Una imagen una historia: "La vocación de Amaranta"

Esta era mi hija, me dijo mientras me volvía a mostrar la fotografía en blanco y negro que cargaba dentro de un libro para que no se le arrugara, y yo lo dejaba seguir hablando porque sabía que no le gustaba que lo interrumpieran y porque me encantaba, además, escucharlo contar aquella historia que lo transportaba a los únicos recuerdos que, al parecer, nunca se habían ido de su memoria.

Esta niña que está aquí conmigo se llama Amaranta, continuaba diciéndome, Amaranta, Amaranta, es un nombre que suena bien bonito, pero no sé de dónde lo saqué, yo fui que le puse ese nombre, aunque a su mamá no le gustaba… ¿Y tú cómo te llamas? Me preguntaba de repente, mientras me miraba fijamente por unos segundos, pero no me dejaba oportunidad de contestarle porque de inmediato volvía a su relato.

Yo la enseñé a dibujar, aquí en esta vieja fotografía ella está pintando, debajo de su carta para el Niño Jesús, un hermoso nacimiento donde estamos nosotros dos vestidos de pastores; con ese lápiz que yo tengo en la mano, solo estoy agregándole destellos a la estrella, todo lo demás lo hizo Amaranta y quedó verdaderamente hermoso. Había otras fotos donde se podía ver con claridad su espectacular dibujo, pero su mamá las botó, las rompió y después peleó conmigo porque yo le estaba enseñando a mi hija, me dijo, un oficio de indigentes, unas costumbres que para nada le iban a servir, sino para convertirse en una alucinada como yo que nunca pondría los pies sobre la tierra.

Desde ese momento me prohibió ayudarla con sus tareas, me gritó que solo ella se ocuparía de la educación de Amaranta porque no quería que la niña perdiera su tiempo en necedades. Sin embargo, mi pequeña princesa siempre se iba a escondidas al cuarto donde yo me encontraba pintando y comenzaba también a dibujar sus paisajes, sus flores y los animalitos que veía en sus libros…

En este punto del relato, su mirada inevitablemente se entristecía y se perdía en un horizonte indefinido, porque después, con una voz grave, nerviosa y apagada, que nada tenía que ver con sus enfáticos matices anteriores, declaraba: Luego se la llevó y más nunca supe de ellas, mi vida se quedó sin Amaranta porque su madre quería apartarla de la pintura para que algún día se graduara de médico.

Aquí culminaba la historia y regresaba a su actitud extraviada, ausente de este mundo, a mirarme con la misma extrañeza de siempre, sin prestarles atención a esas palabras mías que intentaban reconocerle su legado: Está bien, papá, no te preocupes, soy Amaranta, tu hija que estudió medicina para complacer a su madre, pero hoy solo me dedico a la pintura y te amo más que a nadie en este mundo.

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Invito a los amigos:
@damisvilladiego y
@mariami