El amor no es más que un ataque de pensamientos positivos que nos envuelven, haciendo que esa sensación de positividad cale en nosotros como lo mejor de la vida. Al final, sin embargo, podemos hacernos daño. Después de experimentar esa intensidad emocional, la mente puede llegar a pensar que no hay algo más positivo y feliz en la vida. Es difícil reemplazar esa avalancha de endorfinas que nos proporcionan los momentos románticos, como si drenáramos la tristeza y le pusiéramos hormonas de la felicidad en su lugar.
Este fenómeno tiene mucho que ver con la cultura que nos rodea. Desde pequeños, nos enseñan que el amor es la meta más deseada y que, sin él, nuestra existencia carece de significado. Si nadie nos hubiera plantado esa idea desde el principio, quizás sería más sencillo colocar al amor en su justo lugar. De hecho, a menudo lo elevamos a un estatus que puede ser perjudicial, haciéndonos creer que es lo más importante en nuestras vidas, a expensas de nuestros gustos y preferencias personales.
En realidad, no somos solo amor. Somos seres multidimensionales, con intereses, pasiones y sueños que van más allá de las relaciones románticas. Muchas otras cuestiones son igual de importantes, como el desarrollo personal, las amistades, la familia, y la búsqueda de nuestras propias metas y objetivos.
A menudo, nos perdemos en la búsqueda del amor y dejamos que la vida pase, inmersos en la idea de que encontrar ese "amor verdadero" es lo único que necesitamos. Sin embargo, un día podemos darnos cuenta de que la vida no se trata únicamente de amor; se trata también de crecer, de aprender y de disfrutar de otras experiencias que nos enriquecen.
En definitiva el amor es el amor y hay que echarlo a patadas de un lugar tan encunbrado-
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