Saludos a todos nuestros amigos digitales de la plataforma!
Gracias a @naka05 por abrir este interesante concurso.
Para comenzar quiero invitar a los amigos @marcandovidas @karianaporras y @mariuespinoza para que participen en esta propuesta.
Sé que el concurso se refiere a lo metafórico del mensaje: "Huele a Navidad", pero en esta ocasión me quiero referir a lo literal que es sentir el olor de esa época.
Lo que de verdad huele
Y no, no es el olor a la comida, ni al ponche crema...
Soy de Maracaibo, y allí la Navidad tiene un sabor especial.
En todas partes del mundo, en donde se celebre la navidad, tienen tradiciones, añoranzas y costumbres arraigadas, pero en Maracaibo es otra cosa. Allí se le dio sonido y ritmo a la tradición decembrina, y la forma de vivir la navidad es diferente. Es una mezcla de sensaciones, sabores, aromas y sonidos.
El tema del concurso me trasladó a una experiencia hace unos 25 años atrás, cuando cumplía con mi primer desafío profesional fuera de mi ciudad. Trabajaba en ese momento en el Diario El Oriental, en Maturín, al otro extremo del país, y poco a poco me adaptaba a algunas costumbres, comidas, horarios y clima de mi ciudad receptora.
Yo había llegado a Maturín en septiembre y por azares del destino conseguí trabajar en un diario en el que el director y tres de los cinco periodistas eran de Maracaibo, así que en ese punto me sentí como en casa.
El ritmo mismo del trabajo no te deja sentir aburrimiento ni nostalgia, pero los fines de semana eran otra cosa. Las pausas te obligaban a replantearte tu lejanía y soledad.
Rápidamente se acercaba diciembre y tenía miedo de no sentir nada. De estar tan alejado -física y espiritualmente- que pasara sin pena ni gloria. Peor aún, tenía miedo de dejar pasar un diciembre sin navidad, sin familia, sin mis tradiciones.
Había una hilera de sentimientos que se iban acercando a la puerta, y no sabía cuáles iban a salir y cuáles se iban a quedar.
En las horas de almuerzo, el colega y coterráneo José Luis Zabaleta y yo salíamos a explorar qué nuevo restaurancito se habría abierto, qué cafetín o merendero ofrecía ofertas o simplemente, o qué puesto de comida rápida nos aliviaría el hambre.
Fue en una de esas excursiones de mediodía, cuando pasamos frente a una casa que se estaba vistiendo de navidad. Una señora y su hija estaban pintando la fachada y fue ese olor a pintura el que nos trasladó a la navidad maracucha. Sí, el olor a pintura.
No fue el olor a la comida, ni al ponche crema. Fue el aroma de la pintura la que nos avisó que ya diciembre estaba cruzando la esquina y la navidad se asomaba sonriente.
La tradición venezolana -y muy maracucha- manda a pintar las casas en diciembre para recibir el año nuevo con una cara remozada.
Hasta ese momento no le habíamos tomado el peso a esa costumbre, pero estando tan alejados de nuestra gente y de nuestro hogar, que fue ese momento de sentir el aroma de la pintura el que nos trasladó a la mesa familiar en una noche de 24 de dieciembre.
El "primo" y yo nos miramos de inmediato y casi al unísono dijimos:
-¡Vaina primo, huela a Navidad!
-¡Pa' que sepáis!