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En una pequeña oficina, Paula y Luis trabajaban codo a codo. Ambos eran buenos en lo que hacían, pero había una dinámica sutil que siempre se tejía entre ellos: Paula necesitaba la aprobación de Luis para sobresalir en su proyecto, mientras que Luis sabía que su conexión con Paula le aseguraba un apoyo invaluable en su carrera.
Paula solía ser amable, casi sumisa, sonriendo ante cada comentario de Luis, aunque a veces sentía que su propia voz se ahogaba. “Eres muy talentosa”, le decía él, y ella se sentía bien, aunque en el fondo sabía que su bondad era una estrategia. No quería perder el favor de alguien que, en su mente, podía abrirle puertas.
Por otro lado, Luis a menudo exageraba su apoyo, no solo porque disfrutaba ayudar a Paula, sino porque sabía que, en el fondo, su éxito dependía de mantener esa conexión. Al fin y al cabo, la colaboración siempre era un juego de necesidades. “Si Paula brilla, yo también”, pensaba, mientras elaboraba elogios que a veces no eran del todo sinceros.
Un día, en un almuerzo fuera de la oficina, la conversación tomó un giro inesperado. “¿Alguna vez te has sentido atrapada en este juego de agradar?” preguntó Paula, franqueza en su voz. Luis, sorprendido, reflexionó. “Sí, pero creo que todos lo hacemos. La gente tiende a ser amable cuando necesita algo”.
Ambos comenzaron a explorar su relación desde una nueva perspectiva. Paula se dio cuenta de que su amabilidad hacia Luis era una manera de obtener su respaldo, mientras que Luis comprendía que su interés en Paula estaba más ligado a su ambición que a una verdadera amistad.
Decidieron hacer un experimento: hablarían con honestidad, sin las máscaras de la conveniencia. En sus siguientes interacciones, comenzaron a desafiarse. Paula se atrevió a expresar sus ideas sin temor al juicio, y Luis empezó a cuestionar las suyas sin preocuparse por su aceptación.
Con el tiempo, su relación se transformó. La necesidad ya no dictaba su comportamiento; en cambio, empezaron a apoyarse genuinamente, disfrutando de sus logros sin depender del otro para validarse. En lugar de ser buenos solo porque necesitaban algo, aprendieron que podían serlo simplemente por el valor de la conexión humana.
Los humanos a menudo establecen relaciones basadas en el interés personal, utilizando a otros como herramientas para alcanzar sus metas. Esta dinámica se manifiesta en diversos contextos, desde lo profesional hasta lo personal. En el trabajo, se forjan alianzas estratégicas que, aunque aparentan camaradería, suelen ser transacciones en las que uno busca ascender mientras el otro es solo un medio. En la vida cotidiana, la amabilidad a menudo es un disfraz para obtener favores o apoyo. Esta necesidad de aprovecharse de los demás revela una falta de autenticidad en las interacciones, donde el verdadero valor de las relaciones queda eclipsado por el interés egoísta.