Una imagen y una historia.

Juan y Lucía llevaban seis meses de relación. Todo marchaba bien entre ellos, ya que basaban su relación no solo en sexo y amor, sino también en la comunicación. Habiendo pasado un tiempo más que prudente, Lucía tomó la decisión de presentar a Juan a su familia.

Y qué mejor ocasión que en la cena de fin de año, donde estaban todos reunidos. Además, ese día también era el cumpleaños de la matriarca de la familia, la abuela de Lucía, la señora Lucinda.

Llegó el día y Juan estaba súper nervioso. De por sí, conocer a los padres en un día común y tranquilo es suficiente para producir estrés y nervios. A él le tocó conocer a toda la familia en un mismo día. El pobre hombre no dejaba de sudar, preocupado por la impresión que podría dar a la familia.

Llegaron a la casa y fueron recibidos por los padres de Lucía. El señor lo recibió con un firme apretón de mano y un abrazo, mientras que la señora le dio la mano y un beso en la mejilla en forma de saludo. Hasta ese momento, Juan liberó un poco de tensión. Gracias a Dios que se decidió por una camisa de vestir negra. Así la familia no vería la evidencia de su gran nerviosismo.

Pasaron directo a la mesa a esperar por la llegada del resto de la familia. Al rato comenzaron a llegar, primero los primos gemelos, quienes al entrar se tropezaron con la alfombra de la entrada y casi chocan con un jarrón con flores que estaba cerca. Los espectadores estaban entre preocupados y con ganas de reír. Es que hasta en eso son idénticos.

Luego de ellos llegó el tío Lucho, un hombre maduro y de buen humor. Contando chistes malos y, a pesar de todo, produciendo risas en la mesa. A los minutos llegaron dos tías de Lucía, cargadas de regalos y comida, listas para disfrutar de la cena y el cumpleaños de su señora madre. Todos se presentaron con Juan y lo recibieron sin problemas.

Llegó el momento. La abuela Lucinda se preparó para salir y compartir un buen momento con su familia. Al acercarse, pudo observar a todos en la mesa tranquilos, riendo y conversando entre ellos. Hasta que la vieron y uno a uno se fueron levantando para recibirla con cariño. Hasta que llegó a Juan, y al notar lo nervioso que él se encontraba, le pidió que estuviera tranquilo y disfrutara de la ocasión.

Solo así fue como, por fin, el hombre se pudo relajar e incluso reír con tranquilidad. La noche terminó entre risas, historias y nuevos recuerdos.