EXPERIENCIA DEL ASCENSO
Mi experiencia del ascenso iba más allá de una simple meta
(un Cristo de piedra de manos alargadas). Había algo del deseo
de dejar las sombras, y en el ínterin del viaje, preguntarnos por
las fuentes, por las muchachas que reían seducidas por la llovizna y
por el sabor de un fruto de una comarca extranjera. Para los dioses
la cosa era distinta. Sus excesivas luminosidades llamaban al
descenso. A lo mejor sus cavernas eran la luz.
OCURRENCIAS
Desde la infancia, escuchar historias tenía algo del sabor ancestral.
Los niños africanos lo hacían por las noches a través de una anciana
llamada Ugogo. A veces, bajo los guayabales del patio de mi casa, nos
deteníamos en estas ocurrencias, hasta que un día la voz ronca de Inés,
nos interrumpió de madrugada, diciéndonos que, en el patio salía el
alma de su esposo. Entonces las reuniones eran durante el día y nuestra
Ugogo era el sol. A la luz de la luna podían salirnos las arrugas de Inés.
EN SILENCIO DECIDE Y REGRESA
El niño enredado en los cables sólo piensa en el terror de volver. No era
para menos, la pedrada fue contundente y si no logró asestarle a Perco,
si al auto que pasaba. Su madre trató de convencerle que se quedara,
pidiera disculpas (su padre comprendería, obviamente le daría una pela,
porque entre otras cosas, él tenía que asumir una deuda). Estaba ya
atardeciendo, por un lado el patio que sentía como una prisión y por el
otro, el descampado que podía llevarlo a la muerte. En silencio decide y
regresa.
EL PEZ ERA MÁS BELLO DENTRO DEL AGUA
Al atrapar el pez con la técnica de la ciencia, la caña flexible, el
hilo delgado y fuerte, el anzuelo embadurnado de sangre;
mataba todo el espectáculo de la imaginación, su tamaño enorme
en la sombra, los abigarrados colores de su cuerpo en la luz, lo
fugaz de su presencia en cada parcela de agua. Una especie de
muerte de la inocencia a orillas de un río de la desilusión: “El pez
era más bello dentro del agua” (Riana Schepeers).