TU CASA LA ALEGRÍA QUE ESPIABA

in hive-183255 •  4 years ago  (edited)

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TU CASA LA ALEGRÍA QUE ESPIABA



Tu casa la alegría que espiaba. Estaba allí, observándote, si lavabas la

ropa, con una bata clarísima que, se apretujaba a tu cuerpo por gozo del

rocío. Tomaba el café que tu marido me ofrecía. El calor hacía más

intensa la jornada. Espiaba, a veces te estremecías a pesar del agua y tus

senos, dos blancas palomas, deseosas de tomar el vuelo, y yo lanzando

monedas al aire para que esto no terminara.



No pensaba que esto era seducción anunciada. Es usual ver en el trópico

a las mujeres lavando, ya sea a orillas del río, del lago o en la acuosa

intimidad de sus casas con prendas que las transparentas. Aunque el

clima tiene, en estos casos, una connotación especial. Un dios que goza

desplazarse sobre el cuerpo de las mujeres, sobre todo, en el de las más

jóvenes, en las que llega el olor de sus enamorados. Ya no es el viento de

Virgilio la amenaza. Es el clima que trae un aire libidinoso y toca cada

puerta.



Digamos que el que seducía era yo. Lo normal era acogerme al evangelio,

esperar a que llegara Andrés para comenzar la faena del juego, tan

dinámico, a una edad que no se tiene brida, porque para un niño, cada

objeto es una invitación a explorar en sus secretos. Pero era difícil para

mí, que había colgado los preceptos religiosos que tanto me colmaron.

Además la mujer me gustaba, no tanto por tener excelsos atributos, sino

por la blancura especial de su piel y por su olor a melocotón que

emanaba de su mediana juventud.



Era natural buscar la llave que me llevaran a este reino, largas

conversaciones que me revelaran su mundo, en sí a su soledad que

entreví, por ser mujer de un arcaico machista; quien se ausentaba

por largos períodos de la ciudad, con el pretexto de hacerse de un

porvenir que nunca llegaba. Ya yo había intimidado con una de sus

hermanas, e incluso la menor en un gesto de atrevimiento, me había

ofrecido el sabor de sus naranjas, si ubicaba a su hermana en algún

trabajo de una institución pública. Se abría así un perverso juego en

un triángulo de un vértice que tanto deseaba.



El amor vencerá dice por allí un poeta, yo diría el canto de las sirenas

de las que se salvó Ulises. No iba a hacer falta los hilos de la fortuna

que me ofrecían sus hermanas. Comenzaba el mundo, la mirada,

digamos, lo prohibido por el estado formal en que estaban inmersos

nuestros compromisos. La luz bendita de la virgen me ayudaría.

Perdonen si uso a la Virgen para tales deseos, aunque muchas miradas

libidinosas de vírgenes pintadas por artistas, podrían justificar mi

atrevimiento.



La feria era un motivo especial para comenzar la huida. Aprovechamos

la ausencia usual de su marido. La feria de noviembre, bajada de la

Virgen, las gaitas en plenitud colman la radio. Estamos en una tarima a

toda dar. Músicos, cantantes, bailarinas, reinas de belleza, políticos

oportunistas, forman el manjar. Se hace la noche, la libación nos prende,

terminamos agarrados de la mano como en un poema de Octavio Paz.

De pronto estamos en la casa, entre sábanas ardientes, ya no necesitaba

espiar, toda su blancura era para mí, desnuda con bellos negros que eran

un resplandor. Comenzaba la vida de navegar entre dos aguas, “las

mujeres son amadas y los libros leídos”, yo diría, las mujeres son amadas

y después leídas, y con certeza después de la lectura, las correcciones, la

imposibilidad de mantenerme en la cuerda entre dos extremos que

tensarían mi vida, digamos dos palomas blancas.

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