecido de los ojos de Amanda. Margot no dejaba de repasar la lista de pendientes de forma monótona y mecánica, ajena a lo que le pasaba a su jefa.

Una vez que terminó de recitar los elementos de la lista, Amanda le agradeció y le pidió que se retirara y que no le pasara más llamadas.

—¿Está segura? —preguntó antes de salir.

—Sí, lo estoy —respondió Amanda irritada.

Una vez sola, la mujer se obligó a sí misma a olvidarse de todo. La boda, el chofer en la alcabala, el capataz y la tubería problemática, su hermana y sus ínfulas de ser el centro de atención. Todo esto se sumó y causó la ceguera por estrés que le impedía seguir dirigiendo sus tareas del día.

Esta no era la primera vez que pasaba. Cuando estaba en la escuela, fue forzada a cantar el himno nacional frente a sus compañeros y, a mitad de la canción, la visión empezó a fallarle. La situación empeoró con la llegada de las exposiciones y las actividades grupales que consistían en presentarse frente a una audiencia.

Al ser tan perfeccionista y ser buena dirigiendo, sus compañeros de clase y los profesores veían en ella alguien de confianza y la elegían para los trabajos extraacadémicos.

Con el paso de los años, Amanda aprendió a lidiar con el estrés. Asoció la sobrecarga de tareas con su ceguera. Sus ojos empezaban a ver fotopsias, sentir migrañas leves y sufrir leves mareos los cuales eran preludios a la falta de visión.

Amanda hacía ejercicios de respiración, gimnasia pasiva y, de estar en la universidad -y más adelante en la oficina de su compañía- pilates de pared y yoga. En estos casos, agradecía la privacidad que esta le proporcionaba.

Amanda cerró sus ojos y se puso a escuchar música para relajarse.

Inhala y exhala —murmuraba—. El mundo no se va a acabar porque no lo atiendas.

La jornada de ese día terminó y todos abandonaron el edificio. Amanda, sabiendo cómo se ponía en situaciones críticas, tuvo varios planes de contingencia que, ¡Gracias a Dios! Funcionaron y pudo salir del paso.

Cuando llegó a su casa, Amanda se bañó con agua caliente y se dedicó el resto de la noche a reponerse del día. Un trueno abrió el cielo y la lluvia empezó a caer.

Las precipitaciones siempre conseguían calmarla y hacerla feliz.